Antes de la victoria de Pedro Sánchez, el PSOE había ido rebajando poco a poco su potencia  para frenar  a ladrones y depredadores, algunos incluso próximos al presidente del  Gobierno, Mariano Rajoy Brey. Cargaron contra algunos de ellos, pero, eso sí, tocando el violín y a vivir que son dos días.

La ausencia de protagonismo del PSOE en el liderazgo político de este país, fue  la gran  torpeza  que  la vieja guardia contribuyó a empeorar y que, más tarde, se volcó en Susana Díaz.

Bastaba con leer el diario ABC para observar que  ese cotidiano que alimenta, aunque maquillado, a la extrema derecha, amaba a Susana, olvidando que sus aplausos perjudicaban a la presidenta de Andalucía en su intento de ser secretaria general del PSOE.

Nadie pudo entender  ese asunto.  O  tal vez, sí. El PSOE como organización, tenía que  haberse plantado ante aquellos que se cargaron a Pedro Sánchez, para intentar subir a los cielos a la presidenta de Andalucía. No lo han conseguido, y Sánchez ocupa de nuevo la secretaría general del PSOE, aunque le habían echado a patadas.

Pero, si procedieron así, recuerda Josep Borrell en su reciente libro “Los idus de Octubre”, fue porque “hubo que actuar sobre la marcha. Y hacer lo que hicimos fue porque tenía firmado un pacto de investidura con Podemos y los independentistas catalanes”, según explicó el secretario del Grupo socialista en el Congreso. Pacto que nunca llegó a cerrarse.

En estos momentos, habría que recordar que el  PSOE  surgió a finales del siglo XIX para apoyar a los trabajadores, a veces tan  maltratados. Y también a los más  débiles, como las mujeres,  asimismo tan castigadas.   El socialismo tenía, pues, la  necesidad evidente de no olvidarse en absoluto de que la izquierda no debe mezclarse con la derechona política. Y menos, aun, cuando la corrupción en ese territorio ha crecido sin parar.

Sánchez intentará desalojar a don Mariano de la Moncloa. Veremos si consigue los apoyos necesarios, pero su rechazo a abstenerse en la última investidura sigue vigente.