No es la primera vez que comento que, aunque no soy “hijo del Cuerpo”, sí soy hijo del Ejército. Y, como tal, he vivido algunas experiencias. Por ejemplo, comprobar cómo los vítores y aplausos retumbaban en la Castellana el 12 de octubre, cuando la Guardia Civil desfilaba, sobre todo en los tiempos en que se dejaban la sangre y la vida por culpa de ETA.

De aquellos tiempos, el mejor recuerdo son los campamentos de verano para hijos de militares que organizaba la Dirección de Asistencia al Personal (DIAPER). En concreto, uno de ellos, con 15 años, en Santoña. En una salida de las instalaciones por el pueblo pesquero, a pocos metros del monumento a Carrero Blanco, pasó embalado un coche patrulla de la Guardia Civil. Gracias a mis reflejos de juventud, conseguí apartar a un compañero antes de que fuera atropellado. Pero la rebeldía de esa edad también me llevó a decir: “Cuidado, que te pillan los picoletos”.

El monitor del grupo, que dada la situación también era alférez, me reprochó el apelativo en el acto y me llevó al director del campamento, que a su vez era coronel. La bronca fue de aúpa y se me marcó la mención a que “los guardias civiles morían en el País Vasco mientras yo les ponía motes”.  Por si la lección no estaba clara, se me castigó durante el resto del campamento, prohibiéndome jugar la liga de fútbol y obligándome a fregar las barbacoas y las paellas durante una semana. Aprendí la lección.

Todo esto viene a mi memoria con la penúltima polémica del Gobierno de Mariano Rajoy. No contento con colocar a su amigo Gregorio Serrano en un puestazo para el que no está cualificado, ahora el ministro del Interior le ha regalado un piso que tenía que ser para familias de la Guardia Civil. Por si el privilegio no fuera suficiente, también se le han adjudicado 50.000 euros para realizar obras que conviertan la vivienda en “habitable”.

¿Acometida de agua? ¿Arreglos en el puente térmico? ¿Blindaje en ventanas por si ETA vuelve a las andadas y cree que dentro hay guardias civiles y no un exconcejal de Sevilla? No, hablamos de 50.000 euros para materiales de alta calidad como un falso techo de escayola lisa por 2.325 euros, un armario corredero de 2.392 euros o una tarima flotante de roble de 4.000 euros.

Y mientras, la mayoría de Guardias Civiles no tienen la suerte de vivir en una vivienda pagada por el Estado y muchos viven destinados lejos de su familia, con un sueldo que se les va en pagar el alquiler de su bolsillo. Aquellos más afortunados, viven en pabellones con más de 50 años de antigüedad y las reformas, no digamos ya los caprichos, se los pagan ellos mismos.

Sólo por la vergüenza torera que provoca ese desagravio –y sin entrar en tasas de suicidios o agentes que usan su sueldo para comprarse el chaleco antibalas- y por haberse reído de la Guardia Civil, tanto Serrano como su amigo habrían dimitido en cualquier país civilizado. Yo me conformaría con que ambos se pasasen toda la legislatura fregando barbacoas.