Desde su debut con Nadie conoce a nadie, en 1999, película mediocre pero que, sin embargo, representa muy bien cierta tendencia del cine español de aquella década que fue sembrando algunos elementos que han ido germinando después, Mateo Gil tan solo ha rodado dos películas más: Blackthorn. Sin destino, un más que interesante western, aunque irregular, y Proyecto Lázaro, la cual nos ocupa, y con la que Gil varía de género al introducirse en la ciencia ficción. Thriller, western, ciencia ficción… no se puede negar la versatilidad de Gil, quien intenta plantear un acercamiento personal a diferentes géneros clásicos. Otra cosa es que, en general, no haya conseguido buenos resultados. Sin embargo, tanto en su aproximación al western como, ahora, a la ciencia ficción, más que en su ópera prima, película producto de su tiempo, en sus dos siguientes películas encontramos en sus películas un sentido modesto y sencillo, la pretensión de entregar dos sendas películas de género a partir de sus elementos constructivos elementales.

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Así, Proyecto Lázaro, aunque con pretensiones discursivas y narrativas, casi filosóficas, podría decirse que parte de un planteamiento de ciencia ficción para elaborar una mirada hacia cuestiones humanas que si bien pueden no suponer del todo novedosas en su exposición, sí lo llegan a ser en algún momento gracias a la mirada de Gil, aunque la película no consiga despegar más allá de su exposición. Sin embargo, y a pesar de estas pretensiones en el discurso, Gil las muestra desde una postura cercana, íntima, que convierten Proyecto Lázaro en una película en la que la ciencia ficción crea el marco, el contexto, pero solo para poder albergar un planteamiento sobre la vida y la muerte, sin entrar afortunadamente en cuestionamientos morales o éticos y centrándose en lo que puede afectar a un ser humano, tras ser criogenizado, despertar en 2084. Mediante una construcción a base de flashbacks combinados con el presente futurístico de Marc (Tom Hughes), Gil consigue elaborar una mirada, un tanto sombría, todo hay que decirlo, sobre la imposibilidad, en verdad, de poder vencer a la muerte; no al menos de la manera completa que puede anhelarse. Del mismo, lleva a cabo una interesa propuesta con respecto a la memoria y a los recuerdos, sobre hasta qué punto la vida pasada, aquello vivido, nos conforma como seres humanos.

Es posible que todo lo anterior, y algunas otras ideas expuestas en la película, acaben imponiéndose demasiado y conduzcan a Proyecto Lázaro a ser una obra antes de discurso o de ideas que a un relato cinematográfico de género en condiciones. A esto ayuda, además, una fotografía que pretende ser fría, distante y deshumanizada, pero que acaba resultando demasiado insulsa, desganada. Pero Gil lleva a cabo una puesta en escena sencilla, muy asentada en un montaje complejo de las diferentes partes que conforman la película. Nada destaca especialmente, ni para bien ni para mal. Hay algo de efectividad en las imágenes, de ir sobre seguro para poder desarrollar sin problemas las ideas que plantea el guion. En este punto, Proyecto Lázaro, queda varada por completo, mostrando más sus posibilidades que resultados efectivos.

Pero a pesar de ello y de ser una medianía, Proyecto Lázaro resulta apreciable en un contexto cinematográfico como el español, porque la película de Gil es una producción más pequeña de lo que parece. No solo por cuestiones económicas, dado que no ha sido excesivamente cara, también porque no pretende ser “una gran película de ciencia ficción” sino, tan solo, y es más que suficiente, “una película de ciencia ficción” con un planteamiento serio y reflexionado. Si bien los resultados son los que son, Proyecto Lázaro contesta de alguna manera a algunas películas y cineastas que hacen suya la etiqueta de “pequeño” desde lo falsario –no es cuestión simplemente económica el poder atender y considerar a una película pequeña- y desde la arrogancia, como si no hubiera otra manera de hacer cine. Porque Gil, insistimos, a pesar de lo fallido de su propuesta, se ha propuesto realizar una obra de ciencia ficción de raigambre humanista desde una mirada íntima y personal que posee una cierta humildad que, sin embargo, no encontramos en otros títulos. Al menos, Gil, piensa en la posibilidad de un cine de raíz popular a partir del cual hablar de temas cercanos y, sí, importantes. Vamos, como se lleva haciendo desde hace mucho tiempo sin necesidad de proclamas y agendas o, lo que es peor, de aspavientos.