Entrevistamos a Espido Freire, ganadora del Premio Azorín 2017 por su novela ‘Llámame Alejandra’ (Planeta), en la que recrea la vida de la última zarina. Es uno de sus proyectos más personales por la atracción que siente desde niña por Alejandra Fiódorovna Románova, la última zarina, a la que descubrió en un diccionario de su hermana. En él recrea la vida de esta mujer “insignificante” no porque hiciera nada extraordinario, que no lo hizo, sino para reivindicar en la narrativa la mirada de las mujeres.

¿Cómo surgió la atracción por Alejandra?

Cuando yo era niña me gustaba mucho ojear los diccionarios. Tenía siete u ocho años y vi un diccionario de mi hermana, lo abrí al azar y vi la foto de Alejandra con su niño. Me llamó la atención porque tenía muchas joyas y estaba muy triste. Descubrí que les habían fusilado y pregunté qué era fusilar. Me dio mucha pena. Además, los habían fusilado en el día de mi cumpleaños. Eso crea vínculos, muy tontos, pero vínculos. Ahí empezó el mío con ella, no con Rasputín o su marido sino directamente con ella. Después empecé a darle vueltas de cómo podía ser la realidad de Rusia, de la revolución a través de sus ojos. Empecé a darle vueltas a un ensayo, algo parecido a lo que luego hice con Teresa de Jesús en ‘Para vos nací’, pero aquí no me parecía. Ese ensayo en Teresa tenía sentido porque ella fue una mujer aceptada como un diamante grande, un genio. Pero Alejandra no es un genio, es una mujer normal en situaciones extraordinarias que no estuvo a la altura. Para eso me venía mucho mejor la novela.

 

Has comentado que tuviste que sacrificar a Rasputín para evitar desviarte de la historia que querías contar. ¿Te costó mucho?
 

Había algo que me costó más que desprenderme de Rasputín. Nicolás tenía un hermano menor, Miguel, que fue el último zar. Se casó por amor con una mujer que era plebeya, Natasha. La historia de Miguel y Natasha es muy bonita y muy poco conocida. Alejandra odiaba con toda su alma a Natasha porque, además había tenido un niño sano, que iba a ser probablemente el heredero natural de Alexei [el hijo enfermo de Alejandra, que padecía hemofilia]. Eso ella no lo perdonaba. Nunca quiso que le reconocieran el título y se dedicó a fastidiar la vida todo lo que pudo a esa rama de la familia. Esa dualidad me interesaba mucho pero se me iba totalmente de foco.

 

¿Todas estas historias paralelas pueden tener algún tipo de recorrido en tu página web o tus redes sociales?

 

No soy exactamente nativa en internet, pero con 18 o 19 años al mundo de internet y veo muchas formaciones espontáneas en torno a un tema, que ya no forman parte de tu profesión sino de una afición. Podría ser interesante en un momento determinado conectar una cosa con la otra y determinados contenidos que me han quedado fuera, colocarlos al acceso del público de una manera distinta. Por ejemplo, en mi página web -que estoy rehaciendo para optimizarla y que sea más acorde con los nuevos tiempos-, hay posibilidades de incluir lo que antes se llamaban contenidos extra o premium. Esta novela es muy audiovisual y acompañada de fotografías, ganaría mucho. Lo que me planteo es hacer otras cosas pero no sé exactamente qué todavía.

 

¿Podría haber una especie de 'spin off' novelístico con estos personajes?

 

No. Eso ya está hecho y creo que las redes sociales no son para estas cosas sino para conectar gente. Yo dedico mucho tiempo a ellas, porque es una manera distinta de contar historias.

 

¿Qué te ha enseñado Alejandra?

 

Que puede ser una buena persona, que puede estar convencida de tener la razón y arruinar tu vida y la de otros. Que el mundo no se divide en buenos y malos. Y que la buena intención significa muy poco. No son mensajes muy positivos…

Esta mujer era inteligente, sensible, buena madre, buena esposa y ya está. Las historias de estas mujeres se cuentan mucho menos. Sin embargo, el hombre de a pie sí recibe mucha atención en las novelas.

 

¿Te has colocado en su piel para interpretarla, como hacen los actores?

 

Sí, pero yo no soy ella. Se tiende a confundir al autor con la voz narradora y en este caso somos totalmente distintas. Ella era tímida, introvertida, yo soy extrovertida, nada tímida. Lo único que compartimos es la pasión por la vida.

 

No fue una mujer que rompiera moldes y, sin embargo, en lo que transmites sí hay una reivindicación feminista, más allá del personaje

 

Sí, lo hay. No es una reivindicación del papel de la mujer en la época, pero sí una reivindicación externa de la manera de narrar y de la manera de mirar a las mujeres. Desde aquí, desde hoy. Las mujeres protagonistas son heroínas, pero no en historias cotidianas, momentos insignificantes. Y las mujeres contamos, seamos importantes o no. Y porque una reivindicación de una mirada distinta siempre va a tener un lenguaje distinto y eso transforma la realidad. No soy tan ambiciosa como para pensar que yo lo voy a hacer, pero es lo que aporto.

Esta novela es falsamente sencilla. En apariencia es una novela en primera persona y en apariencia es un personaje histórico, pero mi intención es otra. No tiene demasiadas descripciones, me apoyo en lo que creo que tú como lectora o como ciudadano del siglo XXI sabes ya de esta familia y de la historia, que es mucho. No te la repito, te aporto otro tipo de cosas y te la confronto. A ver ahora qué tal te caen. A ver qué opinas de Rasputín, porque la mirada es otra. Colaboro contigo, lector y escritor nos encontramos en el texto. No es que te dé una historia cerrada que tú recibes de una manera pasiva. En ese sentido mi labor de escritora, que yo me la tomo muy en serio, creo que está bien realizada.

 

La familia Romanov vivía con el temor de sufrir un atentado. ¿Tú viviste en el País Vasco la violencia de ETA? ¿Cómo has vivido el fin del terrorismo de ETA en España?

 

Lo viví como lo vivimos todos los niños vascos. Yo no me considero una persona particularmente autorizada para hablar del terrorismo de ETA. Fui testigo, pero no una testigo ordenada. Por otro lado, sigo siendo una mujer joven. En términos literarios, 42 años es muy poco para hacer un análisis que a mí me deje mínimamente orgullosa no es el momento. Es el momento de empezar a hablar no ya del miedo que pasamos, sino del sufrimiento que causó. De las víctimas. Va a ser un melón difícil de abrir, pero lo contrario sería indigno en una sociedad civilizada.

 

¿Ves en la sociedad actual personajes como Alejandra?

 

Sí, hubo un momento en su vida en que todo pasó a un segundo plano porque tenía un niño enfermo en que volcó todo. Yo veo madres así todos los días. Ahora damos mucha visibilidad a los niños enfermos, no digamos de enfermedades raras, incurables… Son Alejandra. Ella sentía dolor y culpa, por haber transmitido en su sangre el mal al niño, como si fuera una maldición bíblica. Conozco a mujeres así, que se culpan. En ese aspecto hay muchas alejandras y a veces muy poco tomadas en serio.

 

¿Y la desigualdad?

 

Saltan por su propio peso. Hay una especie de alegato final, que no lo cuenta Alejandra, es una voz externa, que de pronto te permite ver en qué privilegios vivían. Por muy mal que estuviera, por mucho dolor que sufriera o que la vida fuera injusta con ella, había gente que vivía en una cabaña con un suelo de tierra.

 

¿Te gustaría que llevaran tu historia de Alejandra al cine?

 

A quién no. El escritor que dice lo contrario miente. Lo que ocurre que eso no depende de mí. Esta o cualquiera de las anteriores.