Decía Antonio Gramsci que para cambiar la sociedad no es necesario hacerse con el poder político, sino que es suficiente con hacer pensar a las personas de manera diferente. Todo un reto, porque, dada la escasa adhesión del personal a utilizar las neuronas, cobran vida las palabras de la gran Frida Kalho defendiendo el librepensamiento: “Yo no quiero que pienses como yo, sólo quiero que pienses”. Porque, en realidad, somos adoctrinados en el miedo a pensar, en consonancia con determinadas ansias de control, determinados negocios e intereses.

Nos enseñan, por ejemplo, a “tener fe”, es decir, a abdicar de nuestra tendencia natural a buscar las respuestas a nuestras preguntas, y nos incitan a conformarnos con supersticiones y fantasías para entender el mundo, alejándonos del conocimiento, de la reflexión y de la consciencia. De ahí que el poder tradicional y las religiones se empeñen tanto en adoctrinar desde la más tierna infancia, cuando no se tienen herramientas de defensa intelectual, cuando no nos cuestionamos nada de lo que nos cuentan, y asimilamos las verdades o mentiras que nos repiten como base del armazón ideológico que nos acompañará toda la vida. Se trata de lo que mi querida amiga Milagros Riera llamaba la peor de las pederastias, la “pederastia intelectual”. 

“Yo no quiero que pienses como yo, sólo quiero que pienses”

Adoctrinar es imponer un dogma, un pensamiento, una creencia como verdad indiscutible; es tratar, por tanto, al ser humano como un esclavo al despojarle de su voluntad y de su libertad de pensamiento. Educar es, al contrario, parafraseando a Eduardo Galeano, enseñar a dudar, porque son libres quienes crean, no quienes copian, y son libres quienes piensan, no quienes obedecen. Sin embargo, los mismos que basan su poder en el adoctrinamiento y en la anulación de la libertad se permiten, con un cinismo descomunal, verter sobre los otros sus propios pecados. Es el colmo de la hipocresía y de la falsedad, atribuir al contrario los males que uno comete y propaga. Es el “ladrón” acusando de hurto a la víctima de su robo. Es Cañizares, hace pocos días, desprestigiando la Ley valenciana, llamada Ley Trans, de respeto a la identidad de género, diciendo en uno de sus mítines que “adoctrinar a los niños en ideología de género es una maldad”.

 

Muy, muy mal quedaría la Iglesia católica si nos pusiéramos a hablar en serio, y desde la más estricta objetividad, sobre adoctrinamientos, ideologías y maldades. Para empezar, es un verdadero dislate financiar con dinero de todos a una organización religiosa que interfiere en la creación de Leyes, de cualquier Ley que sea promulgada democráticamente, pero más aún de Leyes que buscan el respeto a sectores de población castigados secularmente con la marginación, el desprecio y el estigma, como los homosexuales y los transexuales, quien, digo yo, también tienen derecho a la vida. 

Dice Cañizares que hablarles a los niños de la igualdad, la solidaridad, la tolerancia y el respeto a la diversidad, del derecho a la autodeterminación de la identidad de género, en definitiva hablarles de Derechos Humanos es adoctrinamiento y es una maldad. Que nos cuente qué es llevar veintiun siglos hablando incesantemente a las gentes de demonios, infiernos y llamas eternas; de culpas, de castigos, de valles de lágrimas, de pecados y de purgatorios; de hacer seguir un credo por la fuerza, de tener como excusa la fe para imponer dogmas increíbles y verdades reveladas que no se pueden sostener si no es al cobijo de la superchería y la sandez. Porque la fe, eso que algunos ensalzan como la gran virtud teologal, no es otra cosa que la glorificación de la ignorancia voluntaria. 

Dice Cañizares que hablarles a los niños de la igualdad, solidaridad, tolerancia es adoctrinamiento y es una maldad

Que nos cuente si es o no adoctrinamiento el que nos hagan creer en querubines asexuados con alas plateadas. Que nos cuente si es bondad haber quemado en hogueras, haber torturado, haber difamado, haber estigmatizado a muchos miles de seres humanos por su homosexualidad o por no encajar en su moral, doble moral, intolerante e inhumana. Que nos cuente si es bondad el permitir y disculpar la pederastia sistemática. Que nos cuente qué es, en realidad, maldad, y qué es, en realidad, bondad. Porque no parece que ese código moral tan primario que vende como propio el cristianismo haya sido muy respetado, a lo largo de la historia, por los propios cristianos.

Sea como sea, dejando de lado ideologías y creencias, muy respetables todas en el ámbito de lo privado, algo que es evidente es la injerencia incesante del clero en los asuntos públicos de este país. Es eso que se llama confesionalismo. Es eso que es el polo opuesto del laicismo. Ignoro por qué las instituciones correspondientes no ponen freno con rotundidad a estas injerencias intolerables que menoscaban la maquinaria democrática, ya tan menoscabada, y los derechos ciudadanos de este país. Porque la Iglesia camina siempre oponiendo resistencia al progreso y al bienestar de las personas. Porque, como decía el escritor y periodista noruego Helge Krog, la Iglesia acepta el progreso sólo cuando ya no puede impedirlo. Y así vamos.