Cuando parece que se puede dar ya prácticamente por cerrada la operación policial contra los autores de los atentados terroristas del pasado día 17 de agosto en Barcelona y Cambrils, se impone plantear algunas preguntas no tanto sobre estos actos criminales perpetrados por esta célula de terrorismo yihadista como por los orígenes de la misma.

Se trata de una serie de preguntas absolutamente pertinentes y que nos interpelan a todos, en especial al conjunto de los cuerpos y fuerzas de seguridad y también a todos los servicios de inteligencia, pero también a todas las instituciones y administraciones públicas, a todos los grupos políticos y, por extensión, al conjunto de nuestra sociedad.

¿Cómo es posible que no fuese investigado y/o monitorizado un tipo como el imán de Ripoll, con antecedentes penales, que estuvo preso en la cárcel de Castelló por un delito relacionado con el tráfico de drogas y en dicho centro carcelario tuvo contacto con un preso condenado por su relación con los atentados del 11-M en Madrid, y que durante estos últimos años realizó varios viajes no solo a su país de origen, Marruecos, sino sobre todo a la zona de Vilvoorde, en Bélgica, uno de los principales centros del yihadismo europeo más radical y violento?

¿Cómo es posible que nadie detectase ningún indicio de radicalización yihadista por parte, como mínimo, de once adolescentes y jóvenes residentes en una pequeña capital comarcal catalana como es Ripoll, de solo poco más de 10.000 habitantes y con cerca de un 5% de población de origen magrebí?  

¿Cómo es posible que tampoco se tuviese ninguna información sobre las frecuentes idas y venidas del citado imán y de los once miembros de la célula terrorista por él creada a una finca ilegalmente ocupada en la población tarraconense de Alcanar, a unos 300 kilómetros de distancia de Ripoll?

¿Cómo nadie detectó la presencia en una pequeña urbanización residencial de Alcanar de un grupo tan numeroso de adolescentes y jóvenes magrebíes que habían acaparado más de un centenar de bombonas de gas butano y propano, así como otros materiales para la fabricación de explosivos de gran potencia?

¿Por qué nadie supo detectar, inmediatamente después de la primera explosión en dicha finca de Alcanar que provocó su derribo completo, no solo de un gran número de bombonas de gas que previamente habían sido manipuladas y vaciadas sino también de evidentes restos de un explosivo de extraordinaria potencia, conocido como “madre de Satán”, de uso habitual por parte del ISIS?

¿Por qué a nadie se le ocurrió interrogar al único superviviente de dicha explosión, herido pero que pocos días después ya ha podido ser trasladado ante la Audiencia Nacional?

¿Cómo es posible que una furgoneta pudiese invadir el paseo central de la Rambla de Barcelona y recorrer más de medio kilómetro, llevándose por delante a gran número de personas de toda edad y condición, provocando al menos catorce víctimas mortales y más de un centenar de heridos, sin que ningún agente policial lo interceptase en su trágico recorrido?

¿Cómo, a pesar de la inmediata puesta en marcha de la “operación jaula” que cerró todos los accesos de Barcelona, el conductor de dicha furgoneta pudiera recorrer a pie varios kilómetros hasta la Zona Universitaria, donde asesinó a cuchilladas a un joven para apoderarse de su vehículo y poder seguir así su huida?

¿Cómo, tras atropellar a un par de agentes policiales en una salida de Barcelona, el terrorista huido pudo abandonar el vehículo robado en Sant Just Desvern y proseguir su fuga hasta ser interceptado y abatido en el municipio de Subirats?

¿Por qué nadie supo relacionar la gran explosión de la finca ocupada de Alcanar con el brutal atentado de la Rambla de Barcelona hasta que, muy pocas horas más tarde, hasta que algunos de los escasos miembros todavía libres de la célula terrorista irrumpieron de repente en el paseo marítimo de Cambrils, asesinaron a cuchilladas a una paseante y todos ellos fueron mortalmente abatidos por agentes policiales?

Todas estas, y sin duda alguna también muchas otras, son preguntas absolutamente pertinentes y que requieren respuestas detalladas y precisas por parte de todas las administraciones e instituciones públicas concernidas directa e indirectamente en este caso tan grave. Todos nosotros nos merecemos estas respuestas. Se las merecen de forma muy especial todas las víctimas directas e indirectas de estos trágicos atentados terroristas.

Y lo que todos nos merecemos y debemos reclamar es que la lealtad institucional sea la norma y no la excepción, y que nada ni nadie se atreva a instrumentalizar políticamente esta gran tragedia.