La socialdemocracia europea está enferma y nadie sabe cuál es su mal. Desorientada y sin apoyo electoral, la ideología que dignificó a la clase obrera en la Europa de la posguerra y que modernizó España a finales del siglo pasado atraviesa uno de los peores momentos de su historia.

El ejemplo más reciente lo tenemos muy cerca. El antes todopoderoso Partido Socialista Francés hace aguas y por las rendijas huyen quiénes hasta hace poco se erigían como sus baluartes. A la espera de lo que ocurra en las elecciones legislativas de junio y de una futura e inevitable refundación, la socialdemocracia en Francia permanece en cuarentena mientras el recién elegido presidente Macron, ex socialista reconvertido al liberalismo transversal, hace juegos malabares con varias fuerzas políticas inscritas en el arco de la moderación. Todo un experimento cuyo resultado está​ por ver.

Entre tanto, otros dos países europeos, Alemania y Portugal, constituyen en este momento los ejemplos más claros en los que fijarse para intentar remodelar la socialdemocracia europea. Un tercero, Reino Unido, también intenta centrar su rumbo. Eso sí, se trata de modelos diferentes entre sí que probablemente no sean extrapolables. Deben tomarse, por tanto, como simples sugerencias a tener en cuenta en el camino hacia la recuperación del enfermo.

Socialdemocracia a la alemana

Con el nombramiento de Martin Schulz, ex presidente del Parlamento Europeo, como candidato a la Cancillería alemana, el Partido Socialdemócrata, SPD, parecía haber dado con su piedra filosofal. Tanto en la izquierda como en la derecha le vieron como el sustituto ideal de una Merkel que se presenta a la cuarta reelección el próximo 24 de septiembre. El partido experimentó un inusual repunte en su apoyo popular y cundió el optimismo en sus filas. Dio un pequeño giro a la izquierda con la intención de recuperar a los votantes frustrados con el gobierno de coalición liderado por los conservadores de la Unión Cristiano Demócrata, CDU, con el apoyo del SPD, y puso el acento en políticas sociales, como ofrecer un mayor apoyo a los parados de larga duración o asegurar un nivel mínimo para la jubilación. Unas propuestas presumiblemente acertadas en un país con grandes zonas desindustrializadas y una población cada vez más envejecida.

Con esos mimbres, y con el apoyo de verdes y poscomunistas, Schulz podría intentar formar el único gobierno capaz de desbancar a Angela Merkel después de doce años de mandato, pero su giro a la izquierda no ha tenido un buen resultado por ahora. La victoria de los conservadores en las elecciones celebradas el fin de semana pasado en Renania del Norte-Westfalia supusieron un varapalo importante para el renacido SPD. Según un sondeo posterior, el 76 por ciento de los votantes que abandonaron el bando socialdemócrata lo hicieron por "falta de concreción en el programa".

Schulz tiene la excusa de que es un recién llegado que apenas lleva tres meses al frente del partido y todavía confía en una remontada que supondría un cambio de rumbo fundamental para Europa. Especialmente si consigue dejar atrás la política de austeridad extrema impuesta por el gobierno de la canciller Merkel.

El milagro portugués

Hay un lugar en una de las esquinas de Europa donde la socialdemocracia mantiene la bandera en alto, Portugal. A la manera de la irreductible aldea gala de Astérix y Obélix, el socialista Antonio Costa preside el gobierno más estable de los últimos tiempos y gestiona el país con eficacia probada.

No solo ha revertido los recortes sociales impuestos por anteriores gobiernos que siguieron sin rechistar el austericidio de la Troika comunitaria, sino que ha hecho crecer la economía y ha conseguido crear empleo. Un país en el que la tristeza se palpaba en la calle, como me contó un amigo asiduo visitante de Oporto, sonríe ahora gracias a las siguientes medidas: aumento del salario mínimo, reducción del IVA, restauración de la sueldos de los funcionarios y las pensiones e implantación de una tarifa social energética que alcanza a 700.000 familias. Y todo ello sin que peligre la estabilidad financiera del país.

Dos son las patas fundamentales de este " milagro" que ha superado ya a la mitad de su segundo año de vida: una mejor utilización del dinero público y un gobierno encabezado por el Partido Socialista que cuenta con el apoyo del Bloque de Izquierdas, una especie de Podemos, y el Partido Comunista, y que contra todo pronóstico ha conseguido mantener la estabilidad necesaria para gobernar sin sobresaltos.

El nuevo rumbo del laborismo británico

Aunque son las más tangibles en este momento, no son estas las únicas perspectivas para la izquierda. El partido laborista británico acaba de presentar un programa electoral de cara a las elecciones de junio en el que describe su visión de lo que debe incluir una propuesta socialdemócrata para convencer al electorado. Lo recoge en un artículo el joven politólogo Owen Jones: Un partido de centroizquierda tiene que estar dispuesto a invertir en la economía, modernizar los servicios básicos y hacer que las clases acomodadas paguen más impuestos.

El modelo actual, afirma, no ha servido para mejorar la vida de la clase trabajadora y debe de cambiar. El problema para el laborismo británico es que su líder, Jeremy Corbyn, tiene muy pocas posibilidades de ganar las elecciones según los sondeos. Y esa es otra cuestión importante que los partidos socialdemócratas deberían tener muy en cuenta: elegir candidatos solventes, honestos y, sobre todo, creíbles.