Robert Guédiguian ha intentado a lo largo de su carrera alternar títulos dramáticos con otros cómicos o que variasen de género lo máximo posible. Así, en 2015 dirige Una historia de locos tras El cumpleaños de Ariane, un regalo en forma de comedia absurda para su mujer Ariane Ascaride, quien ha acompañado el cine de su marido desde hace ya bastantes años. El cambio de una película a otra es tan patente como la relación que se puede establecer, desde un punto de vista discursivo, no tanto argumental, entre Una historia de locos y El ejército del crimen o Lady Jane, como, desde uno militante, con casi toda su carrera. Porque a pesar de la irregularidad de la filmografía de Guédiguian, siempre ha buscado una estrecha relación entre el medio cinematográfico y unas intenciones ideológicas que han ido variando con el paso de los año, al igual que lo ha sido su acercamiento, adaptando sus intereses a cada momento, si bien, Guédiguian pertenece a esa clase de cineasta europeo que hoy en día apenas despierta atención, y si lo hace es en gran medida a que tiene la suerte de todavía ser programado en festivales de cine con lo que al menos logra que sus películas consigan ser reseñadas o tengan una distribución medianamente normal (aunque Una historia de locos haya tardado dos años en estrenarse). Los gustos cinematográficos cambian y miradas como las de Guédiguian han quedado, para cierta cinefilia, en un cierto limbo pasado, por recientes que sean, que no cotizan en las esferas críticas.

En Una historia de locos Guédiguian parte del libro La bomba del periodista española José Antonio Gurriarán, quien en diciembre de 1980, al salir del edificio del diario ‘Pueblo’ escuchó una explosión mientras caminaba por la Gran Vía. Cuando vio que había sido posiblemente una bomba se introdujo en una cabina telefónica para llamar a un fotógrafo y otra bomba estalló, en esta ocasión, bajo sus pies. Durante meses estuvo en el hospital, con la perspectiva de perder las piernas. Y mientras tanto, se informó profusamente sobre quienes habían perpetrado el atentado, y, así, en 1982, en el Líbano, se reunió con los líderes del ESALA (Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia) para estar junto a quienes habían organizado aquel atentado.

[[{"fid":"60583","view_mode":"ancho_total","fields":{},"type":"media","attributes":{"alt":"'Una historia de locos', de Robert Guédiguian","title":"'Una historia de locos', de Robert Guédiguian","class":"img-responsive media-element file-ancho-total"}}]]

La película comienza en Berlín, el 15 de marzo 1921, tras una conversación sobre un gran tablero de ajedrez en la que se dice que las grandes batallas se han librado, en realidad, en la intimidad de las casas, alusión a que es ahí donde, en verdad comienzan los problemas. O pueden hacerlo. Lo cual tiene relación con lo que pasará después, cuando el joven armenio Sogjomon Tejlirian asesine de un disparo en la cabeza a Talat Pachá, quien fuese años antes un cargo importante del Imperio Otomano (Turquía) durante la Primera Guerra Mundial, uno de los causantes del genocidio armenio entre 1915 y 1916, con más de un millón y medio de armenios muertos, una de las grandes salvajadas del siglo XX no siempre del todo recordada. Tras el juicio, Tejlirian fue declarado no culpable contra todo pronóstico y, desde ese momento se convirtió en una figura mítica para la lucha armada de los armenios contra los turcos para, entre otras cosas, recuperar su territorio. Tras este comienzo, Una historia de locos nos sitúa a finales de los años setenta y comienzos de los ochenta, cuando Aram comente un atentado y mata al embajador turco en París, dejando, a su vez, a un joven, Gilles, quien iba detrás del coche de éste, en el hospital con las piernas en muy mal estado.

A partir de ahí la película se articula en dos líneas. Una para seguir a Aram en su marcha de Francia hacia los campos de entrenamiento para seguir con la lucha armada; la otra para situarse en casa de sus padres a donde acaba llegando Gilles, quien desea enfrentarse a su verdugo, conocer a Aram. Ambas líneas crean una película basada en la dialéctica, tanto visual como discursiva, que muestra, regresando a lo anterior, que todo se dirime, o eso parece, en los pequeños espacios familiares. Guédiguian usa ese entorno cotidiano para, a través del personaje de la abuela de Aram, quizá el central de la película, mostrar una herida abierta y transmitida a lo largo de las décadas: no hay olvido del horror engendrado por los turcos y la lucha debe seguir. Pero se percibe una ruptura generacional, un hueco, que llega hasta Aram, su nieto, quien en plena efervescencia de los movimientos de luchas armadas, sigue antes el odio todavía latente de su abuela que la moderación de sus padres.

[[{"fid":"60584","view_mode":"ancho_total","fields":{},"type":"media","attributes":{"alt":"'Una historia de locos', de Robert Guédiguian","title":"'Una historia de locos', de Robert Guédiguian","class":"img-responsive media-element file-ancho-total"}}]]

Esa familia sirve al cineasta para trazar una mirada sobre la violencia, sobre quién la ejerce y sus motivos, así sobre quién la recibe, en este caso de manera fortuita. Gilles, quien acaba entiendo las razones de los armenios, sin embargo, necesita de enfrentarse cara a cara con Aram. Y ese encuentro acaba presentándose como la metáfora de unas imágenes que persiguen crear distancia entre lo que narran y el espectador. Guédiguian, quien no puede evitar un posicionamiento, persigue el no dar ideas claras, sino exponer los hechos y dejar que sea el espectador quien, si lo desea, juzgue y cuestione lo que ha visto. Crea una paradoja que, en verdad, no desea zanjar por mucho que las imágenes finales así lo haga pensar. Guédiguian comprende que, a estas alturas, el cine puede exponer ideas y conflictos, pero nunca dar con la solución.

Una historia de locos asume desde el comienzo su postura de narrador de unos hechos y de un mensaje, o varios, que el espectador deberá poner en orden con su propias ideas, aunque Guédiguian se encarga de mostrar la complejidad de una situación en la que, en un momento dado, todos los afectados tienen razón. Aunque irregular y en exceso larga, Una historia de locos es la película de un cineasta en plena libertad, que sabe de sus limitaciones, pero también de sus grandes virtudes, que sabe que está manejando un material muy sensible y que cae en determinados momentos en subrayados y secuencias innecesarias. Pero a su vez nos presenta una más que interesante y coyuntural mirada hacia la lucha armada. Y enfrentar a víctimas y verdugos en un mismo plano no es mal comienzo para buscar un inicio e indicio de posible comprensión.