El presidente electo hizo lo mismo que los malos actores que saben que lo son, pagar a gente para que aplaudiera su actuación. Como personaje televisivo que es, Trump es consciente de que las ovaciones y las risas pueden añadirse a discreción tanto si el programa es grabado como si es en directo. Grabadas previamente, claro. El volumen elegido por el realizador contribuye a ensalzar gracietas o a ocultar deslices, pero ¿cómo hacerlo en una comparecencia de prensa crucial y repleta de reporteros que en su mayoría iban a desconfiar de él o incluso a atacarle?

Según el periódico digita político.com, contratando actores para que le jalearan en los momentos más difíciles. Es decir, lo mismo que en los tiempos de la clac en España, cuando se podían comprar entradas para el teatro a mitad de precio a cambio de comprometerse a animar el espectáculo. Y vaya si se notaba.

Según esa información, Trump ya hizo algo parecido hace 20 meses cuando compareció en la neoyorkina torre Trump para anunciar su candidatura, pero ayer era mucho más importante salir airoso. Ya sabía que quienes esperaban de él una mayor moderación fruto de la aproximación a la inevitable fecha del 20 de enero iban a sentirse decepcionados. Luego estaban los enemigos habituales dentro de la canallesca, ya conocidos y a los que había que neutralizar. Trump había decidido ser Trump, es decir, ese personaje maleducado, histriónico y faltón que cosechó durante la campaña y cuyo fruto está a punto de recoger en la forma del sillón político más codiciado del planeta.

En la comparecencia de ayer ni siquiera le hacía falta contratar una clac extra. Bastó con sus tres hijos mayores, el vicepresidente electo, Mike Pence, y los numerosos personajes precontratados a dedo que esperan como buitres la hora de dejarse caer sobre los sillones de la nueva Administración norteamericana. Todos ellos le ayudaron a contrarrestar la ofensiva de la prensa sobre sus conexiones con Rusia y la utilización de hackers informáticos para actuar en su favor durante la campaña electoral. Y le jalearon convenientemente cuando, autoritariamente obsceno, mandó callar al periodista de la CNN Jim Acosta acusándole de publicar noticias falsas.

 “Montón de basura fallida”

Nada menos que siete filas de adeptos separaban al electo Trump de sus adversarios de la prensa. Así es como considera a los medios, a los que incluso culpa de no comparecer más porque luego difunden informaciones falsas. Por eso llevaba siete meses emboscado en Twitter, un instrumento a su medida y absolutamente unidireccional en la medida que no tiene necesidad de hacer caso a la avalancha de tuits que critican sus ocurrencias.

A la web que se atrevió a publicar el dossier anti Trump a pesar de no estar convenientemente verificadas, Buzzfeed, la calificó de “montón de basura fallida”. No es que sea muy fiable esta página de cotilleos, pero en este caso pudo dar en el clavo dando por buena una sospecha que, en parte, han constatado las agencias de inteligencia contra las que también ha arremetido. 

La clac de Trump tuvo que esforzarse más en los momentos más delicados. Por  ejemplo cuando un periodista le preguntó si iba a hacer públicos los impuestos que paga, uno de los puntos más negativos de este multimillonario que según algunas informaciones podría haber estado cerca de dos décadas sin contribuir con el fisco norteamericano. “A los únicos que les importa este tema es a los periodistas”, apostilló, “y no a los ciudadanos”. ¿Y que son los informadores sino intermediarios entre la gente y los políticos?

Del mismo modo se comportaron los corifeos de Trump cuando afirmó rotundamente que él iba a ser más duro que Hillary Clinton con Rusia y China o cuando se transformó en el dios de la creación de los puestos de trabajo.

Prometió Trump algo nunca visto para el día de su proclamación como presidente de los Estados Unidos, que suele ser una ceremonia vistosa y solemne para uno de los momentos más señalados de la democracia americana. Solo faltaría que el próximo inquilino de la Casa Blanca obligase a sus partidarios más próximos a interpretar algún tipo de elegía, de pompa y circunstancia fuera de tono dedicada al jefe. Pero no es descartable, porque algo así es lo que hicieron ayer.