Las temperaturas extremas que están protagonizando el periodo estival de 2017, llegando a marcar el termómetro datos superiores a 40 grados centígrados, traen consigo síntomas en nuestro organismo. Pueden aparecer, en primer término, calambres en los músculos y una sensación de agotamiento relacionada con la pérdida de líquidos a través de la sudación y la respiración. Si la temperatura corporal aumenta se pueden dar golpes de calor.

Según datos proporcionados por el CSIC, el cuerpo tiene varios mecanismos para disipar el calor como el enrojecimiento de la piel. Sin embargo, el calor puede llegar a producir una disminución en el flujo de sangre en los órganos internos y puede bajar la tensión arterial. Tras sentir estos síntomas si la persona sigue sometida al calor extremo, puede sufrir una insolación o golpe de calor.

En estos casos, aparece dolor de cabeza, confusión, pérdida de la conciencia, aumento de la frecuencia cardiaca, disminución de la presión arterial, y si la temperatura del cuerpo humano aumenta hasta los 42 o 43 grados centígrados, se produce daño cerebral o incluso la muerte.

Temperaturas con las que alarmarse

La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que la temperatura ambiente óptima para el organismo es entre 18 y 24º C, cuando el cuerpo se mantiene a unos 36°C-37°C. Cualquier nivel más elevado provoca que los riesgos para la salud se incrementen.

Los estudios han demostrado que cuando la temperatura ambiente llega a 35º C, y está acompañada de altos niveles de humedad, puede poner en riesgo a la salud. Si alcanza los 40º C puede ser peligroso incluso con niveles bajos de humedad.

También depende mucho de la vulnerabilidad de la persona. Los ancianos, bebés, niños pequeños y mujeres embarazadas son los más susceptibles al calor extremo. Pero también las personas con enfermedades crónicas como problemas cardíacos o respiratorios.

Reacciones del organismo

Cuando sufrimos temperaturas elevadas de cerca de 40 grados centígrados y el sol nos castiga, hay un punto crítico a partir del cual el organismo comienza a defenderse. De un modo similar al del termostato de un climatizador, cuando el cuerpo detecta que la piel está por encima de cierta temperatura, comienza a hacer lo posible por refrescarse.

Este conjunto de acciones es conocido como termorregulación y está encaminado a mantener la estabilidad de las condiciones del cuerpo (homeostasis), para que no se produzcan daños o errores en el funcionamiento del organismo. El hipotálamo, una región del cerebro que controla funciones vitales básicas, activa la respuesta de sudación, que consiste en la secreción de agua y sales (sudor) para disipar el calor de la piel. Esta artimaña aprovecha que el agua tiene un elevado calor de vaporización, es decir, que al evaporarse absorbe mucho calor, y por eso sudar o bañarse genera esa sensación refrescante.

El hipotálamo también activa otro mecanismo conocido como vasodilatación periférica o cutánea por el cual la piel se enrojece y se pone colorada. Los capilares y demás vasos sanguíneos que transportan la sangre se ensanchan en la parte más extrema del organismo, de modo que la sangre del interior se acumula en el exterior y libera el calor. Dicho de otro modo, la sangre se calienta en el interior y va al exterior para refrigerarse. El último recurso del hipotálamo es pasar algunas funciones del metabolismo a modo “ahorro”, es decir, ralentizarlas para producir menos calor.

¿Qué es realmente preocupante?

Virginia Murray investigadora de la Agencia de Protección de la Salud (HPA) de Reino Unido, ha estudiado el efecto del calor en el cuerpo y afirma que "Lo que es realmente preocupante es cuando el cuerpo no es capaz de enfriarse a sí mismo".

"Eso puede ocurrir si el calor es realmente intenso durante el día y la noche. El cuerpo no tiene oportunidad de deshacerse del calor", declara. "En esas circunstancias lo más importante es poder ir a algún lugar para enfriarse. La gente necesita encontrar un área fría en un edificio o algún sitio con aire acondicionado", explica Murray.