El pasado 20 de abril, hola chata cómo estás, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, hablaba por primera vez ante los periodistas después de que el tribunal que juzga el caso Gürtel diera el paso pionero de citarle como testigo. Lo nunca visto en nuestra historia democrática, pero que Rajoy calificó como “un acto de pura normalidad”. Y fue más allá: “Iré encantado a responder lo que tengan a bien preguntar”.

Obviamente, como recoge un mítico grafiti convertido en meme, “emosido engañado”, porque Rajoy, a través del PP y a través de Moncloa, ha dicho que, de ir, nada, y ha pedido que le pongan un plasma en la Audiencia Nacional para ahorrarnos a los españoles la gasolina que le cuesta ir a San Fernando de Henares y no fastidiarle la agenda, que la debe tener hasta arriba, lo que sorprende porque este año no hay ni Mundial ni Eurocopa.

Y llevamos bajo este engaño desde hace ya algún tiempo. En concreto, desde que Rajoy dio su primera entrevista como presidente del Gobierno, en los albores del año 2012, y recién investido nos prometió a los españoles que “aquí hay un presidente del Gobierno que va a dar la cara y que no se va a esconder”.

El engaño es más evidente cuando se consulta la agenda que ha mantenido Rajoy desde que empezó a gobernar nuestros destinos. Lo primero que llama la atención es que los compromisos de Rajoy son como los atardeceres, sólo hay uno al día. Luego hay muchas fechas en los que no hay ningún acto y muy pocos en los que incluye dos, pero no es lo habitual y sólo se da esta característica si hablamos de citas más o menos ociosas: una ofrenda floral, inaugurar un museo o recibir al campeón nacional de canicas, porque el deporte es sagrado.

Es cierto que Rajoy tiene citas ineludibles, aunque este adjetivo es poco acertado. El Consejo de Ministros puede presidirlo la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría; en la Comisión Delegada de Asuntos Económicos se ha impuesto él mismo la asistencia -siempre la ha presidido el ministro de Economía, pero Luis de Guindos es casi un figurante en este sentido- e igualmente podría imponer su ausencia; y las sesiones de control al Gobierno en el Parlamento suelen estirarse durante horas, pero Rajoy acostumbra a marcharse a los 15 minutos, en cuanto acaban las preguntas dirigidas a él.

Y, aun en el caso de que alguien pasase lista en todos estos foros y Rajoy estuviera obligado a ir, todavía tendría decenas de días en los que acudir a un tribunal. Sin embargo, Rajoy ha exigido al tribunal que su comparecencia sea por plasma y el 26 o el 27 de julio. Una petición que a la acusación popular que le ha requerido como testigo le parezca “ridícula y una burla” al tribunal, como ha adelantado este periódico.

Pero, sobre todo, es una mofa también a todos los españoles, que no por estar acostumbrados se merecen esto. Porque Rajoy ha elegido, casualmente, los días después del puente de Santiago, que no es fiesta en Madrid, pero sí en su Galicia natal. En estas fechas, la agenda de Rajoy suele acoger huecos muy ilustrativos. En 2015, por ejemplo, lo ocupó con su famoso baño en el río Umia. El año pasado se pegó una semana de vacaciones en Sanxenxo.

Quizás, más que burlarse del tribunal, Rajoy lo que quiere es pensarse su declaración mientras disfruta del puente y después lucir morenito en el plasma. Y, de paso, repetir su jugada cuando tuvo que explicar sus SMS de cariño a Luis Bárcenas, mientras media España volvía de vacaciones y la otra mitad se iba a lo mismo. Porque las comparecencias, como las bicicletas, son para el verano.