Ahora es Donald Trump quien lo proclama, pero antes fue Berlusconi en Italia y, gracias en parte a su fortuna, fue primer ministro durante nueve años, uno más de los que podría llegar a estar el norteamericano si el mes que viene consiguiera acceder a la Casa Blanca. El paralelismo entre ambos personajes ya lo trazó el Washington Post hace algún tiempo: Demagogia bufa de barra de bar, machismo desmedido, promesas de riqueza para todos, presunta proximidad al ciudadano medio y dinero, mucho dinero encima de la mesa para intentar demostrar que un país se puede gestionar como si fuera una empresa y sacarle rendimiento.

Todo falso, claro, porque lo mismo que Berlusconi entonces, Trump oculta empresas en bancarrota y, amparándose en la laxitud de las leyes de su país, ha pasado veinte años sin pagar impuestos o pagando mucho menos de lo exigible y razonable para un multimillonario.  

Aun así quiere el poder. Casi podría afirmarse que quiere "comprar" el poder.  Según la lista Forbes, Trump posee más de 3.000 millones de euros, monto que él mismo aumenta hasta los 9.000 porque le gusta hablar de dinero y porque cuanto más tenga, pensará, mejor le valorarán los ciudadanos a los que pretende embaucar. ¿Suficiente para conseguir su capricho? Otros lo han obtenido con menos, aunque no en Estados Unidos. También hay quien se ha limitado a escalar en el ranking institucional y otros, por último, han aprovechado su paso por el Olimpo político para incrementar su fortuna. Hay ejemplos de todo ello en diferentes países, y algunos de lo más insospechado.