Los demonios, la primera y estupenda película de ficción de Philippe Lesage, arranca con un grupo de niños bailando, moviéndose frenética al menos. La cámara se mueve alrededor de sus cuerpos y rostros mientras la música, que sin ser agresiva sí posee una fuerte sonoridad, junto a las imágenes, crea ya extrañeza alrededor de los niños, en especial, del protagonista de la película, Félix (Édouard Tremblay-Grenier), un joven a punto de entrar en la adolescencia.

Félix se enfrenta a una situación vital compleja. Sus padres no mantienen un matrimonio tranquilo, como demuestra una secuencia en la que discuten, una de las mejores de la película no sólo por su crudeza, también por su inmediatez; además, percibe la posibilidad de que su padre sea infiel con la madre de un amigo que, como vemos en una extraña imagen, limpia desnuda la casa. Por otro lado, siente atracción por su profesora, Rebecca (Victoria Diamond), deseo que acaba dando salida a través de un juego sexual con otro niño y que conducirá a Félix, en tercer lugar, a otra problemática: sus dudas acerca de su sexualidad. Así, Lesage nos plantea un relato de alguna manera inscrito en las historias de iniciación juvenil jugando con elementos narrativos que no suponen novedad alguna, pero que el cineasta canadiense trasciende a través de la puesta de la escena, de la creación de unas imágenes de gran elegancia formal y que, sin embargo, esconden lo insano y lo inquietante.

[[{"fid":"62367","view_mode":"ancho_total","fields":{},"type":"media","attributes":{"alt":"'Los demonios', de Philippe Lesage","title":"'Los demonios', de Philippe Lesage","class":"img-responsive media-element file-ancho-total"}}]]

Los demonios se construye, hasta un determinado momento, a través de la mirada y el punto de vista de Félix, de ahí que Lesage mueva la cámara siempre con atención a cómo mira, pero también creando imágenes a partir de su mirada. La inquietud del joven hacia su entorno acaba conformando una visión de la realidad sombría, temerosa hacia una realidad que no entiende, que le sobrepasa. Mediada la película, además, surgirá un contexto que amplia esos miedos: la desaparición en la zona de niños, lo cual llevará a un cambio de punto de vista en la película que ofrece, además, algunas secuencias verdaderamente perturbadoras por su sencillez, por mostrar cómo el peligro no se encuentra en lo deforme, sino que puede provenir de una figura hasta entonces no solo cotidiana y casi familiar, sino tan adecuada a la sociedad que es imposible percibirla. Pero está ahí. Lesage lleva a cabo una puesta en escena que revela una frialdad expositiva y de acercamiento a los personajes y a la historia, pero permite a su vez momentos de gran humanismo, como todo lo relacionado con Félix y sus dos hermanos  mayores.

[[{"fid":"62368","view_mode":"ancho_total","fields":{},"type":"media","attributes":{"alt":"'Los demonios', de Philippe Lesage","title":"'Los demonios', de Philippe Lesage","class":"img-responsive media-element file-ancho-total"}}]]

El cineasta canadiense, sabedor de que trabaja un material argumental sencillo en su superficie, aunque complejo en su interior, apuesta, con gran acierto, en dejar que sean las imágenes y la atmósfera creada, la que vaya creando la oscuridad, a pesar de la luminosidad de la fotografía, para conseguir que aquello que anida bajo una aparente normalidad sea desvelado mediante el trabajo visual, con planos fijos alargados en ocasiones hasta lo extenuante, con planos secuencias con movimientos laterales de cámara que crean incomodidad al moverse sobre la superficie de lo cotidiano que, sin modificar ésta, transmiten siempre la sensación de que bajo esas figuras en apariencia banales, simples, se esconde siempre un peligro. Porque, los demonios a los que hace referencia el título, no son otros que aquellos que acechan, desde diferentes perspectivas, y sin necesidad de manifestarse en todo momento, al niño, y por extensión, a la infancia.

Hay en Los demonios, además, una dialéctica conformada entre unas imágenes de gran belleza formal y lo siniestro que aguardan en aquello que sugieren, casi siempre en un plano invisible. Y esto es posible a que Lesage se ha tomado muy en serio la construcción de las imágenes en todo momento, cuidando cada plano, dejando que respire la imagen, como decíamos, en ocasiones hasta la turbación. Y no porque lo que veamos sea molesto, ni mucho menos, sino porque lo cotidiano se presenta amenazador desde su familiaridad, su cercanía. Hay algo perverso en Los demonios más allá de lo que cuenta, debido a cómo lo cuenta. Un plano fijo de un hombre en un coche con un niño es más perturbador por intuir lo que puede pasar que lo que estamos viendo, que no es demasiado. Y aun así, no supone lo más chocante de una película sorprendente en todos los aspectos, no exenta de ironía en su sutilidad, que consigue que la mirada de un niño nos revele mediante las imágenes un mundo amenazante y extraño.