El tan reiteradamente anunciado como temido choque de trenes entre el Estado y el secesionismo catalán puede no llegar a producirse. Esto es lo que vaticina, por poner un ilustre ejemplo, un periodista lúcido y veterano como Lluís Foix cuando advierte que ambos convoyes circulan por vías distintas, con lo cual el choque resulta prácticamente imposible. A no ser, claro está, que uno de ellos descarrile, se salga de la vía y arrolle al otro, o se vea arrollado por él.

Lo que por el momento ocurre es que el secesionismo ha llegado a su callejón sin salida. Transcurridos ya los dieciocho meses prometidos para la proclamación solemne de la independencia de Cataluña, nada ha sucedido. Nada, menos las sucesivas condenas e inhabilitaciones judiciales de Artur Mas, Joana Ortega, Irene Rigau y Francesc Homs, no “por poner las urnas” como pretenden hacernos creer algunos de sus más conspicuos voceros sino por algo tan ilegal como es desobedecer al Tribunal Constitucional.

Unas condenas, conviene destacarlo, que han sido acogidas hasta este momento casi sin ninguna movilización popular de protesta, de un modo poco menos que resignado y mientras incluso el último sondeo del Centro de Estudios de Opinión (CEO) de la Generalitat refleja un nuevo y claro retroceso del voto independentista, tanto en un supuesto referéndum como en unas nuevas elecciones autonómicas.

El tan reiteradamente anunciado como temido choque de trenes entre el Estado y el secesionismo catalán puede no llegar a producirse

El por tantas razones añorado presidente de la Generalitat Josep Tarradellas advertía a menudo que, a diferencia de lo que ocurre en el Gobierno español, en Cataluña no hay una tradición de cultura de que no quería ver repetido jamás, pero lo decía también porque sabía que España, como cualquier Estado con siglos de experiencia en el ejercicio del poder, sabía administrar muy bien todos los resortes de este poder. Resortes de todo tipo, no solo políticos sino también judiciales, económicos, financieros, sociales, mediáticos… Y resortes no solo internos sino también externos.

Es de desear que no se produzca el tan temido choque de trenes. Es de desear también que ninguno de los convoyes se salga de su vía, ni que descarrile uno u otro tren. No obstante, mucho me temo que el riesgo sigue ahí, fundamentalmente porque los secesionistas saben que han llegado al inevitable y más que predecible callejón sin salida y porque parece que el Estado está dispuesto a ejercer –esperemos  que con mesura y sin ningún exceso- todos sus innumerables y muy potentes resortes de poder, internos y externos, políticos, judiciales, económicos, financieros, sociales, mediáticos…

Visto que no ha habido forma alguna de llevar a cabo un diálogo sin condiciones previas y con verdadera voluntad de diálogo, parece que finalmente se acabó lo que se daba. Ha llegado el momento en que el “croupier” de la ruleta ha anunciado el consabido “rien ne va plus”, la ruleta sigue girando y ya no hay posibilidad ninguna de modificar la apuesta. Ahora conviene saber si la ruleta es rusa o no y si solo queda una única bala en la recámara.