La victoria de Pedro Sánchez, no inesperada pero sí indeseada por la derecha y por Pablo Iglesias, abre el camino a un verdadero cambio. Resumiendo, podríamos decir que ha sido un triunfo que perjudica a la izquierda representada por el actual líder de Podemos, pero que hace posible el entendimiento con las izquierdas, como la del denostado Íñigo Errejón.

Tampoco es una buena noticia para la derecha, y no sólo para la que se reconoce como tal, sino también para quien lo oculta, como buena parte de la nobleza del PSOE. Felipe González y su brazo armado, Juan Luis Cebrián, habían apostado fuerte por Susana Díaz, pero ha resultado ser un caballo cojo. Intentar ganarse a la militancia de un partido de izquierda, aunque sea moderada, con el único argumento de "porque yo lo valgo", evidencia lo sobrevalorados que hemos tenido durante años a estos dos oscuros personajes.

El camino de Sánchez y con él el del resto de la izquierda dispuesta a gobernar de verdad este país, va a ser terriblemente complicado y, sin embargo, es el único posible. Cada minuto que pasa con Mariano Rajoy y el PP al frente del Gobierno, se aleja la posibilidad de que la justicia sea alguna vez un poder indiscutiblemente independiente. Y todos aquellos que por acción u omisión lo permiten, son responsables del secuestro en el que vive nuestra democracia.

El posible triunfo de las izquierdas aterroriza al poder. Saben que supondría un camino con difícil retorno al actual estatus. Por eso están dispuestos a llegar donde haga falta para evitarlo. Pactarán, como están haciendo ya, como han hecho siempre, con la derecha nacionalista (sólo la derecha es verdaderamente nacionalista) e, incluso, si llegara el caso, con la izquierda más radical, la que no aspira a conseguir el gobierno, sino el mando. En esa guerra sucia cuentan con el apoyo incondicional de la inmensa mayoría de los medios de comunicación. Sánchez ha conseguido vencerlos esta vez, quizá unido con las otras izquierdas se consiga el prodigio.