Como ciudadana española, que ha nacido en Madrid y se ha criado en Castilla, pero sobre todo, en países extranjeros, estoy harta del conflicto con Cataluña. Estoy cansada de la actitud del gobierno de España, del Partido Popular y de todos aquellos que, en lugar de establecer un diálogo tranquilo y propositivo se empeñan en retorcer la realidad, utilizar la justicia para aquello que debería solucionarse con herramientas políticas y manipulan a la ciudadanía para generar división y odio entre ella. 

La independencia de Cataluña no es una moda, no es una nueva campaña política que surja de pronto. Sus orígenes pueden situarse en el siglo XVII, con la ocupación de las tropas borbónicas y la eliminación de un sistema organizativo propio. Han mantenido una lengua, una cultura propia e, incluso, un Derecho Civil específico. No es, pues, el capricho de cuatro que han llegado a política con la necesidad de tener notoriedad. 

Aquí, en Castilla, nada se estudia ni a penas se conoce sobre Cataluña. Una idea generalizada, casi siempre negativa, por la que quienes abren el tema de conversación, suelen caer en los tópicos que promueve un odio al que nos han venido exponiendo casi sin darnos cuenta. Básicamente, un mensaje generalizado que se fundamenta en la falta de comprensión y, sobre todo de interés, por lo que pueda suceder en Cataluña. Siempre lo mismo: "si hablas en castellano no te contestan; te hablan en catalán para que no te enteres de nada; les importa la pela por encima de todo; nos miran por encima del hombro" y demás leyendas que, por generalistas, resultan absurdas. Pero muchos se lo creen. 

Por supuesto que la "cuestión catalana" tiene mucho más que analizar y mucho más que comprender, sobrepasando los tópicos y la idea colectiva. Pero por desgracia, desde mi experiencia, lo que escucho con demasiada frecuencia no tiene mucha más enjundia que el fanatismo comparable al de los forofos del Madrid o del Barsa. Y los argumentos contra la independencia, desde esta parte del mapa, suelen ser también los mismos: "quieren romper España; si se les permite a ellos comenzar con la independencia luego vendrán los vascos, los gallegos, los extremeños....".

Personalmente me gusta el argumento que sostiene aquello de que "la mayoría de la ciudadanía catalana no quiere la independencia, son cuatro burgueses que están tomándole el pelo a todo el mundo y que solamente quieren robar". Ante semejante afirmación a mi siempre me asalta una duda: "¿cómo se sabe si la mayoría de los catalanes quieren una cosa o la otra? ¿de qué manera se puede contabilizar algo así?". No suelo encontrar respuestas más allá del "eso se sabe y punto", o en algunos casos, los que consideran las elecciones catalanas como un proceso plebiscitario, lo que significa que en la medida en que la gente vote por partidos nacionalistas o independentistas catalanes, eso significará la voluntad del pueblo de apoyar la independencia. No estoy de acuerdo en considerar unos comicios como un ejercicio plebiscitario; porque no son lo mismo. Pero esta cuestión merece una reflexión: si el argumento que se quiere dar desde el Gobierno Español y partidos políticos como el Popular, incluso el Socialista, es que la apertura de un proceso de independencia es ilegal, ¿cómo es posible que existan partidos políticos que se presentan a las elecciones llevando en su programa electoral la promesa de hacer algo "ilegal"?. 

Supongo que alguien me diría que eso sucede igual que tenemos gobernando a un partido político imputado por corrupción, cuando las últimas reformas legislativas permitirían disolver la formación popular precisamente por sus casos de corrupción y su imputación. Pero ahí siguen. 

Sin embargo, yo considero que la defensa de la independencia es una opción legítima. Una propuesta que además de ser histórica (que tiene un fundamento nada desdeñable), cabe dentro de las posibilidades de lo imaginable -no es el primer territorio del planeta que se interesa por su independencia respecto a un Estado-. Y además de entender y defender el derecho de autodeterminación (algo que siempre ha defendido la izquierda), elevo mi reconocimiento al proceso democrático que siempre ha identificado a los independentistas y nacionalistas catalanes a lo largo de su historia. Nada que ver con la idea que han defendido algunos, como en el País Vasco, justificando el uso de la violencia y la lucha armada para defender sus ideas. Me parece muy relevante tener esto en cuenta para saber valorar el talante y la capacidad de trabajo de los catalanes en este sentido. 

Y a la vista está que han sabido sumar apoyos, puesto que según los datos publicados en reiteradas ocasiones, cada vez son más los catalanes que defienden un proyecto independentista. Estoy segura de que además de sus propias razones, todas ellas de calado y con fundamento, está la incalculable contribución de Rajoy y sus políticas de confrontación: han sido la mayor "fábrica" de independentistas, ante el odio y la visceralidad con la que desde el Partido Popular y, especialmente desde la maquinaria institucional del Gobierno de España, se ha abordado esta cuestión. Sin tacto, sin respeto, sin democracia, y sin ningún tipo de planteamiento político. 

Desde mi punto de vista, más allá de estar a favor o en contra de la independencia catalana, creo urgente y necesario defender la democracia y el diálogo. Estamos hablando de que por un lado, desde el gobierno catalán se está emprendiendo un camino que, desde mi punto de vista, es lógico y comprensible emprender: el proceso para el que han sido votados los partidos que gobiernan la Generalitat. Puigdemont encabeza un proyecto para el cual fue precisamente designado, con votos en las urnas. Y de frente, Rajoy y lo que podría denominarse "el nacionalismo español", imponiendo la interpretación asfixiante de unas normas que no han sabido adaptarse a los tiempos (salvo para modificarse en detrimento de los intereses de la ciudadanía, como sucediera con el artículo 135 de la Constitución Española). 

Se ha puesto el grito en el cielo ante la convocatoria de una consulta sobre la independencia en Cataluña. Porque es ilegal, dicen; porque el Tribunal Constitucional rechaza cualquier tipo de consulta en este sentido; porque hasta consultar ha pasado a considerarse prácticamente un atentado contra España. Sí, consultar. Hacer un llamamiento masivo a un pueblo (aún están por determinar los criterios para establecer un censo adecuado), es ilegal porque desobedece las interpretaciones sobre la ley que hacen instituciones con un fuerte arraigo nacionalista español. Por concretar: un nacionalismo que se arroga la soberanía en un territorio más grande, impone -por la fuerza si es necesario- sus leyes a un territorio más pequeño. Nada de diálogo, nada de entendimiento, nada de puntos intermedios. Básicamente la amenaza continua por parte del gobierno español, la apertura de juicios, y un artículo 155 en la manga, por si fuera menester enviar los tanques a Cataluña. 

La gestión de la cuestión catalana por parte del Gobierno Español, tanto del Partido Popular como de quienes les aplauden, es irresponsable, irrespetuosa, y permítame la licencia: profundamente garrula

Es fundamental escuchar y entender las razones por las que cada día hay más apoyos a las tesis independentistas; qué se propone realmente; y de qué manera podría existir una sana convivencia entendiendo enriquecedor un vínculo, por pequeño que fuera. 

Pierde el tiempo Rajoy y la oportunidad de dialogar con Puigdemont: porque la consulta se hará, tanques mediante. Y cuanto más agresiva sea la respuesta del gobierno de España para intentar frenarlo, más fuerte será la convicción para querer distanciarse de él. Es lógico. Y hasta cierto punto, tiene sentido que a Rajoy le interese seguir creando independentistas que, a la postre, ocuparán un escaño en el congreso de los diputados y le tenderán la mano para apoyar lo que sea menester a cambio de alguna pequeña concesión a su causa. Porque no debemos olvidar que siempre se ha hecho: los independentistas y nacionalistas han apoyado al gobierno de España en aquéllos asuntos en los que después han obtenido prerrogativas para sus causas. (Fíjense el diputado de Nueva Canarias, Quevedo, quien a cambio de unos millones para su territorio, ha permitido que los Presupuestos Generales del Estado nos destrocen a todos los demás). Y Rajoy tan contento; ahí no le molesta el nacionalismo canario, sino que además lo alimenta. 

Es imprescindible establecer el diálogo, explicar a toda la ciudadanía las cuestiones de la independencia en Cataluña; fundamental tener políticos de altura que sepan comprender lo que sucede, tengan la capacidad de transmitirlo y sobre todo, de encontrar puntos de solución. Como por ejemplo, el establecimiento de una República federal, planteamiento más que posible, saludable y pacífico que nos garantizaría la sana convivencia entre todos los territorios apostando por un mayor compromiso con los gobiernos que hasta hoy, se han denominado "aunonómicos". 

Estamos, pues, en el momento de una segunda transición donde el sistema territorial del Estado español necesita una vuelta de tuerca, que venía ya imaginada en la propia Constitución Española: la evolución de las autonomías a territorios federados con una mayor capacidad de gestión, más directa y real con sus idiosincrasias. En definitiva, se trata de preocuparnos más por construir procesos democráticos que acerquen la política a la ciudadanía. 

Y para concluir, un mensaje a nuestro Presidente del Gobierno: Señor Rajoy, más consultas y menos corrupción es lo que necesita este país. Si quiere usar los tanques y la fuerza, no le vendría mal practicar con lo que tiene más cerca, a ver si así consigue poner firmes a sus correligionarios, que según parece, tienen serios problemas para respetar la ley y, sobre todo, para trincar del dinero público. Que a usted le ofenda más una consulta popular que la corrupción popular, merece, cuanto menos, una pensada. Hágaselo mirar.