El fútbol es posiblemente el deporte más democrático del mundo. No importa el color de piel, la religión ni el sexo. Puedes ser bajito o alto; delgado o gordo. Personas de ideologías contrarias se abrazan cuando su equipo mete un gol. El fútbol traspasa fronteras y sentimientos. Es un arte que unifica sociedades y tiene una enorme capacidad para transmitir valores contra el odio. Sin embargo, existe un elemento que resulta imposible de comprender: ¿Por qué la homosexualidad es un tabú?

Según un estudio realizado por Dalia Research, un 6,9% de la población española pertenece al colectivo LGTBI. ¿Es el fútbol un reducto libre de homosexuales? Por lógica resulta evidente que no. La única razón por la cual no se sale del armario en este mundo es por la palabra más peligrosa del mundo: el miedo. Así lo declaró Antoine Griezmann en una entrevista para el suplemento Icon: “Yo creo que en el fútbol no es habitual porque nos hacemos los duros y los fuertes. Y tenemos miedo a lo que puedan decir”.  

A pesar de la evolución de la sociedad en materia de defensa de la libertad sexual, existe un espacio en el que resulta prácticamente imposible el lugar para el respeto. Los campos de fútbol son los templos de esta religión. Templos en los que está permitida la ofensa. La grada es un púlpito en el que se vuelca odio al contrario. Jesús Gil no quiso fichar a un jugador basándose en su orientación sexual. Lo dijo públicamente y España reía. Los chistes de "mariquitas" de Arévalo, las gracias de Bertín Osborne y ¡Míchel maricón! . El  artículo 2.1 c) y 2.2 d) de la Ley 19/2007 dice que "el objeto de la presente Ley es la determinación de un conjunto de medidas dirigidas a la erradicación de la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte". ¿Por qué la homofobia no se combate con la misma contundencia que el racismo? ¿Qué nos hace aceptar los insultos homófobos contra numerosos jugadores?

En Teatros Luchana se representa “El gol de Alex”, una obra que trata de romper con este tabú.  El relato cuenta la historia de Alex (Alejandro Albarracín), un jugador de fútbol que después de una mágica actuación contacta a través de una aplicación con otro chico. Ese chico no es otro que Mario (Pepe Ocio), periodista deportivo. Ese encuentro cambiará sus vidas. Antonio Hernández Centeno, autor de la obra de teatro vislumbra así la falta de visibilidad LGTBI en el mundo del fútbol: “En todas las disciplinas tanto artísticas, sociales y políticas, la homosexualidad está integrada de una forma más o menos natural mientras que en el mundo del fútbol no es así. O los homosexuales no existen en el fútbol o hay una serie de problemas para expresar tu condición sexual de una forma libre”

Alex es la estrella de su equipo y es homosexual. Resulta imposible imaginar que alguno de nuestro ídolos saliera del armario. Abruma pensar el impacto que tendría. Pero también es esperanzador imaginarse cómo ayudaría ese hecho. El dramaturgo lo tiene claro: “Todo el mundo tiene referentes que le ayudan a crecer. Puede haber un actor que tenga la misma orientación sexual que tú y eso te pueda ayudar. En el fútbol no existen figuras así. Sería muy interesante encontrar referentes en este mundo porque ayudaría mucho. Si un chico LGTBI ve que su ídolo también es LGTBI, le ayudará a traspasar la barrera del miedo"

La palabra "maricón" es el enemigo a combatir. Un término que incluye un odio histórico contra el diferente. Un muro, una barrera más para jóvenes que tienen miedo a declarar abiertamente su condición. “Que un niño que pueda ser LGTBI vaya en un momento dado a un estadio y el insulto que oyen es constantemente "maricón", el miedo crecerá dentro de ellos. Y si el fútbol quiere transmitir al fútbol una serie de valores evitemos ese insulto”, afirma Antonio. 

Por otra parte, existe un estigma general contra el fútbol del que Antonio no se siente partícipe: “Como gay, tengo que reivindicar que me gusta el fútbol. Es verdad que muchas veces el fútbol promueve valores contra la homosexualidad, pero a través del teatro lo que intento también es explicar que el fútbol es un arte y que tiene una categoría que muchas veces no se le da. Debería existir más literatura, música y cine sobre fútbol”.

A través del deporte se puede llevar un mensaje unificador a cada rincón del globo. Estos valores son capaces de educar a las nuevas generaciones en mensajes contra todo tipo de prejuicios y crear mejores entornos en los que convivir. Porque la convivencia pacífica entre ciudadanos debe ser el objetivo de cualquier comunidad.

Las sociedades evolucionan a un ritmo lento, pero evolucionan. Varios clubes han expulsado a los violentos de los estadios, aunque otros no se atreven. El Real Madrid echó a sus ultras. ¿Por qué otros no lo hacen? Ya no se ven las estampas de los 90 en las que esvásticas y demás signos nazis decoraban muchas gradas. Existen clubes, como el Rayo Vallecano, el Eibar o el St Pauli alemán que toman partido abiertamente y de forma activa contra la homofobia. Hemos cambiado, pero todavía queda mucho camino que recorrer. Justin Fashanu fue el primer futbolista profesional en salir del armario. Ocho años después, se ahorcó. Más St Pauli y menos Jesús Gil. Para frenar el odio, no paremos de meter goles a la homofobia.