La patria es la casa del hombre, no la del esclavo, decía el político italiano Giuseppe Mazzini. Aunque es paradójico que los grandes patriotas de que estamos rodeados y por quienes estamos gobernados, los neoliberales, no son, precisamente, muy adeptos a la libertad, sino lo contrario. Tras varias décadas de neoliberalismo sobre nuestras cabezas ya se hace justo y necesario ser absolutamente conscientes de que el objetivo de los neocon es el dinero, es el traspaso de dinero público a manos privadas. El amor al dinero y el desprecio absoluto a las personas y a sus derechos es el leitmotiv que inspira su ideario. Y, además, es justo y necesario saber que esa voracidad ha contaminado a la socialdemocracia y a los movimientos sociales cuyos postulados democráticos se han ido también desdibujando en ese camino.

Ya en el año 2000 el politólogo y sociólogo inglés Colin Crouch, en su libro “Posdemocracia” pretendía definir y explicar la situación política de principios del siglo XXI. Argumentaba que, en el contexto neocon o neoliberal, el ideal democrático va degenerando con rotundidad debido al capitalismo globalizado y a unos partidos políticos que han perdido su base social y se han convertido en “comerciantes” de puestos, de ideas, de dinero y de cargos; de tal manera que las democracias, aunque se han incrementado como nunca en el mundo, han ido perdiendo sus postulados más básicos y convirtiéndose en sistemas políticos elitistas.

Si pensábamos que estábamos mal, la llegada de Donald Trump a la presidencia de EEUU nos viene a colocar la guinda en el pastel

En otras palabras, estamos inmersos en sistemas políticos que mantienen los formalismos de las democracias representativas, pero que no son democracias in sensu stricto; porque gran parte de las minorías y de los ciudadanos han sido excluidos a través de múltiples y sofisticados mecanismos de manipulación, de control y de exclusión. Si en el Despotismo Ilustrado del siglo XVIII el lema era “Todo para el pueblo pero sin el pueblo”, en estos sistemas políticos implantados por los neocon  el lema sería, en definitiva, “Todo para los ricos y nada para el pueblo, y cuanto más salvajemente se maltrate al pueblo más se enriquecerán los ricos”.

Si pensábamos que estábamos mal, la llegada de Donald Trump a la presidencia de EEUU nos viene a colocar la guinda en el pastel, y nos viene a confirmar, a través de la evidencia de su descaro, que de lo que se trata, en realidad, es de fascismo puro y duro. A escasos días de su nombramiento ya ha hecho efectivas medidas inimaginables para cualquier mente mínimamente democrática. Desprecio a los inmigrantes, veto de entrada a ciudadanos árabes, excepto de los países en los que tiene negocios e intereses, Arabia Saudí y Pakistan, machismo elevado a la máxima potencia, homofobia, y sobre todo esa soberbia infinita sólo propia  de los que se creen que el mundo es su finca particular.

Se criminaliza la protesta, se tapa la voz ciudadana y se restringe hasta límites la libertad de expresión

No hay más que recordar las catorce premisas que Umberto Eco expuso como identificativas del pensamiento fascista, como, por ejemplo, el tradicionalismo y el nacionalismo, y el rechazo al diferente o a “la modernidad”, la irracionalidad y la pobreza intelectual, el pensamiento único, el racismo, la humillación al pueblo, el machismo, la pobreza del lenguaje: los fascistas utilizan un vocabulario pobre y una sintaxis simple para impedir el razonamiento crítico.... De tal manera que nos hace muy sencillo identificar eso que, de manera eufemística, llaman “democracias liberales”, otros llaman neofascismos y Crouch llama posdemocracia. Aunque ¿qué es realmente el neoliberalismo si no una clara manifestación del fascismo?

Ante este panorama, es evidente que estamos viviendo en un mundo complicado y con perspectivas nada favorables para el pensamiento democrático; se criminaliza la protesta, se tapa la voz ciudadana y se restringe hasta límites la libertad de expresión. La Ley Mordaza del Partido Popular es claro ejemplo de la represión y de la contención de la voz de los ciudadanos. La resignación, la desidia y la desconfianza de la política pliegan los resortes de acción de sociedades cuyo papel debería ser la participación comprometida y activa en las cuestiones públicas. ¿Qué podemos hacer los ciudadanos ante esta tesitura?  Juan Carlos Monedero ya decía en un artículo de 2012 que ante el pesimismo de la nostalgia nos queda el optimismo de la desobediencia. La búsqueda de información, el compromiso, la denuncia, la insumisión son, finalmente, las armas más efectivas. “Cuando una ley es injusta lo correcto es desobeder”, decía Gandhi. “Ojalá podamos ser desobedientes cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común”, decía en “Las venas abiertas de América Latina” Eduardo Galeano”. Y decía, a su vez, el periodista y escritor mexicano Ricardo Flores Magón que la rebeldía es la vida y la sumisión es la muerte.