Algún día sería interesante analizar los motivos por los que la gran mayoría de actores o de actrices norteamericanos que saltan a la dirección, con mejor o peor fortuna, comparten en general una clara tendencia a la realización de un tipo de cine que ahonda en una cierta tradición o legado cinematográfico. En ocasiones son simples juegos formales o puestas en escena acomodaticias a unos modelos establecidos, pero hay un buen grupo de ellas que ponen de relieve, a diferencia de gran parte de los directores contemporáneos, esa búsqueda en el pasado de las imágenes que pueden hablar del presente y del futuro del cine. Un neoclasicismo al que ya nos hemos referido en textos anteriores y que parece no ser una moda pasajera sino un trabajo transversal en muy diferentes niveles.

Ben Affleck, desde su debut con Adiós pequeña, adiós a Argo, pasando por Ciudad de ladrones y, sobre todo, con su último largometraje como director, Vivir de noche, es uno de esos actores que, independientemente de su carrera como actor, se ha preocupado en cada una de ellas, con resultados diferentes, el establecer una mirada al pasado que en el caso de su adaptación de la novela de Dennis Lehane, se ha hecho mucho más abrupta y ha dado como resultado una película notable muy por encima del mal recibimiento que, en general, está recibiendo.

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En el tramo final de Vivir de noche, Joe (Ben Affleck) mantiene una conversación con la joven Loretta (Elle Fanning) en la que es una de las mejore secuencias de la película, en gran medida gracias a la sencillez de la planificación y a la modulación del ritmo que marca el diálogo de ambos personajes. En ella, Joe claudica ante Loretta, la única persona que ha conseguido vencerle al impedir que pueda abrir el gran casino que tenía planeado levantar en la zona. Loretta, tras regresar de Los Ángeles y recuperarse de su adicción a la heroína, tutelada por un padre fanático, el sheriff Figgis (Chris Cooper), se ha reconvertido a una religiosidad extrema. Y sin embargo, hay algo en ella que no termina de estar bien, algo interno que parece no haberse curado. Aunque son dos personajes contrapuestos, ambos están unidos por un vacío interior que cada cual ha rellenado de una manera, abrazando una forma de vida, unas creencias, incluso, como una forma de enfrentarse a la vida.

Vivir de noche narra el itinerario de Joe, quien tras su regreso de la Primera Guerra Mundial, horrorizado por la contienda y dispuesto a no volver a matar, vive de una serie de atracos pero se mantiene al margen de las dos mafias enfrentadas, italianos e irlandeses, hasta que el cabecilla de estos le propicia una paliza al descubrir que mantiene una relación con Emma (Sienna Miller), su amante, con la que pretende escapar tras un atraco frustrado que acaba con varios policías muertos. Tras unos años en la cárcel, Joe marchará a Tampa con un plan de venganza pero trabajando al servicio de los italianos, a pesar de haberse negado a participar anteriormente en ese mundo, decisión que obedece a varias cuestiones, pero una de ellas resulta reveladora: la desaparición de su padre (Brendan Gleeson), la pérdida de cierto referente. A partir de ahí, se convertirá en lo que nunca quiso ser, en un auténtico gánster, a la par que comienza una nueva vida al lado de Graciela (Zoe Saldana).

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Así, la película de Aflleck recorre más de una década de gansterismo como excusa para desarrollar a un personaje en cuya evolución importa más el camino trazado que su llegada. Affleck reconstruye una época, y en cierta manera, un cine, desde unas imágenes que no niegan su irrealidad, su construcción escénica. Rehúye lo referencial en la medida de lo posible para encontrar su personalidad mediante una puesta en escena y una narración que tan solo adolece de un final apresurado, todo resuelto con cierta rapidez para no dejar nada sin cerrar, rompiendo el perfecto ritmo de la película. Por otro lado, Affleck, tanto en la parte desarrollada en Chicago como en Tampa, lleva a cabo una reconstrucción más atmosférica de la época, de su representación cinematográfica a lo largo de los años.

Un sentido neoclásico en diálogo con una herencia cinematográfica no tanto con ánimo de ser un mero pastiche como de crear un verdadero diálogo y/o apropiación con unos modos narrativos y visuales que se adecuen a la actualidad y que muestran como ficción y reconstrucción histórica se confunden, como lo hace la posibilidad de crear un personaje que no sea una representación icónica de un modelo. Vivir de noche, quizá, no reproduce una época sino la manera en la que ésta fue construida visualmente tanto en el cine coetáneo como en asimilaciones posteriores. Por eso surgen unas imágenes deliberadamente irreales que denotan su artificialidad, pero no de un modo peyorativo, todo lo contrario, Aflleck crea un marco y un contexto atmosférico antes que físico, que también, para introducir un relato abstracto en cuanto a las ideas que pretende desarrollar.

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Así, sería sencillo hablar de la cara oculta del llamado sueño americano para referirse a Vivir de noche, y, posiblemente, sería acertado. Pero resulta mucho más interesante como Affleck muestra un mundo sin apenas orden moral en el que los personajes, y en particular Joe, aunque después también Loretta, y ahí retomamos lo expuesto más arriba, buscan un guía que aclare unas conciencias aturdidas y llenas de remordimientos. Joe mató en la guerra y debe vivir con ello negándose a volver a matar. Y aun así lo hará, de manera accidental pero también, al final, de forma deliberada. No ha logrado encontrar hasta ese momento una forma de redimirse, ni de olvidar tanto su pasado como a un personaje que le traicionó y que, cuando reaparece, lo hace como un fantasma que le recuerda lo que fue. O lo que pudo llegar a ser.

Affleck se ocupa de enmarcar ese camino de redención a través de un relato violento, lleno de diversificaciones narrativas, en el que el tono y la atmósfera van creando un conjunto de precisión y de belleza visual, con un gran cuidado en la puesta en escena. Tan sencilla como compleja, de ahí quizá que pueda ser una película que pueda parecer que no ofrece nada. Pero, en realidad, ofrece la visión de un mundo pasado, que bien podría ser el nuestro en muchos aspectos, en el que la confusión de valores e ideas conlleva un desquiciamiento interno en un contexto carente de sentido y de orden en el que es tan sencillo ser buena persona como una auténtica basura humana sin que medie demasiado entre un estadio y otro.