Adaptación de la estupenda novela de Ben Fountrain El eterno intermedio de Billy Lynn, la película de Ang Lee despertó muchas expectativas durante su realización cuando se anunció que sería la primera película rodada en 120 fotogramas por segundo, experimento con cámaras digitales y en 3D que apenas podrá ser disfrutado de manera amplia debido a la falta de pantallas adecuadas para su proyección. Aunque se intuye en muchos momentos la idea que Lee perseguía, lo cierto es que la experiencia, en gran medida, quedará mermada, no así, no obstante, las cualidades de una película que no ha disfrutado desde su estreno de una acogida favorable.

Billy Lynn es una película que parece moverse, y lo hace, en unos parámetros narrativos erráticos, casi caóticos, a pesar de presentar una estructura sencilla. Fountain, en su novela, perseguía extender un tiempo narrativo de escasa duración a partir del cual Billy se mueve en sus recuerdos mientras, a su alrededor, en su presente narrativo, desfilan, nunca mejor dicho, una serie de personajes que ponen de relieve una realidad extraña, pero reconocible. Lee adapta casi al pie de la letra a Fountain en cuanto a la evolución del relato, de ahí que su trabajo visual sea tan llamativo, porque el cineasta no se contenta con absorber las ideas de la novela sino que ha ampliado, e incluso, creado, el discurso mediante una puesta en escena mucho más compleja de lo que su sencillez puede hacer pensar.

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Las imágenes de Billy Lynn, y se entiende que en su composición a 120 fotogramas por segundo lo deben potenciar, imprimen una sensación de hiperrealidad que conduce al espectador a introducirse en la narración –algo no conseguido en todo momento- dentro de un relato carente de épica –incuso las secuencias bélicas carecen de ella- y sí de una extraña intimidad que contrasta con un contexto espacial en constante bullicio. El magnífico trabajo espacial de Lee ayuda a encerrar a los personajes en una realidad tan satirizada como dramática. Hay en Billy Lynn un aire de desinhibición, casi de parodia, que juega a modo dialéctico con una visión generalizada mucho más oscura.

Porque Billy Lynn tiene un discurso, o varios mejor dicho, que aunque presentado en algunos momentos de manera algo obvia y evidente, viene expresado tanto por el desarrollo argumental como por unas imágenes que buscan un replanteamiento por parte del espectador no tanto de lo que está viendo como de su posición como espectador frente al espectáculo –tanto el interior, lo que sucede en pantalla, como exterior, la propia película de Lee-. Billy y sus compañeros han sido considerados héroes, y figuras de pública excepcionalidad, gracias a una hazaña bélica en Irak que ha sido recogida, de manera casual, por una cámara. Convertido en iconos, en imágenes, comienzan una gira nacional que termina el día de Acción de Ggracias durante un partido de fútbol americano en Dallas (en la novela es un partido de los Cowboys Dallas, equipo de la NFL representativo de su ‘americanidad’), teniendo que aparecer en el intermedio junto a las Destiny’s Child –momento, por otro lado, tan espectacular como abrumador y triste-. A lo largo de la espera, deberán conversar con diferentes personajes además de ver cómo negocian para llevar al cine su hazaña. Billy y su patrulla aparecen, de alguna manera, desprovistos de humanidad frente a unos civiles que ven en ellos unas ideas, casi abstracta, que representan sus creencias o sus valores. A este respecto es reveladora la relación que mantiene con una de las cheerleaders, Faison, quien ve en Billy una figura, lo que representa, más que aquello que es, quien es, como evidencia su despedida. También con el millonario interpretado por Steve Martin, quien acaba anteponiendo su dinero a su patriotismo.

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La visión antibelicista de Billy Lynn pasa por mostrar a los jóvenes soldados como piezas de una guerra que ni entienden ni, en realidad, intentan comprender. Algunos han ico a combatir por no tener otra alternativa de vida profesional; otros por verdadera vocación; o bien, como Billy, huyendo de su realidad. Al final, no son más que jóvenes que se tienen los unos a los otros, y poco más. Deshumanizado, cuando Billy encuentra una salida para no regresar al frente, entiende que ha perdido su lugar en la sociedad. Ya no pertenece a ella. Aunque, visto lo visto, parece no perderse mucho. Billy Lee cuestiona la guerra desde un lado civil y no solo militar, sobre aquellos que la alientan desde la comodidad ideológica de sus sofás en una lejanía tan confortable como la que supone sentarse a ver un espectáculo, sea cual sea éste. Y así, la película de Lee nos obliga, si queremos, a cuestionarnos esa posición de observadores, de espectadores, de una realidad espectualirizada en la que todo acaba convirtiéndose en una irrealidad mediatizada. Y así, Billy Lynn, por extensión, acaba planteando cuestiones que, en el fondo, nos atañen a todos como consumidores de imágenes y del significado que ésta tienen. O, mejor dicho, del significado que las damos.