El nombre del director canadiense Denis Côté apenas resultará familiar. Sus películas no han llegado a nuestras pantallas, salvo por su puntual paso por algún festival sin levantar demasiado interés. Entre la ficción y el documental, su filmografía es irregular pero siempre persiste una mirada singular y personal hacia la realidad con un peculiar acercamiento tanto argumental como visual, como se aprecia en las magníficas Les lignes ennemies (2010) y Curling (2010), en el documental Bestaire (2012) o en la irregular pero turbadora Vic+Flow Saw a Bear (2013).

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Boris sin Béatrice posiblemente no sea la mejor película de Côté, pero quizá sí sea la más accesible de su filmografía, permitiendo de esta manera acercarse al director canadiense con mayor facilidad. En ella,  Boris Malinowski (James Hyndman), un empresario de gran éxito, de origen ruso, debe retirarse a su casa de campo para acompañar a su esposa,  Béatrice, ministra del gobierno de Canadá, quien se encuentra en un extraño estado depresivo. Boris, a pesar de la aparente devoción hacia su esposa, mantiene una relación sexual con una compañera, Helga, y pronto comenzará otra con Klara, la joven rusa que ha contratado para cuidar de su mujer. Un día recibe una nota anónima que le cita por la noche; cuando llega, un extraño hombre, interpretado por Denis Lavant, avisa a Boris que la curación de Béatrice pasa por un cambio radical en su vida.

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Boris es un hombre de derechas, agresivo, prepotente, seguro de sí mismo y, sobre todo, de su posición. Privilegiado en todos los aspectos para hacer y deshacer, menos, eso sí, la enfermedad de su esposa. Y para conseguirlo, el cambio que, al parecer, debe operar en su vida, es demasiado duro como para aceptarlo sin más. Côté realiza la película como una fábula, casi moral, alrededor de Boris, integrando la acción en el terreno de la comedia negra. El cineasta canadiense plantea un desarrollo moral alrededor de Boris que puede tener un mayor alcance a la hora de evaluar ciertos comportamientos de una cierta capa social. Si bien es cierto que el planteamiento de Côté, en general, es algo simple en su fabulación moral, también lo es que resulta efectiva gracias al trabajo visual que lleva a cabo, adecuando su característico y frío formalismo a la forma de ser de su personaje. Así, la construcción de los planos, la fotografía en tonos metalizados y el ritmo moroso acaban creando una atmósfera propicia para hacer que Boris se mueva en busca de una reconciliación humana y afectiva con aquellos que le rodean, en especial esposa, madre e hija, dejando de utilizar a las otras dos mujeres –Helga y Klara- como simples figuras de satisfacción sexual. Rodeado de mujeres, a unas ha tratado de mala manera, a las otras con meros objetos.

Boris sin Béatrice puede resultar exasperante si no se entiende que el ritmo y la extravagancia de algunos elementos son partícipes de la caracterización de Boris y de las leves vicisitudes en las que se ve envuelto para, al final, dejar de ser un auténtico cabrón retrogrado y convertirse en algo parecido a un ser humano. Porque Côté, en su fabulación moral, por simple que pueda ser, al final, lo que propone como remedio a la enfermedad –la que sea- de esta sociedad, es el humanismo.