Miércoles. Otra jornada de intenso bochorno y rutina semanal. El día a día transcurre como siempre en pleno centro de Madrid y el protagonista de nuestra historia, Antonio Pampliega, esboza una sonrisa que le acompaña en todo momento y mantiene a raya los diez meses que estuvo retenido en Siria junto a Ángel Sastre y José Manuel López.

Atrás queda aquel momento. Hoy se convierte en una historia que se hace eco y que ha dejado su huella en la biografía 'En la Oscuridad', donde Pampliega relata cómo a mediados de julio de 2015 una furgoneta les obstruyó el paso de improvisto. De ella salieron seis hombres armados con fusiles kalashnikov.

A partir de ahí, comenzaron 299 días de incertidumbre que vieron su fin el 7 de mayo de 2016, cuando los tres periodistas fueron puestos en libertad, no sin antes de que los terroristas les dejaran un mensaje claro: “Don’t forget us (No nos olvidéis)”.

El comienzo de todo

“Nuestro motivo para ir en julio era porque queríamos terminar un reportaje con los Cascos Blancos de Alepo. Estuvimos en junio de 2010 con ellos, pero necesitábamos al menos diez días más para completar la entrevista y tener un buen reportaje”, comienza relatando Antonio Pampliega.

Siempre que se viajan a zonas conflictivas se sabe del riesgo que conlleva trabajar en ese escenario. Una vez se encontraron en Siria, Ángel Sastre, José Manuel López y Antonio Pampliega estuvieron acompañados por un traductor que les prometió una unidad militar para que les escoltara y pudieran pasar sin problema los check point de Al Qaeda. Sin embargo, todo cambia. Una vez llegan a este punto los tres periodistas se dan cuenta de que no disponen de escolta y de que los salvoconductos que les prometieron no eran más que una hoja en la que solo le podían leer con claridad sus nombres.

“Era todo muy opaco. En ese momento sabes que la situación no es como te la venden. Nuestro traductor, que era primo de uno de los miembros de los Cascos Blancos de Alepo, nos acabó traicionando y vendiendo a la rama de Al Qaeda en Siria”. Es entonces cuando la situación se complica.

En su trayecto en coche, una furgoneta apareció de una esquina, se cruzó en su camino cortándoles el paso y de ella salieron seis hombres armados con fusiles kalashnikov a la vez que les gritaron. “Si nos hubiera pillado el Estado Islámico no estaríamos vivos”, explica Pampliega.

7 meses de cautiverio

Desde julio de 2015 hasta octubre de ese mismo año, Antonio los pasó junto a Ángel y José Manuel. A partir de entonces, los terroristas entraron una noche en la sala donde les tenían retenidos y preguntaron por él. Decidieron separarle y tenerle cautivo a él solo en una habitación aparte, donde no mantuvo ningún tipo de comunicación con los terroristas y donde solo le abrían la puerta para comer e ir al baño.

“Es un machaque constante. Los primeros cuatro meses fue más físico, y en general psicológico. No tuve comunicación ellos. Cualquier cosa que yo hacía conllevaba algún tipo de castigo. Si, por ejemplo, tardaba en ir al baño, me pegaban”. Sobre esta situación, Antonio nos cuenta como un día le ofrecieron mortadela para comer y que, su rechazo por no querer comer algo que no le gustaba, provocó que estuviera un día sin probar bocado.

“Juegan al machaque psicológico y a quitarte la esperanza. El objetivo es anular a las personas, como hacían los nazis con los judíos en los campos de concentración. A mí, por ejemplo, me llamaron Guaín. Era como su perro. No se dirigían a mí como si fuera un ser humano”.

Un trato que casi llevó a quitarse la vida

En el ecuador de nuestra charla con Antonio Pampliega, nos dejó en shock el instante en que relató cómo Al Nusra -la banda que les tenía cautivos- decidió hacerle dos pruebas de vidas. Es decir, dos vídeos que demostraran que todavía le mantenían preso.

La primera de ellas fue el 22 de diciembre. La segunda el 22 de febrero. Antonio aún recuerda el momento en que se acordó de Jim Foley, ejecutado en 2014 por el Estado Islámico y cuya muerte se difundió en un vídeo de cinco minutos colgado en Youtube. “Es un momento jodido. Sabes cómo es el proceso y piensas que puede llegar un momento al que tú no quieres llegar”.

Entonces, dos figuras coparon los recuerdos de Antonio: su madre y su hermana. “Intenté quitarme la vida. Pensaba en mi madre y mi hermana y decía: “¿quieres que sea esto lo último que vean? ¿Cómo te matan?”. Ellos tenían unas cuchillas de afeitar en el baño. Cogí una, le arranqué el cabezal y me la guardé. Quieres quitarte del medio y acabar con esto. Piensas sobre todo en tu familia, por la tragedia de poder verte vestido de naranja o decapitado”.

“No nos olvidéis”

La mañana del 7 de mayo de 2016, dos de los cuatro carceleros que retuvieron a Antonio entraron en su celda vestidos de negro y con el emblema del Estado Islámico. Le pusieron una capucha, unas esposas y uno de ellos le dijo: Don’t forget us (no nos olvidéis)”. Posteriormente, le metieron en una furgoneta y le llevaron a un descampado, donde volvió a reencontrarse con Ángel Sastre y José Manuel López, arrodillados. La angustia de pensar que todo podía acabar ahí era real.

“Los ves ahí y piensas en tres opciones: o nos vamos, o nos venden a otro grupo o nos cortan la cabeza a los tres”. Sin embargo, lo primero que hicieron los terroristas fue quitar la capucha a Ángel y José Manuel y mandarles a la frontera. Cinco minutos después, hicieron lo mismo con Antonio.

“Seguiré haciendo las cosas como siempre. Hay que calibrar lo que se hace. Miedo no tengo, pero no volvería nunca más a Siria ni a ningún sitio donde mi vida esté en juego”.