La intolerancia de nuestras sociedades, que se licúan, ha encontrado un nuevo agente patógeno causante de grandes males: el azúcar. Como ayer ocurrió con el tabaco, el terroncito del café de cada día se nos presenta como la ración de cianuro que ingerimos de ordinario por inconsciencia. Ante el alud de ira dulce que despeñan los medios de comunicación infectados por las redes, no es posible la réplica por parte del hombre desnudo y aislado en que nos convierte esta paradójica sociedad global.

La penúltima ventisca, imposible de batir, la trae un señor anónimo hasta hace unos días que con una cuenta de twitter de veintitantos seguidores y una máquina de fotos va prendiendo las redes (y de inmediato los llamados medios de influencia) con imágenes bien construidas de modestos y cotidianos productos alimenticios que esconden el mal tras una presentación impecable: el yogur, el bote de mayonesa, la lata de refresco.... ¿Quién hubiera pensado jamás que una hamburguesa chorreaba de ketchup te conduciría de la mano, y con toda satisfacción, a una diabetes irremediable o a un corazón tan chirriante como una caja de cambios antigua.

Pero eso ocurre. De repente se desvanece la evidencia de una alimentación humana contrastada durante siglos, que informa de que ningún alimento es pernicioso per se, sino el uso y abuso al que le sometamos y en compañía de quién lo hagamos manduca. Las redes pretenden matar en unos meses la historia de la alimentación humana y un siglo largo de rigurosos estudios bromatológicos. Ya nadie desempolva y trae a la luz de nuevo el magisterio de Grande Cobián: "Comer y beber de todo un poco de forma regular, dar largos paseos con los amigos y hablar y procurar divertirse con la familia". Bien sencillo, como se ve.

Es verdad que en la eficaz propuesta del hombre sin historia armado de una cámara de fotos, una web y una cuenta de twitter con la que repicar desde el campanario de internet, no hallamos nada incierto, pues cada producto contiene el gramaje de azúcar que indica. La radicalidad de su mensaje (el miedo) lo encontramos al contextualizar el discurso: el azúcar lo envenena todo. Si hasta ayer el foco de esta forzada nueva plaga se puso en las bebidas azucaradas hasta hacerlas merecedoras del castigo con un impuesto especial, hoy ese estigma quiere alcanzar incluso a la muy popular y humilde pizza.

Como quiera que apretando un botón, más de veinte millones de españoles abren una ventana íntima al mundo a través de Facebook, o con sesenta euros -ida y vuelta- puedes aplicarte una juerga de escándalo en Berlín, empezamos a creer que nuestras costumbres e historia pueden modificarse de manera tan caprichosa y rápida como se nos presenta la exitosa serie "El Ministerio del Tiempo".

Lo queremos todo y ahora. Si el consumo de azúcar mal administrado ayuda a la obesidad y ésta conduce a una larga lista de estragos médicos, eliminemos el azúcar de la alimentación encareciéndola y inyectando miedo al personal. ¡Qué receta tan magnifica! ¿En qué desván abandonamos eso que llamamos educación, información cierta, formación de profesionales, publicidad veraz y comercio regulado? Parece que trabajar con esos materiales es demasiado complejo, improductivo y lento en el siglo de las redes.

Hasta se hacen experimentos para certificar cómo vive, segundo a segundo, el ser humano sin consumir un gramo de azúcar. Y concluyen que es un hombre más feliz y relajado. Qué pena, esta lógica dictatorial puede conducirnos a buscar en breve al hombre anaeróbico, pues nuestro aire está tan contaminado que nos mata. Es claro que la razón está en un estado de forma pésimo, la burricie gana por goleada a golpe de pantallazos e intolerancia.