Cuando se cumple el centenario del nacimiento de Juan Ramírez de Lucas y 5 años de que la publicación de la novela testimonio “Los Amores Oscuros”, sacara a la luz su relación con Federico García Lorca, su hermano, Jesús Ramírez de Lucas confirma toda la historia punto por punto. 

Carta de amor de Federico García Lorca a Juan Ramírez de Lucas fechada el 18 de julio de 1936

No siempre se cumple la máxima de la justicia poética pero, a veces, la vida nos sorprende con inesperados actos de resarcimiento. Justo este año que se celebra el centenario del nacimiento de Juan Ramírez de Lucas, cuya historia como el último amor de Lorca, “El rubio de Albacete” saqué a la luz con la publicación hace 5 años en la editorial Temas de Hoy de “Los Amores Oscuros”, y que se dio en exclusiva con profusión de documentación en el diario El País, Jesús Ramírez de Lucas, uno de sus hermanos menores confirma punto por punto toda la historia que en aquellas páginas narré. Ha sido gracias al tesón y a la magnífica labor periodística del reportero extremeño Miguel Ángel Muñoz Rubio, sacarle al pariente la confirmación de la historia que, con naturalidad, llama “cuñado” a Federico.

Nadie se ha escandalizado nunca de que hablemos de la Leonor de Machado y sí de esta historia de amor protagonizada por dos hombres

Me produce una enorme satisfacción  personal ver cumplida la voluntad de Juan Ramírez, que algunos pusieron en duda cuando yo lo hice a sabiendas de que era su deseo, y que esta parte de la familia, a pesar de las disensiones de otra parte por cuestiones ideológicas, hablen con naturalidad de un legado importantísimo que cambia en mucho el relato de lo sucedido en los últimos años de la vida del poeta de Granada como insistí al sacarlo a la luz con mi libro. Por fin puedo hablar con más libertad, después de sufrir las críticas incluso de algunos intelectuales y estudiosos insospechados, que me acusaban, con un velado tufo homófobo o de patrimonialización de la figura de Lorca, de inventar, aunque los documentos aportados eran muy claros, o de levantar el velo de la intimidad de Federico.

[[{"fid":"62389","view_mode":"medio_ancho","fields":{},"type":"media","attributes":{"alt":"Primera edición de 'Bodas de sangre' dedicado Juan Ramírez de Lucas","title":"Primera edición de 'Bodas de sangre' dedicado Juan Ramírez de Lucas","class":"img-responsive media-element file-medio-ancho"}}]]Nadie se ha escandalizado nunca de que hablemos de la Leonor de Machado, y era una muchacha de dieciséis años, y sus circunstancias con el poeta como inspiradoras de su obra y causantes de dolores espirituales en éste, y sin embargo sí hubo quien se escandalizó cuando yo hablé de esta historia que, casualmente, protagonizaban dos hombres. A finales de 2010 llegó a mí, gracias a un amigo médico, José Manuel Verdugo, cuya familia fue amiga de los García Lorca y de los Ramírez de Lucas, la historia de este hombre excepcional que llenaría de alegría, de versos y de ilusión al poeta: Juan Ramírez de Lucas. Habíamos coincidido alguna vez en las entregas de premios del diario ABC en el que ambos, con diferencias de años, habíamos colaborado en las secciones de cultura, además de los actos del Ateneo de Madrid al que se sentía tan unido desde los días de su relación con Lorca. Un periodista de la casa, el recientemente desaparecido José Miguel Santiago Castelo, que era íntimo amigo suyo, me comentó que le había elogiado mi manera de enfocar  en un reportaje unas cartas entre la poeta Pilar Paz Pasamar de Juan Ramón Jiménez que publiqué en el suplemento cultural del diario, al que él había conocido. Me dijo que él tenía un material guardado que tal vez yo debiera conocer ¿Quién podría imaginarse la historia que había detrás de su mirada curiosa y su experiencia? Era 2008 y no volví a saber de él, hasta que supe que murió, en 2010, y un sobrino suyo me contactó por medio del citado amigo médico. Él me contó lo que había en esos documentos y he de decir que, como la confidente de él en mi novela “Los Amores Oscuros”, la novela en la que puse en pie esta investigación, no quise creer al principio pero luego, recordé que había leído su nombre en el referencial libro de Agustín Penón, “Miedo, Olvido y Fantasía” y tiré de ese hilo hasta ir confirmando la historia. Luego, este pariente directo de Juan, que me había facilitado parte del material  me dijo que existían disensiones familiares. Me dio la dirección de dos de las hermanas, y me pidió que les escribiera como investigador y así lo hice. Esto provocó enfados, incluso la velada amenaza de destruir el material existente y luego se echó atrás por miedo a su propia familia. Él me facilitó acceso pleno a toda la documentación y varios diarios de Ramírez de Lucas que yo fui ampliando con la investigación  paralela del círculo de Luis Rosales y de Pura Ucelay, cuya familia, en especial Margarita Ucelay a la que llegué a conocer y entrevistar que fue cómplice de esta historia y la vivió en primera persona, me aportó mucha más información de la historia y datos. Ante la diatriba, temiendo el peligro por la integridad del material, me decidí a publicar el libro con mis editores de Planeta,  y hacerlo público en la prensa.

Federico García Lorca, Pura Ucelay y Ramón María del Valle-Inclán

Cuando Penón preguntó a Rosales en 1954-55 que por qué creía él que habían asesinado a Federico, éste le contestó: “Porque en este país la envidia mata más que el odio”. Esta es una sangrante verdad, pero, además, la carta que descubrí, enviada a Juan Ramírez de Lucas el 18 de julio de 1936, es una prueba irrefutable de que el profundo amor de ambos jugó su literario y terrible papel en toda esta trama. En ella no cabe duda de que Lorca no estaba dispuesto a marcharse del país sin Juan. Pura Ucelay, la única mujer que ha dirigido el teatro Español y que fue quien los presentó,  ya lo dice  en su entrevista con Penón en los años 50. He tenido la suerte de estar en su casa, en esa casa donde se organizaban las cenas entre Federico y Juan, y que la familia mantiene casi intacta en el corazón de Madrid. A Pura Ucelay la represalía el franquismo prohibiéndole volver a representar teatro, ella que fue la primera directora del Teatro Español y montó las últimas piezas de Federico y  Valle Inclán en sus tablas. Una casa en la que, ya muerto Federico, cuando a Pura le sobreviene una ceguera incurable, visitaba Juan para leerle casi todas las tardes.  

Esta novela y sus historia, con los  documentos mostrados, dio la vuelta al mundo y revolucionó lo dicho y escrito hasta entonces, poniendo nerviosos a muchos. Ian Gibson estuvo especialmente crítico, quizá por mantener su hipótesis de que el destinatario de los sonetos era Rafael Rodríguez Rapún, y yo no quise entrar en un abierto enfrentamiento por respeto a su trabajo, al que no invalidaba en su totalidad la aportación que yo hacía, simplemente lo complementaba, y a pesar de conocer las cartas que el propio Gibson mandó en los 80 a Juan Ramírez de Lucas, y la respuesta de éste. Incluso consiguió la aprobación de una Proposición No de Ley (PNL) en el Congreso de los Diputados, por unanimidad de todos los grupos políticos-esa cosa tan extraña siempre y más en este momento de falta de consensos-de la recuperación de este legado. Luego quedó en papel mojado, salvo por las muchas portadas y artículos de diarios, en prensa escrita, radios y televisiones, porque hay mucho miedo a hacer lo que hay que hacer y nadie se preocupó por hacer cumplir esa resolución. Ahora parece, según las declaraciones de Jesús Ramírez de Lucas, que se está en conversaciones con la Diputación de Granada para que este legado esté ahí, cosa de la que me alegro por los muchos amantes y estudiosos de la obra lorquiana. Sólo espero que la parte sensata de la familia haya preservado este legado de haber sido convenientemente mutilado, pues algún miembro de la familia no quedaba muy bien en el relato de su protagonista, de lo que lo único que puede dejar constancia son las pruebas documentales y fotográficas que yo consiguiera y se editaran por medio de los medios.

Retrato de Juan Ramírez de Lucas en la época en la que estuvo con Lorca hecho por el dibujante Gregorio Prieto para ilustrar una edición de Don Quijote de la Mancha

No deja de ser simbólico que, en el brutal asesinato del escritor más universal después de Cervantes de las letras españolas, y una de las cumbres de la poesía amorosa universal, el amor fuese tan determinante en su tragedia. Creo que, en realidad, Ramírez de Lucas no fue más que otra víctima de la terrible guerra, pero, lo cierto, razón, entre otras, por la que guardó silencio,  es que él se sintió culpable toda su vida. La fatalidad, ese destino trágico tan lorquiano, quiso que acordaran separarse en aquel maldito julio unos días para que Juan consiguiese el permiso paterno, tenía 19 años y la mayoría de edad era entonces los 21, por lo cual no podía viajar al extranjero sin el consentimiento expreso de su progenitor. La autorización  no llegó, y en esa coyuntura se desencadena la guerra con el terrible final.  Juan fue testigo de cómo muchos amigos le desaconsejaron a Lorca postergar la salida a México, mucho menos ir a Granada, entre otros Margarita Xirgu, Pura Ucelay, Neruda, el mismísimo Azaña, o Rafael Martínez Nadal, con quien se ven la  misma tarde que Federico toma el tren en Atocha despidiéndose de Juan, y ese peso fue muy duro de sobrellevar para aquel joven enamorado. Hay pues tres cuestiones fundamentales para que Ramírez de Lucas postergara hacer pública esta historia hasta su edad postrera, ya con noventa años. La primera el trauma de la pérdida de Federico, su primer amor y tan definitivo, que lo marcó a fuego toda la vida, y en cuya muerte, por el asunto del permiso paterno y el retraso del viaje a México, se sintió responsable. La segunda, la oposición familiar a desvelar esta historia, en un momento en el que, la ley, y el régimen dictatorial imponía la muerte, como en el caso Lorca, la cárcel o el exilio, como en otros muchos: Retana, Miguel de Molina, etc, y esta “ley de vagos y maleantes” estuvo en vigor hasta 1978. Finalmente, Juan rehace su vida sentimental a principios de los ochenta, le cuesta hacerlo cincuenta años, consigue volver a ser feliz, y posterga poner en limpio todo esto hasta que le sobreviene la muerte, aunque en su última hora explicita que se haga pública la historia. Todo lo demás está contenido en una novela, no por capricho, sino por necesidad. Creo que cada historia busca su forma. Yo, al principio, comencé la investigación con la idea de escribir un ensayo. Enseguida me hice cargo de que, la emoción que aún hoy, 80 años después, atesoraban los pocos testigos directos o interpuestos por  confidencias a terceros de aquella vivencia, era imposible hacerlo con la asepsia académica de la ensayística. Entonces me di cuenta de que había modelos narrativos válidos para plasmar esta emoción. Con la forma de la llamada novela testimonio, que acuñara Capote con A sangre fría, y luego hayan continuado maestros como García Márquez con El Coronel no tiene quien le escriba o Crónica de una muerte anunciada, o Vargas Llosa con su Guerra del Fin del Mundo, o la prematuramente desaparecida y amiga mía, Dulce Chacón en La Voz Dormida, permiten la recreación narrativa de una investigación histórica, periodística o literaria en forma novelada.

Conforme fui adentrándome en los documentos y en los testimonios me di cuenta de que mucha más gente de la que cabía sospechar estaba al tanto de esta historia. La propia Laura García Lorca, al hacerse público, cuando dice que “conocía la existencia de la carta”,  y que “podría tratarse de material de enorme interés para el archivo de la Fundación Lorca” confirma esta historia y su importancia.  Muchos testimonios del círculo íntimo de Luis Rosales, de Vicente Aleixandre y del matrimonio Ucelay-Ruiz-Castillo, me confirmaron esta historia de la que quedan más que vestigios probatorios, con el peligro de que, por edad, o por temor, hubiesen desaparecido.  Quizá para mí el testimonio más estremecedor me resultase el de Antonio Hernández, encargado de la edición de las Obras Completas de Luis Rosales, en Taurus, y hombre de su absoluta confianza. Cuando le pregunté a Antonio por esta historia, se sonrió, y me contó que en los últimos días de Rosales, él le dijo el nombre de Juan Ramírez, como destinatario de los Sonetos del Amor Oscuro. Le pidió el encargo de escribir por él un libro de poemas recordando a Federico. Se llamaría Nueva York después de muerto. Un viaje postrero con su amigo Lorca por su vida y su obra en la mítica ciudad de los rascacielos. Antonio Hernández le prometió cumplir este encargo a lo que Rosales le replicó: “lo prometido es deuda”. Hernández me leyó un poema de este libro guardado desde la muerte de Rosales, inédito como el resto del volumen, en el que se hablaba de Juan. Yo empujé a Antonio Hernández para publicase este libro comprometido con Luis Rosales y que, felizmente, fue Premio Nacional de Poesía.  

También mi admirado amigo Félix Grande, me contó como Juan Ramírez estuvo detrás de la misteriosa edición de cubierta roja de los Sonetos del Amor Oscuro que apareció antes de que ABC lo diese, en los buzones de críticos y escritores determinados. Félix no sabía de la historia con Federico, pero sí de la edición de estos libritos e incluso me regaló uno de estos numerados y escasos ejemplares.

Ahora, después de la salida a la luz pública de la historia, y de la confirmación vía entrevista de su hermano Jesús Ramírez de Lucas, estoy recibiendo aún más información sobre esta historia de cómplices compañeros de Juan Ramírez. A veces me divierte leer cómo otros se apropian de mi descubrimiento, o lo hacen suyo, incluso de algunos con los que estoy teniendo que tomar medidas penales por plagio o delitos contra la propiedad intelectual, cuestiones pendientes de dirimir todavía y de las que hablaré con detenimiento en otra ocasión. Hoy estoy más convencido que nunca que hice lo correcto porque, al final, el compromiso es con Federico García Lorca y Juan Ramírez de Lucas. Con su historia y su legado. Muchas cuestiones sociales, políticas e intelectuales se parecen al ahora peligrosamente, lo que me ratifica en lo importante que es el esclarecimiento de ciertas vidas. A mí me turbó y me cambió, sin lugar a dudas, por la asunción de la naturaleza y los demonios de este país con sus hijos más luminosos y simbólicos como Lorca. Lo puse negro sobre blanco en “Los Amores Oscuros” y en la adaptación teatral que hice de la misma que está paseando esta historia por los teatros españoles y extranjeros.  En cierto sentido, Federico fue nuestro “Muerto simbólico”, o el cordero del sacrificio, y su enamorado Juan, su discípulo de amor predilecto. Creo que esa es la fuerza de esta luminosa pasión, que ha sido capaz de abrirse camino por oscuridades impuestas. También a prejuicios y rémoras ideológicas persistentes.