Cuando el silencio invade la noticia, tu recuerdo se instala para siempre en la memoria y deja un inmenso dolor que sólo es capaz de dejar paso a la tristeza.

Porque eres tan buena gente como los buenos socialistas, capaz de abrir una sonrisa ante el desaire y una palabra mágica para despedirte. Te fuiste sola en el sigilo, subida a la calma y al reposo, compañera.

El día que te presentaste a secretaria general de los socialistas en el pueblo que vio nacer a tu padre, Olula del Río, me dijiste al acabar el acto, “vamos a tomar algo a la casa de mi tío”. Y allí estábamos alegres e inquietos, con tu padre Baltasar y tu madre Esther, una decena de compañeros alrededor de tu mirada y una alegría inmensa llena de orgullo y la determinación infinita que siempre fue tuya.

Profesora Chacón, cuya vocación docente sólo era superada por la política. Aquella que nació de ti en el seno de las Juventudes Socialistas de Cataluña a tan temprana edad, en el momento justo, la que te dio la fuerza por la que luchaste contra el abuso y el privilegio.

Concejala de Esplugas, la ciudad que te vio nacer, de aquel Bajo Llobregat del que siempre estuviste tan orgullosa y en el que tantas veces paseaste por la calle Montserrat, donde tus sueños eran larvas que quisieron convertirse en mariposas.

Diputada tan joven, sentada después en la Mesa del Congreso, esbelta y dispuesta a cumplir siempre con el deber del demócrata y la obligación del cargo público que siempre llevaste con la solemnidad dispuesta.

Ministra de aquellos brillantes gobiernos que sumaban soluciones a los problemas inagotables de un mundo atroz e impenitente. Kosovo, Somalia, Bosnia… tu dedicación y tu voluntad inextinguible, tu determinación dispuesta mientras los soldados erguidos saludaban a una mujer embarazada que podía sostenerles la mirada.

La fuerza de la razón y la voluntad de la pasión que te llevaron a presentarte a secretaria general de todos los socialistas en aquel 38º Congreso de Sevilla y que perdimos por un parpadeo que, sin embargo, no logró cerrar tus ojos.

Aquella llamada tuya en aquellos malos momentos, tu fuerza y tu cariño, tu lugar en el corazón de tus amigos.

¿Y ahora qué? Ahora que se han apagado las luces y que solo queda tu recuerdo, mujer que hiciste de los techos de cristal añicos, quedará tu mirada y tu sonrisa, tu legado y tu recuerdo, y, Carme, para siempre un dolor inconsolable de haber sido compañero tuyo, compañera.