Acuario, la nueva novela de David Vann, posiblemente resulte desconcertante en sus primeras páginas si se compara no tanto con Cocodrilo, como con sus anteriores novelas, como Tierra, Caribou Island o Goat Mountain o su novella Sukkwan Island, dado que hay algo en su estilo que parece alejarla de ellas y volverla más convencional, más accesible. Aunque, por supuesto, es grato y necesario que un autor busque otros caminos, otras expresiones literarias, como sucedió con Cocodrilo en el caso de Vann, lo cierto es que Acuario desconcierta en un primer momento si se tiene en mente las novelas previas del autor, como si algo se hubiese quedado por el camino en el proceso de crear un estilo más limpio, más preciso si se quiere, pero mucho menos llamativo y personal que en obras anteriores.

Pero es una impresión que según avanza la lectura va diluyéndose, porque lo que Vann persigue, y consigue, en Acuario es introducirnos en una narración que avanza en su primera parte exponiendo una situación cotidiana, casi anodina, alrededor de Caitlin, una joven de doce años, narradora de la historia años después, quien vive con su madre soltera, Sheri, y a quien gusta ir al acuario a observar a los peces. Un día, un anciano se acerca a ella y entablan una especie amistad que Vann se toma su tiempo en ir desarrollando, como también lo hace en la relación que Caitlin establece con su amiga Shalini. El relato, desarrollado en los años noventa, tendrá su momento de inflexión cuando la madre se enfrente al anciano, pensando que quiere propasarse con su hija, y descubre que, en realidad, es su padre, el abuelo de Caitlin. Entonces, la novela se vira de una especie de drama familiar a los contornos del thriller, eso sí, desde una perspectiva interna antes que externa.

Si hasta ese momento Vann ya había mostrado su interés en introducirse en la complejidad de la relación madre e hija, a partir de ahí Acuario toma un camino muy diferente, mucho más duro y áspero, con una violencia contenida que poco a poco va desplegándose. Ahí aparece un Vann que no ha renunciado a sus temas básicos, especialmente las relaciones familiares, pero que sí ha optado, al menos en esta ocasión, por un estilo mucho más directo, sin recurrir tanto a las metáforas, por ejemplo, con una narración de gran fluidez bajo la cual ha logrado que trasciendan las ideas que quiere exponer. Esto no quiere decir que sus anteriores novelas mostrasen una gran complicación a la hora de leerlas, pero sí es patente en Acuario que Vann ha buscado un nuevo camino expresivo, explorando otras posibilidades.

Y el resultado es una obra que va enturbiándose según avanza mostrando una realidad compleja alrededor de la culpa y el perdón, de la imposibilidad de olvidar un pasado que ha dejado heridas abiertas. Con pasajes tan soberbios en su dureza, como el intento de Sheri de hacer comprender a su hija lo que sufrió ella en su juventud al tener que cuidar de su madre enferma tras el abandono de su padre. Vann sitúa a Caitlin en un momento de su vida de aprendizaje, teniéndose que enfrentar a unos adultos cuya vida está marcada por el dolor y una violencia apenas contenida. Y lo hace con gran elegancia pero sin dejar de lado su más que particular mirada al mundo y a las relaciones familiares y humanas.