Hoy se cumplen cuarenta años de las elecciones de 1977 y a fuerza de tanto insistir, se han convertido, para muchos, en las primeras elecciones democráticas de España. Pero a decir verdad… es un título bastante discutible.

Lo moldeable del término democracia ha hecho que, incluso en dictadura, se hablase de “democracia orgánica” y aún en nuestros días seguramente la pudiésemos mejorar, pero de lo que no cabe duda es que las elecciones de 1977, no fueron las primeras.

No nos vamos a remontar a las elecciones de 1931, ni siquiera a las del siglo XIX, tan parecidas a las actuales en sus escándalos y corrupciones, en este caso vamos a viajar más atrás en el tiempo. A los concejos rurales de la Castilla medieval.

En pleno Medievo el territorio castellano leonés tenía un difícil gobierno: Las primeras ciudades comenzaban a florecer y las fronteras del reino estaban en constante cambio. Los nuevos territorios conseguidos en “tierra de moros” habían de ser lo suficientemente fuertes para no perderlos en las campañas siguientes. Ya que al otro lado, esperaban hordas de espabilados tratando de sacar tajada a la falta de gobierno.

En gradas como esta de la piedra del concejo en Villalba (Madrid) se tomaron decisiones democráticas mucho antes de nuestra actual democracia. Fuente: www.verpueblos.com autor fotomaniaco.com

La solución más eficaz fue el concejo abierto. Un sistema democrático, posiblemente, de los más perfectos de la historia, con detalles que hoy son cuanto menos llamativos, teniendo en cuenta que hablamos de tiempos medievales.
El concejo discutía sobre asuntos que afectasen a la colectividad de los vecinos de una comarca y como tal primaba la voluntad común frente al poderío que en otros lugares adquirían los nobles u las oligarquías. El historiador Anselmo Carretero Jiménez destaca por ejemplo como en la zona de lo que hoy es el sur de Guadalajara este tipo de concejos fueron todo un ejemplo democrático:

"Castilla se repobló de norte a sur por hombres libres e iguales que al extenderse por serranías y alcarrias poco pobladas de la antigua Celtiberia son señalados en la historia por su fiera adhesión a la independencia y libertad".

El sistema concejil elegía anualmente (dato importante) al presidente del concejo, el cual juraba el cargo “al pie de la encina” es decir entorno a elementos naturales como muestra de lo que hoy entenderíamos como respeto a la naturaleza. La presencia de los cabeza de familia en el concejo era obligatoria, incluida la de mujeres que ocupasen dicho rango, las cuales tenían voz y voto como cualquier hombre. La ausencia a tales reuniones estaba penado con multa.

Los árboles y la naturaleza integradas en el sistema de concejos abiertos fueron todo un símbolo de respeto a la naturaleza que hoy apenas nos ha llegado en ejemplos como el árbol de Guernica.

Los concejos contaban además con su propio ejército y buena muestra de ello fue la colaboración de todas las villas castellanas al requerimiento del rey para luchar en 1212 en la batalla de las Navas de Tolosa.
Tan relevante como la carestía, o cualquier otro problema que afectase a la población del  concejo, era la soberanía. Y es que en concejos cerrados en los que solo participaban determinados individuos hacía que al final el beneficio vecinal disminuyese a favor de esos llamados “boni homes” que tendían a arrimar el ascua a su sardina, derivando en oligarquías en las que primaba el parentesco a la eficacia dando así el primer paso para caer en el feudalismo del que sospechosamente tan poco se condena en la actualidad.

Quizá, nos estemos volviendo todos locos intentando mejorar la política y resulta que la vida rural, que tanto se desprecia desde las altas esferas, tenga la clave para solucionarlo.

¿Tras siglos de democracia concejil es tiene sentido aceptar errores políticos amparados en la manida frase de “la joven democracia”? Fuente: www.upaya.es