Independientemente del número de víctimas que provoque, un ataque terrorista como el perpetrado este miércoles en Londres siempre consigue su objetivo: sembrar el pánico entre la población y desesperar a las autoridades, que ven cómo el enorme aparato de seguridad del estado no consigue evitar acciones de ese tipo. Sin embargo, no hay más que echar la vista atrás para certificar que la lucha contra el terror del yihadismo radical ha conseguido algo muy importante en los últimos años: impedir a los terroristas organizarse para cometer atentados de gran envergadura similares a los de 2001 en Nueva York, con miles de muertos, los de Madrid en 2004, con cerca de 200, o los de Londres en 2005, que causaron medio centenar de víctimas.

Lo ocurrido en Francia en los últimos dos años podría desmentir en parte lo anterior, pero hay que tener en cuenta que el país vecino, el mayor exportador de Europa de combatientes al califato de Daesh, se ha convertido al mismo tiempo en el principal objetivo de su ira. Y también allí hay una diferencia entre lo ocurrido en París en 2015, cuando el ataque coordinado de varios terroristas suicidas causó 130 muertos en las calles de la capital y en la sala de fiestas Bataclán, y el resto de atentados perpetrados en el país, como la matanza de la revista Charlie Hebdo o la muerte de 84 personas arrolladas en Niza por un camión con un suicida al volante mientras celebraban el 14 de Julio, día de la fiesta nacional.

Por muy aparatosos que sean, los ataques perpetrados últimamente en París, Bruselas, el de ayer de Londres e incluso el incidente de este jueves en Amberes, protagonizado por un hombre que ha intentado atropellar a una multitud en una calle comercial de esa ciudad belga, son obra por lo general de lo que se ha dado en llamar lobos solitarios. Según los expertos se trata de personas muy influenciadas por el yihadismo islamista cuyas acciones son puramente individuales o, todo lo más, fruto de una pequeña organización local muy radicalizada y generalmente vigilada por la policía. Control que no siempre impide la comisión de actos terroristas, pero que según las fuerzas de seguridadha evitado muchos en los últimos años.

Más experiencia y mejor coordinación por parte de los cuerpos de seguridad occidentales. Esto es lo que se encontró el autodenominado Estado Islámico cuando tomó el testigo de una Al Qaeda debilitada tras la muerte de Osama Bin Laden. Centraron su guerra en Irak y Siria y llegaron a controlar una gran extensión de territorio y grandes ciudades como Mosul, pero no se olvidaron de su guerra contra el infiel. En septiembre de 2014 un portavoz de Daesh incitó a sus potenciales seguidores, estuvieran donde estuvieran, a asesinar enemigos de cualquier manera posible:  "Aplasta su cabeza con una roca, degüéllalo con un cuchillo, atropéllalo con tu automóvil o empújalo desde un lugar elevado". El resultado es un nuevo terrorismo de baja intensidad, igualmente eficaz en su forma de generar pánico, pero con un número muy reducido de víctimas mortales.

Coche y puñal es, precisamente, lo que utilizó el terrorista de ayer, identificado como Khalid Masood, nacido en Inglaterra hace 52 años, con antecedentes por delitos violentos e investigado hace algún tiempo por Scotland Yard por su relación con el yihadismo radical. Un perfil bastante conocido por la policía británica.

Londres 2005, una ciudad totalmente paralizada

Nada que ver con los atentados de principios de siglo. Pasé una temporada en Nueva York como corresponsal interino poco después de los atentados de 2001 y raro era el día que no saltaba alguna sospecha o aviso de ataque por parte de Al Qaeda. En una sociedad atemorizada, como aquella, era muy fácil continuar sembrando el miedo.

Fui testigo en Londres de los atentados del 7 de julio de 2005 y pude recorrer la ciudad de oeste a este inmediatamente después de los hechos y lo que vi es muy diferente a lo ocurrido ayer. Aunque era una parte muy amplia la que estuvo acordonada en los alrededores del Parlamento, el resto de la ciudad continúo más o menos su ritmo a pesar de la conmoción. En 2005 se detuvo casi totalmente el tráfico rodado en toda la ciudad y el llamamiento de la policía fue que la gente no saliera de sus casas si no era estrictamente necesario.

El transporte público quedó paralizado en la almendra central, incluida la City, y al salir del trabajo, a partir de media tarde, miles de londinenses tuvieron que hacer gran parte de su trayecto de regreso a pie. Apenas se veían coches particulares y los taxis estuvieron constantemente ocupados hasta que los autobuses empezaron a circular algunas horas después.  

La conmoción duró varias semanas y hubo otros intentos de atentados de inspiración yihadista durante los años siguientes que recordaban permanentemente la posibilidad de que se repitiera una tragedia similar.

Una década después, el balance es de un par de ataques perpetrados por personas consideradas lobos solitarios"¡ y la acción de ayer, que por muy amparada que estuviera por una red próxima a su vida diaria fue obra de un solo individuo. La capital británica no ha vuelto a sufrir algo similar a lo ocurrido en 2005, cuando cuatro terroristas suicidas, bien pertrechados y coordinados, causaron la mayor masacre terrorista de su historia.