Aunque por supuesto terminas siendo tú mismo. Un viaje con David Foster Wallace, de David Lipsky, por fin traducido por José Luis Amores y publicado en Pálido Fuego, parte de una de las situaciones más incómodas que puedan vivir dos personas que no se conocen: la idea de viajar juntas durante la gira promocional de un libro, lo que implica viajes en coche y en avión, comidas y cenas compartidas, caminatas, paseos… La idea principal fue un encargo de Jann Wenner, editor de la revista Rolling Stone: David Lipsky, escritor y reportero, debía encontrarse con David Foster Wallace, inmerso en el tour de La broma infinita, que estaba cosechando un éxito inesperado (además de muy buenas críticas), y acompañarlo en esa gira para conversar. Por lo general, en Rolling Stone no les vale con una entrevista de media hora, como es habitual en la prensa: el reportero, el entrevistador, debe convivir unos días con quienes va a estudiar y sobre quienes va a escribir (recomiendo un libro maravilloso que recopila algunos de los grandes reportajes de la revista: Lo mejor de Rolling Stone, Ediciones B, 1995).

 

Así que tenemos a un hombre tímido, inseguro, lleno de manías y con episodios de depresión y algún intento de suicidio, sin olvidar ciertas temporadas de abuso del alcohol: un escritor llamado David Foster Wallace que está recibiendo una atención que nadie se esperaba por un libro "difícil" de más de 1.000 páginas. Y tenemos a un escritor que ha publicado, pero sin alcanzar aún el éxito, y que tiene que utilizar todas sus artimañas para sonsacarle jugosas declaraciones al entrevistado, aunque a veces eso cree pequeñas tensiones entre ellos. Lipsy y Wallace conversan sobre la fama, el éxito, la literatura, el cine, las drogas y el alcohol, la televisión, las primeras obras del segundo (La escoba del sistema, La niña del pelo raro, La broma infinita, Ilustres raperos), las firmas y las presentaciones de libros… Poco a poco se va creando complicidad entre ambos, y Lipsky logra lo más difícil: profundizar en las capas que envuelven a su entrevistado. Que éste se abra y desvele aspectos por los que muchos de sus lectores sentíamos curiosidad: por qué y desde cuándo utilizaba bandanas, qué tipo de autores le habían influido, cuánta relación había entre las drogas que consumen sus personajes y las drogas que probó él, cómo es su casa, cómo se desenvuelve en zonas públicas, frente a otras personas, en actos literarios y en no lugares. Lo que empieza como una situación incómoda acaba generando en una relación que no llega a ser una amistad total, pero que sienta las bases de una amistad pasajera, el modo en que dos hombres en ruta se conocen y se toleran, se respetan y se provocan.

 

El resultado es un libro esencial para fanáticos de DFW, donde podemos encontrar reflexiones sustanciales y tiras y aflojas entre sus conversadores. También sirve de guía para quien no haya leído sus libros y quiera tantear qué clase de persona era. Pero además nos interesa, y esto es algo que muy probablemente hayan olvidado la mayoría de los críticos, porque nos aproxima a la figura de un escritor interesante y aún desconocido (o sólo conocido por esta larga entrevista): David Lipsky, quien ya al comienzo demuestra de qué madera está hecho, en la introducción y el epílogo que sirven de aperturas. Wallace era un misterio, pero Lipsky fue capaz de desentrañar parte del mismo.