Dos años ha tardado en estrenarse Redención, dirigida por Antoine Fuqua entre The Equalizer y Los siete magníficos, película que parece alejarse temáticamente de los contornos de su filmografía y que demuestra cómo un trabajo visual personal y creativo puede conseguir que los defectos de un guion convencional y arquetípico queden en un segundo plano –que no, por desgracia, desaparezcan por completo-.

Redención se ajusta a la perfección a los esquemas narrativos y estructurales de las películas pugilísticas con un elemento melodramático que vehicula la acción y a los personajes. Así, Billy Hope (Jake Gyllenhaal), campeón invicto, ve como su esposa, Maureen (Rachel McAdams), muere en medio de un fuego cruzado producto de una pelea que el propio Hope no ha evitado. Su vida, entonces, se introduce en una espiral que conlleva la pérdida de todo, incluida la custodia de su hija Leila (Oona Lawrence), por lo que deberá empezar de cero para recuperar su sitio y sobre todo a ella. No es Redención una película que sorprenda por su originalidad a la hora de plantear su relato; tampoco que todo acabe dirimiéndose sobre el ringo con Hope enfrentando al boxeador que estuvo involucrado en la pelea que acabó con la muerte de su esposa a modo de combate vengativo.

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No, no hay nada en Redención realmente nuevo y sería sencillo despacharla de ese modo. Sin embargo, Fuqua y los actores consiguen elevar la propuesta por encima de los deméritos de guion, o sobre su excesiva adecuación a una construcción académica, logrando una película densa en su planteamiento visual que posee un halo clásico en su estructura y en su tono que convierte el relato en una mirada atemporal, por mucho que sea manida, sobre la culpa y la búsqueda de perdón dentro de un planteamiento de contornos claramente melodramáticos que no esconde en momento alguno sus costuras, es más, las hace evidentes en busca de una emoción ahogada en todo momento. Hay en Redención un fatalismo inherente a la narración que, incluso en su feliz resolución, queda en el aire: la de unos personajes marcados por una tragedia la cual nunca lograrán superar. Un aspecto sombrío que recorre una película con una fotografía de tonalidades oscuras que, junto a unos encuadres siempre cerrados, crean unas imágenes que transmiten a la perfección ese sentido trágico de los personajes así como ese tránsito de Hope hacia una redención final que, sin embargo, posee algo amargo.

Redención, por otro, avanza con un ritmo que sorprende en tanto a que se toma su tiempo para ir desarrollando la historia, sin acelerar, dejando que todo fluya de tal manera que, al igual que su mirada y su estructura melodramática, parece surgir de un pasado cinematográfico que Fuqua resucita en el presente creando una disociación contextual: lo que vemos y escuchamos –canciones de Eminen, por ejemplo- lo reconocemos como pertenecientes a nuestro presente, pero se transmite mediante unos códigos que sentimos lejanos, casi impropios de él. Algo que, por fortuna, no produce una disonancia desagradable, sino todo lo contrario, pues Redención acaba poseyendo las formas de un relato fabulador y atemporal con tanta conexión con nuestra realidad como alejado de ella.

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De este modo, los personajes, su historia, poseen una fuerza y una construcción que puede entenderse –porque lo es- totalmente obsoleta para gran parte de la sensibilidad contemporánea. Y ahí es donde encontramos, precisamente, gran parte de las virtudes de la película, en alzarse sin complejos por encima de los tópicos que la componen al evidenciarlos de manera tan preclara que tan solo queda, tras su aceptación, dejarse llevar por unas imágenes que apelan a un sentido sensorial que está por encima, y mucho, de las conversaciones, las cuales, a veces, están de más en una película imperfecta que puede llegar a irritar y a aburrir pero que, para quien esto suscribe, posee la fuerza y la potencia de un cine que ya solo se puede (re)presentar en nuestro presente cinematográfico como una forma fantasmal y anacrónica pero que mantiene de manera plena su capacidad para emocionar gracias a su trabajo visual y a una total carencia de complejos para mostrar el desarrollo sentimental de sus personajes. Porque Redención es una de las pocas películas que, en los últimos años, ha logrado tomar una herencia cinematográfica como el melodrama y exponerla (manifestarla) de manera plena en nuestro presente con total naturalidad.