Lo que parecía un episodio más de la vieja guerra fría que todavía enfrenta a Estados Unidos y Rusia ha resultado ser una auténtica jugarreta del zorro Putin hábilmente urdida contra el pato cojo Obama. La lógica diplomática forjada durante décadas entre ambos países determina que la expulsión de una treintena de funcionarios rusos como castigo al hackeo del partido Demócrata para, presuntamente, beneficiar al candidato Trump durante la campaña electoral debería responderse con una medida similar por parte del Kremlin.

Así ocurrió en 2001, cuando Estados Unidos expulsó a medio centenar de diplomáticos rusos tras descubrir que un agente del DNI, un tal Hanssen, había espiado a favor de Moscú durante quince años, y el gobierno ruso hizo algo similar.

¿Por qué ahora no hace lo propio Putin, que también era presidente de Rusia entonces? La respuesta puede explicarse con una lógica zoológica: el astuto zorro Putin quiere comerse al pato cojo Obama cuando más tierno está, es decir, a pocas semanas de abandonar definitivamente la presidencia.

Pato cojo es como se denomina al presidente norteamericano en las postrimerías de su mandato, cuando sus decisiones pierden fuerza en favor de la Administración entrante. Y quien entra en enero en la Casa Blanca es un empresario rico, imprevisible y políticamente ignorante que ha manifestado varias veces su simpatía por Putin.

!Peligro inminente! debió pensar Obama,  porque la actitud de Trump, de auténtico león que amenaza con desgarrar logros como el Obamacare, se ha transformado en la de un corderito que ha llegado a calificar de “elegante” la decisión de Putin de no responder a la expulsión de diplomáticos. “Hay que mirar hacia adelante”, ha dicho Trump, anticipando una nueva etapa en las relaciones de EEUU con Rusia.

Espías y misiles

El colapso de la URSS propició un deshielo en las relaciones entre ambos países que supuso una nueva era de tranquilidad para el mundo. Los dos han reducido paulatinamente su capacidad nuclear medida en número de cabezas nucleares, pero la desconfianza se ha mantenido intacta, y prueba de ello han sido los constantes episodios destapados en sucesivas guerras de espías que han culminado en la actual, la peor de todas, la manipulación informática para intentar alterar el curso de la democracia norteamericana.

Confirmado el hecho por el FBI y varias agencias de seguridad, a Obama no le ha quedado más remedio que actuar, pero la no respuesta de Putin y la actitud de Trump han devaluado considerablemente el escaso poder que le queda al todavía presidente de EEUU.

A la incertidumbre creada hay que añadir una realidad matizada en varias declaraciones de Trump y de Putin: los dos pretenden ampliar su todavía enorme capacidad nuclear. Los dos poseen miles de cabezas nucleares que pueden destrozar la Tierra varias veces. Por eso se entiende menos que Trump haya desautorizado a Obama y que persista en su extraño idilio con Putin. El espionaje, por perverso que resulte a veces, forma parte del mismo juego y de una tensión disuasoria que ha contribuido a  mantener la paz. Una paz que ahora está en manos de dos personajes imprevisibles.