Afortunadamente las medusas, la marejada o las quemaduras del sol son algunas de las máximas preocupaciones de los veraneantes de nuestras costas, pero no siempre fue así, no hace tantos siglos ir a las playas españolas era solo para valientes.

El motivo principal fue la piratería que ya existía en el Mediterráneo desde la antigüedad, recordemos que cuando Julio César era adolescente le secuestraron los piratas cilicios de los que, por cierto, se terminó vengando crucificándolos en cuanto pudo.
Sin embargo en las costas de Hispania tampoco es que se estuviese más tranquilo. Según Lucio Aneo Floro, los enclaves más peligrosos fueron, las islas Gimnesias y Pitiusas (las Baleares) y el fretum Gaditanum (el estrecho de Gibraltar) tanto fue así que el cónsul Pompeyo Magno tuvo que hacer una campaña contra la piratería en el año 67 a.C.

El levante español fue tan suculento a lo largo de la historia que no tardaron en llegar incluso los vikingos quienes en el año 859 no solo arribaron hasta la Costa Dorada si no que remontaron el Ebro hasta Zaragoza y más allá.

Nos quejamos de los excesos de los turistas pero otros extranjeros las liaron de órdago en el pasado. Monumento en  Catoira, Galicia,  llamada Jakobsland (la tierra de Santiago) por los vikingos. Fuente (Luis Miguel Bugallo Sánchez (Lmbuga)

Con el auge del islam otros nuevos piratas surcaron el Mediterráneo y cómo no, el levante hispano fue su predilección. Los llamados piratas berberiscos  hicieron un verdadero negocio con secuestro de cristianos y los valencianos, alicantinos, murcianos… sufrieron las consecuencias.

Poblaciones que hoy nos suena por sus playas y hoteles fueron en la Edad Media el objetivo predilecto de piratas berberiscos, de este modo en los informes no cesan de aparecer Oropesa del Mar, Calpe, Altea, Gandía… municipios que tuvieron que fortalecerse ante los constantes ataques marítimos, que alcanzaron a la misma albufera valenciana.

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Buena muestra  estas incursiones es el escudo de Almuñécar donde tres cabezas de berberiscos flotan en las aguas del mar, o la expresión coloquial de “no hay moros en la costa” como señal de que no hay peligros

Con la llegada de la Edad Moderna, las cosas también cambiaron para la piratería, el imperio otomano echó mano de los piratas norteafricanos para hostigar a España, e incluso la Francia del marrullero Francisco I recurrió a ellos. De ahí que los piratas que secuestraron a Cervantes lo hiciesen cerca de las costas francesas.

Por el contrario también llegaron desventajas, como la pérdida de un aliado de los berberiscos, el reino nazarí de Granada, además de las campañas de contra piratería que realizaron los diferentes reyes de España. 

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Las campañas antipiratería como la jornada de Túnez o Los Gelves calaron tanto en la sociedad que pasaron a ser escenarios literarios donde por ejemplo se supone que murió el padre del Lazarillo de Tormes

Finalmente en el año 1609 con la expulsión de los moriscos el problema se reactivó pues si se les condenaba como sospechosos de colaboracionismo con los piratas,  fue tras su exilio cuando se convirtieron en auténticos corsarios. Tanto es así que los moriscos extremeños de Hornachos (Badajoz) terminaron armando una flota y declarándose república independiente en Salé (cerca de Rabat) albergando una población aproximada de diez mil moriscos españoles.

Curiosamente y más allá de la piratería, tras la expulsión de los moriscos se escondieron turbias tramas de corrupción, que terminaron afectando como viene siendo habitual a la seguridad ciudadana.