Últimamente, han estado copando los grandes titulares del periodismo deportivo numerosas peleas y diferentes actos violentos en campos de fútbol base y categorías regionales. Parece que ha habido un incremento de estos lamentables sucesos en los últimos años; sin embargo, la única razón por la que lo creemos es la existencia de teléfonos móviles y redes sociales. La inmediatez y la rapidez de la información posibilita que la difusión de cualquier tipo de acto se produzca como un chasquido de dedos. Siempre ha existido esta violencia en los campos de fútbol.  Da igual la categoría. No importa si son partidos de niños de 8 años, adolescentes o adultos. El insulto es el pan de cada día. Y nos llevamos las manos a la cabeza.

Pocas figuras sociales son más denostadas que la del colegiado. No existe una personalidad que reciba más críticas e insultos que la suya. Ya dijo Jose María García que “sobre el árbitro, división de opiniones. Unos se acordaron de su madre y otros de su padre”. ¿Cuántos insultos puede recibir en 90 minutos?. Imagínense si ese árbitro es mujer. Entonces, el odio y el rencor se multiplica. Lo que sucede con cientos de mujeres en los campos de fútbol de España es un fiel reflejo del tipo de sociedad que existe en nuestro país. Es algo que va mucho más allá del machismo. Es el insulto ferviente, el volcar la frustración y el odio, la bajeza humana. A través de las descalificaciones, se pretende deshumanizar a la mujer, tratar de colocarla en un lugar inferior, en un estrato insignificante. Mientras tanto, ahí siguen ellas, sin prácticamente apoyos, recorriendo campos de la España profunda. Lidiando con seres cuyos labios sólo gesticulan  palabras crueles. Tratando de impartir justicia mientras veintidós hombres intentan meter un balón en una portería cuando el honor de un pueblo está en juego. El error supone la ira. Y el acierto, muchas veces también.

“Te vamos a meter la polla en la boca para que no llames más al árbitro”

Uno de los casos más despreciables, que recogió el ELPLURAL.COM, fue el sucedido el pasado 22 de enero en un partido correspondiente a la Primera Andaluza. El partido entre el Torredelcampo y el Vilches dejó una de las estampas más lamentable del fútbol español. La asistente del partido, Soraya Leiva, relataba lo sufrido durante el encuentro: “Me llamaron zorra. Que lo que me gustaba era estar rodeada de tíos.  Me dijeron te vamos a meter la polla en la boca para que no llames más al árbitro”. Ante hechos de esta índole se esperan sanciones ejemplificadoras por parte de las instituciones oficiales. Sin embargo, la decisión por parte de la Federación Andaluza ha sido un simple aviso al Torredelcampo, que de repetirse dos veces más, acarreará la pérdida de un punto en la clasificación.  Antes de emitir la sanción, Ildefonso Ruiz, delegado en Jaén de la Federación Andaluza de fútbol, manifestó que “esta Federación no consiente, ni consentirá actitudes de este tipo. Seremos contundentes en las medidas, que a nadie le quepa duda”. ¿Cómo van a evitarse estos hechos cuando los responsables no hacen nada?. ¿Dónde está la prometida contundencia?.

El sindicato de árbitros, grupo clandestino que se dedica a reivindicar los derechos de la figura arbitral, en los últimos años, ha denunciado más de 400 agresiones a colegiados, de las cuales 140 han sido en Andalucía. Concretamente, en referencia al partido anteriormente citado, criticaron la pobre sanción por parte de la RFAF, acusándola de reírse del sexismo. ¿La respuesta de la Federación?. Demandar al sindicato de árbitros.

Dos colegiadas, víctimas de acoso, han querido contar su experiencia pero respetando su identidad por miedo a posibles represalias. Una de ellas es crítica con las instituciones y se lamenta del poco apoyo que reciben. “La Federación Andaluza hace muy poco por nosotras. En un principio no querían ni que hablara con los medios”. Además, los aficionados, aunque en su gran mayoría se comporta correctamente, hay excepciones bochornosas. Otra colegiada lo relata así:“El público se suele portar bien, pero a veces hay gente que se pasa de la raya. Y como somos mujeres, se pasan aun más. Puta o vete a fregar son las frases más repetidas”.

Quien sí ha querido dejar constancia de su experiencia es Sarai Dios Murias, de San Sebastian: “En un partido de categoría de infantiles entre el Portugalete y el Romo, uno de los dos equipos no tenía ni fichas ni delegado. Empezamos el partido tarde y tuve que sacar dos veces tarjeta negra al público (una medida para castigar el mal comportamiento en el deporte escolar que al ser mostrada por dos veces, se suspende la actividad) por recibir insultos machistas y amenazas de la grada. Tuve que irme corriendo al vestuario y me protegieron un grupo de juveniles que jugaban después. Además, la mayoría de los insultos viene por parte de las madres. Y sorprende. Ese día lloré de rabia, pero al día siguiente ya estaba pensando en el siguiente fin de semana. No me quitaron las ganas de seguir arbitrando; todo lo contrario, esas cosas me han hecho más fuerte.” No ha sido la única vez que Sarai ha sufrido este tipo de acoso. “Un día un entrenador me dijo que todo lo que iba a ganar lo iba a gastar en una discoteca y que si él estuviera allí iba a ser violencia de género”.

Son sólo tres  mujeres de las muchas que pitan cada fin de semana en nuestro país. Es necesario como conjunto de ciudadanos intentar acabar con la lacra del machismo que abunda en el fútbol. El deporte es una herramienta ideal para la formación educativa de los niños y es capaz de transmitir grandes valores. Sin embargo, esos padres, jugadores o entrenadores que vuelcan su odio y frustraciones contra esas mujeres que consiguen introducirse en un mundo como el del fútbol, deben ser señalados con el dedo y sancionados contundentemente. Además, resulta llamativo la poca seriedad por parte de las instituciones y lo nimias de las sanciones. El machismo es un mal a erradicar. En el fútbol y en la vida.