A menudo nos referimos a ella tan solo como recurso, pero mucho antes que el elemento básico para el desarrollo de la agricultura o una materia prima fundamental para la industria, el agua es el ingrediente imprescindible para la vida.

Nosotros mismos estamos formados hasta en tres cuartas partes por agua. Envejecemos al no ser capaces de mantener esa proporción. Al nacer la proporción de agua de nuestro organismo ronda el 90%. Una persona mayor de 80 años apenas conserva poco más de la mitad.

Incluso si podemos leer estas líneas es gracias a esas dos maravillosas gotas que son nuestros ojos, formados en un 90% por agua, y a la capacidad de procesar las palabras en nuestro cerebro, que está formado en un 78% por ella.

Por todo ello es necesario hacer uso del agua con la máxima responsabilidad, desde el compromiso personal en su cuidado, ya que cuidar el agua es la mejor forma de preservar la vida.

Podemos imaginar la existencia en un planeta más cálido y menos confortable, rodeados de un entorno natural más inhóspito, menos acogedor, con mayor dificultad para disponer de la energía o con menos opciones de movilidad.

Pero en pocas ocasiones nos detenemos a pensar en cómo sería vivir en un mundo sin un acceso seguro, cómodo y casi instantáneo al agua potable. No nos lo planteamos porque en nuestra sociedad el agua siempre está ahí, al alcance del grifo, y como lo común es enemigo del asombro no le damos el valor que merece.

Al tenerla tan a mano da la sensación de que las personas hemos conseguido asegurarnos el derecho humano al agua potable en todo el planeta. Pero no es así, la realidad es mucho más incómoda.

Pese a los grandes avances conquistados en la materia gracias a los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas, hoy en día más de 750 millones de personas continúan sin ver garantizado ese derecho, y alrededor de 1.000 niños siguen muriendo a diario por enfermedades vinculadas a la mala calidad del agua o debido a su escasez.

La mejor manera de cuidar el agua es conservar la naturaleza, de donde surge y a donde va a parar tras nuestros usos. Practicar un consumo razonado, basado en el ahorro, y reducir la carga tóxica de las aguas residuales son dos objetivos que pueden contribuir a preservar el medio acuático, garantizarnos el acceso a este elemento esencial para la vida y no tener que lamentar su ausencia.