El amigo Canet nos ha invitado a pasar el fin de semana en su casa del barrio Gótico barcelonés: tradición, bullicio y gentes de mil raleas. En sus callejuelas tan antiguas y saladas, entre el misterio y una cierta amenaza, se esconden pequeños talleres mágicos,  tiendas increíbles y algunas casas de comidas y restaurantes únicos.

Hasta uno de estos lugares que te masajean el alma cuando comes y bebes, nos llevó Canet "para disfrutar de los oricios". Entorno a una luminosa mesa rectangular dispuesta como engreída proa sobre un patio repleto de matojos, restos de bicicletas y sogas colgantes que un día fueron columpios, comienza todo. "He reservado caviar de oricios de aperitivo y unos buenos rapes en salsa de oricios, ¿os parece bien?".

El caviar de oricios se nos presenta tal cual: granillos rojísimos al natural: agua, sal, limón y a la boca. Acompañan a esta delicia dos botellas de blanco alsaciano, un riesling soberbio que una tailandesa zen vierte en las copas con la lentitud del escancie; su color verde de mar encabritado entre rocas y el azúcar tan antiguo que se te agarra en la punta de la lengua, ligan a la perfección con ese Cantábrico que se desborda en el paladar con la primera cucharadita de oricios.

Cubierta la primera parada de gula, el ojo se me va al envoltorio de la botella. ¿Qué es? ¿Cuero? ¿Una suerte de fieltro? No acabo de distinguirlo pues la mesa auxiliar esta algo retirada. Entre la emoción de la celebración: -"He cumplido setenta años, estoy razonablemente bien de salud y en ocasiones soy feliz, ¡qué más puedo pedir!"- y los bravos por una mesa tan intensa, no dejo de mirar de reojo a la botella. Adivino la silueta de un pájaro en el trenzado -¿faisán, urogallo?- y confirmó que está recubierta de una elaboración de esparto o acaso cáñamo.

Cuando sirve la segunda copa de vino la camarera zen, pido que me deje observar la botella, y la toco. Está forrada de una finísima construcción artesanal de esparto; su roce algo tosco y su textura porosa no engañan. Comento mi descubrimiento a la mesa y todos elogiamos la imaginación y osadía de la bodega al presentar de esta manera su vino. El dueño del restaurante - que nos escucha ausente- acude de improviso para informar que el vino se lo proporciona "un genovés extravagante y muy rico que tiene una torre en Pedralbes y dos o tres amantes por esta zona".

Mi cabeza soñadora echa a volar entonces: "¡¿Un genovés que descubre un vino blanco de Alsacia magnífico y muy caro envuelto en la fibra más pobre, antigua y resistente del mundo?!" Parece un cuento, el relato escueto de una suerte de milagro; porque el esparto ha desaparecido, y el cáñamo, el lino, el yute, el palmito... Lo perdido es todo aquello que fue cotidiano en nuestra infancia y juventud y nuestros hijos no llegan a conocer. Esparto era igual a pobreza y dolor. La planta que solo tocaba el paria, el intocable de la España árida y levantina, el rifeño y otros marroquíes y argelinos de las vastas estepas magrebíes, la materia prima de tantos útiles de acarreo, cordelerías, sogas y sombras: la identidad del arriero.

Pero aquí aparece de nuevo. El ojo inquieto que busca autenticidad, nobleza e historia para humanizar la máquina que somos, va redescubriendo las fibras vegetales y comienza a incrustarlas en sus lujosas creaciones como gotas de naturaleza.

Pregunto a mi hija Paula - que acaba de llegar de Priego de Cuenca y sus contornos atravesada por sus mimbres que son lanzas de puntas rojas que pinchan como un pétalo- por este fenómeno y me cuenta: "El lujo apuesta por el artesano porque es exclusivo. Loewe con el cuero, por ejemplo, Chanel con los telares o Hermes, Camper y varios otros por diferentes fibras vegetales (...) Vemos trenzados de cesteros en zapatos y bolsos de Dior, Bottega (...) ¡Y reaparece el palmito! Con fibras, también, se empiezan a elaborar numerosas miniaturas".

El rape en salsa de oricios está espectacular y Canet feliz de que así sea. Pero yo continúo enganchado con la botella forrada de esparto. ¿Cómo es posible que dos de los materiales más pobres de la tierra, la arena que hace la botella y el esparto que la abraza, puedan dar cortejo de gala a un vino tan caro? Raro y hermoso.

José Nevado