En el mundo de las telecomunicaciones, se llama la última milla. Lo sé de mis años en Airtel o Vodafone [tuve la suerte de vivir las dos etapas de la compañía]. Es lo que marca la diferencia, lo que define la calidad del servicio al cliente.

A ver si soy capaz de explicarlo sin que un ingeniero desee arrancarme esta cabeza de humanidades que tengo. Es el tramo de red que va desde el módem que tenemos en casa [por ejemplo], hasta el nodo más cercano. Y es la clave de todo.

En la última milla, los operadores pueden acelerar o ralentizar determinados contenidos. Pueden facturar en función de la velocidad elegida por el cliente, real, simétrica o como les dé la real gana denominarla en cada momento.

O sea, como decía antes, la última milla es, sobre todo, la que marca la diferencia, la que hace que el servicio de un operador sea mejor o peor que el de otro, en la que cada compañía aporta su valor diferencial.

El valor de un periodista se mide por saber discriminarla y ponerla en contexto

En el mundo de la comunicación, la última milla la ponían los profesionales. De entre todo el ruido informativo, los periodistas extraíamos lo que considerábamos más relevante para la sociedad y lo publicábamos. El valor de un periodista no se mide por su capacidad de relatar la realidad, sino por saber discriminarla y ponerla en contexto.

El resultado es una información estructurada y jerarquizada, en la que cada pieza tiene una relevancia determinada según una serie de criterios establecidos en base a los resultados de investigaciones científicas.

Un gato haciendo cosas raras ocupa el mismo lugar que el nuevo presidente de Estados Unidos

Hoy en día, las redes sociales han acabado con la última milla informativa. Un gato haciendo cosas raras ocupa el mismo lugar que el nuevo presidente de Estados Unidos. Las declaraciones de una Kardashian están al nivel de las de Oshhumi [bueno, ya quisiera éste].

La consecuencia básica es la intoxicación informativa, que lleva indefectiblemente a la desinformación.

Por un lado, las empresas envían sus mensajes "sin filtro", con lo que crean una realidad alternativa que apoya a sus propios intereses. Es lo que Nacho Jiménez Soler [que de esto sabe mil veces más que yo] denomina "el efecto holograma".

Por otro, la falta de criterio en la organización de la información y de contextualización por parte de los profesionales del periodismo desvía la atención de los temas de verdadero calado e impacto en la sociedad.

¿La solución? La de siempre: leer periódicos, escuchar la radio, ver los informativos de televisión y cambiar YouTube por los documentales.

Puede no ser fácil. Puede sonar aburrido. Pero créanme, es la milla final que marca la diferencia.