Es posible que llevado por el egocentrismo que impregna nuestra vida cotidiana, en más de una ocasión, al terminar una actividad con éxito, se haya usted auto felicitado, grave error. Lo primero que debe pensar si algo le ha salido especialmente bien, es que es muy probable que no sea mérito suyo, sino de Albert Rivera. Puede que usted no lo conozca personalmente, y que ni tan siquiera piense con frecuencia en el líder de Ciudadanos, pero no tenga la mínima duda de que su influencia, cuando no su acción directa, ha tenido algo que ver en su consecución.

Le bastará hacer un breve repaso a los últimos acontecimientos significativos del país, para verificar mi aseveración. Piense, ¿Quién ha conseguido que se aprueben los presupuestos del Estado? ¿Quién que haya una nueva ley de autónomos? ¿Quién que los mileuristas estén exentos de pagar el IRPF? ¿Quien que Andalucía, Murcia o Madrid tengan gobierno? Efectivamente: Albert Rivera, Albert Rivera, Albert Rivera, Albert Rivera.

Albert Rivera no es sólo el yerno que toda suegra de derechas desearía, sino el vendedor con el que sueña cualquier director comercial. No hay terreno en el que Rivera no se sienta cómodo, da exactamente igual si tiene idea del tema sobre el que está hablando o si le resulta ignoto. Si vendiera coches no tardaría en convencerlo de que es el mejor modelo del mercado, gracias a las mejoras que él, en su desconocida modestia, sugirió a los ingenieros de la marca fabricante. 

Quede constancia que esta columna, lejos de buscar la ironía, es un sincero homenaje al hombre que ha conseguido lo que ningún humano había logrado hasta el momento: la cuadratura del círculo. Albert Rivera, el más firme luchador contra la corrupción que ha visto nacer esta vieja piel de toro, está a punto de acabar con el cáncer de la democracia española, apoyando en todo lo que sea menester al líder del partido más corrupto del sur, norte, este y oeste de los Pirineos. Díganme ustedes si eso no es merecedor de un premio Nobel.

Así que recuerden, siempre que les salga algo mejor de lo que esperaban, miren a su alrededor; seguro que ven algún vestigio de la sombra de este gran hombre que el destino ha querido que sea nuestro contemporáneo.