La “Ley del no todo vale” es un consuelo y es digna de encomio, aunque brille por su ausencia en la era neoliberal. Siempre sorprende muy gratamente que, en tiempos de las mayores corrupciones políticas jamás imaginadas en regímenes supuestamente democráticos, existan ámbitos que apliquen esa Ley y muestren una actitud realmente exigente, estricta y muy escrupulosa. En concreto, los ámbitos píos han dado últimamente muestra fehaciente de que, aunque en algunas cuestiones pasan demasiado por alto “irregularidades” importantes dentro de su organización, hay algunos aspectos en los que se muestran rigurosos, inflexibles y muy muy puntillosos. Deberían, por cierto, darles algunas charlas a sus íntimos amigos y aliados del Partido Popular, para que aprendan un poco.

A través de una carta difundida el pasado día quince de junio, la Santa Sede ha informado de que, por encargo del actual jerarca de la Iglesia, las ostias sin gluten no son válidas para el sacramento de la Eucaristía. Exhorta el documento también a “vigilar sobre la calidad del pan y del vino destinados a la Eucaristía, y, por tanto, a aquellos que los preparan”, quienes deben ser personas honestas. ¡¡Ah, la honestidad! ¡Qué importante cosa es la honestidad! Importante, también, por descontado en las personas que preparen el pan sin gluten para el sacramento de la Eucaristía. Eso sobre todo. Que se pase por alto la honestidad en las cuestiones de Estado, en las corrupciones y corruptelas político-religiosas, en los asuntos neoliberales de recortes al pueblo llano y de amnistías fiscales para los chorizos de guante blanco, o en la inmatriculación de miles de bienes públicos en los registros de la propiedad por parte de los arzobispados, tiene pase, pero para los sacramentos la honestidad de los mortales que preparen el pan es una cuestión sine qua non.

Insisto, deberían transmitir los ámbitos píos a los del Partido Popular ese anhelo de honestidad que les resulta tan importante en determinadas cuestiones, aunque no tanto en otras. Porque son sus amigos íntimos, por un lado; y porque honestidad, honestidad, no parece haber mucha en las neuronas neocon de Rajoy y sus compinches … Y para eso, supuestamente también, están los ámbitos píos, para inculcar la moral a los pecadores.

Deberían transmitir los ámbitos píos a los del Partido Popular ese anhelo de honestidad que les resulta tan importante en determinadas cuestiones

Hablando de moral, es una cuestión tan compleja que me ha merecido a menudo un poco de atención y de reflexión. Siento ser persona de poca fe, porque tengo la mala costumbre de cuestionarme las cosas, especialmente si son ideas descabelladas y refutadas por la ciencia o el sentido común. Tal es el caso, por ejemplo, de la conversión de la carne y la sangre de un hijo de dios en un trozo de pan que algunos se comen para purificarse. Hay que tener mucha fe para creerse algo así. Yo lo creí, claro, cuando era niña y carecía de herramientas intelectuales y emocionales para defenderme de ideas así. Y el caso es que los que lo siguen haciendo en la adultez no se purifican, algunos hasta lo contrario, por lo cual me temo que, como poco, lo lógico sería cuestionarse el tema por muy dogma que sea.

Otro dogma que me hizo reflexionar mucho en la infancia fue el de la virginidad. No entendía que la madre de Jesús se desdoblara en cientos de vírgenes distintas si sólo era una, y sobre todo no entendía que tuviera un hijo sin parir; me preguntaba qué de malo hay en parir, si es algo maravilloso, es el milagro de la vida, y es, casi siempre al menos, el milagro del fruto del amor; aunque también es la fuerza de lo humano, y el gran poder femenino. Somos las mujeres las que albergamos en nuestro seno el milagro de la vida. Sin embargo el acto mismo de la vida queda despreciado por el dogma religioso que somete la condición femenina (mito de Eva) a la esclavitud y a la sumisión. Como que no cuadra mucho el hecho de que seamos las mujeres, en cooperación con los hombres, las que creamos la existencia en nuestro seno, y que, sin embargo, la dogmática cristiana nos someta, nos desprecie y nos repudie.

En realidad, el dogma cristiano de la virginidad de la virgen es la gran herramienta secular para someter la condición femenina. Es más, es un gran insulto hacia todas las mujeres, que quedamos denostadas por el hecho de ser humanas y ser mujeres. Al sacralizar la virginidad se incita al desprecio del acto mismo del amor y del acto de la maternidad. Las dadoras de vida somos las mujeres. Ésa es la realidad. Y también es la realidad que, en pleno siglo XXI, los creyentes celíacos son discriminados; y que siguen muy cercanas a nuestras vidas, como en la Edad Media, la superstición, la estupidez y la irracionalidad.