Anda la cosa revuelta en los partidos políticos de nuestro país. Parece que la necesidad de dar bofetones hace que, en tiempo electoral se los den entre las distintas formaciones y, una vez pasada la contienda de los comicios, la inercia haga que se tiren de los pelos entre los propios miembros de cada organización.

Quizás otra lectura, quizás más certera, sea aquélla que ponga el foco en el hecho de que, en realidad, dentro de las formaciones políticas están a torta limpia continuamente, pero ahora que ya no hay que dar noticias de campaña electoral, se ponga en el punto de mira lo que pasa en el seno de los partidos. Desde mi experiencia como ex militante, creo que la realidad se ajusta más a esta segunda opción.

Cualquiera que haya participado alguna vez en su vida en una organización sabe que hay tensiones, familias, grupitos, sectores, capillitas, guerras, contiendas, batallas, enfrentamientos…. Desde una comunidad de vecinos hasta el más grande de los partidos políticos. Toda organización es como una olla a presión que, cuanto más poder potencial tenga, más fuerza adquiere en sus pasiones.

Precisamente el principal virus del PSOE ha sido este, desde hace muchos años: las batallas fratricidas entre militantes, entre militantes y cargos orgánicos, entre cargos orgánicos y cargos públicos. Un “totum revolutum” que, mientras había espacios y poder para repartir, se iban sobrellevando. Sin embargo, a medida que la tarta ha ido menguando, esto es, los cargos a repartir, las guerras se han hecho cada vez más sangrientas. Y a la vista está que lo que sucede ahora mismo en el PSOE no es otra cosa que la evidencia de los distintos sectores que han ido teniendo poder a lo largo de los últimos años, que, por olvidarse de lo importante (lo importante entiéndase como aquello a lo que se supone que está llamado un partido político como el socialista, esto es, la defensa de la igualdad de oportunidades de la población, la lucha por la justicia social, la representación de los trabajadores o de los que necesitan tener un empleo) andan ahora sacándose los ojos para intentar colocar sus intereses personales a buen recaudo. No es otra cosa sino esta. No se complique usted la vida en encontrar un atisbo de ideología o de confrontación argumental con un mínimo calado en todo lo que ocurre. Luchas de poder entre los que siempre han vivido del partido sin más mérito que ése, sobrevivir a pesar de–o gracias a- quien estuviera en la dirección de la organización. 

Ya sucedía hace años, cuando algunos alzábamos la voz y denunciábamos las tropelías que sucedían en el partido, que siempre aparecían huestes de militantes, dirigentes o gentes con el acometido de velar “por el interés del partido” (o sea de los intereses de los que hacen suyo el partido), que decían aquello de que “los trapos sucios se han de lavar en casa, decir las cosas donde corresponde, y jamás hacerlo fuera para no darle alas a los enemigos que acechan cualquier punto débil”. Eso lo he tenido que escuchar muchas veces. Incluso, cuando comenzaba a hacerse visible el tremendo fiasco del PSOE de cara “al exterior”, algunos aún pretendían hacernos culpables a los mensajeros, a los que denunciábamos, porque consideraban que haber destapado las vergüenzas era la causa de la debacle. Sin duda, para ellos, el hecho de que sucediera lo que estaba ocurriendo no era el problema principal, no; el problema era que lo contásemos. Y así han llegado donde están. Quizás si hubiesen puesto cauces, medios, soluciones… si hubiesen dedicado la misma energía que pusieron en intentar callar nuestras voces, hoy no estarían como están. Pero, en fin, el PSOE ya no tiene solución.

 La petición de perdón de Pablo Iglesias me dio vergüenza ajena, y me pareció un insulto a la inteligencia de cualquiera 

Llama la atención que quienes vinieron hace un par de años a poner orden en todo este jaleo, quienes vinieron a imponer cordura, a darle un tirón de orejas a todos aquéllos políticos que habían olvidado la verdadera causa de “su misión de servicio público”, estén hoy reproduciendo exactamente los mismos errores que criticaban.

En Podemos tienen un “jariguay” bastante considerable. Y no es nuevo. Casi desde su inicio, la casa se construyó sin cimientos, todo aire, todo naipes que, en el primer vendaval estaba previsto que cayeran con facilidad. No es que ahora Podemos se desmorone, pero sí es cierto que, con el poco tiempo que tiene la formación, está dañada de manera muy grave. Y eso es algo imperdonable cuando precisamente se construyó sabiendo los terribles fallos que los demás habían cometido. Vaya que, si uno construye una casa nueva porque el bloque que existía está derrumbándose por no haber puesto bien los pilares, es de necios cometer los mismos errores y, además, hacerlo con productos mucho más baratos y sin profesionales que puedan ayudarte en la construcción.

Pablo Iglesias pedía perdón hace dos días. Mirando un papel, una especie de epístola que había escrito para sus feligreses (él los llama “inscritos”, que no “militantes). Decía avergonzarse por las peleas y el vergonzoso papelón que estaban interpretando “los suyos” y “los otros”. Evidenciaba una fractura interna y, sobre todo, evidenciaba ser el “macho alfa” que le pide a la pandilla que se relaje, demostrando así que está muy convencido de que su palabra es la ley.

Supongo que a sus feligreses les pareció un mensaje entrañable, humano, sencillo, lleno de amor y humildad que sólo un mesías como Pablo podía dar. A mí me dio vergüenza ajena, y me pareció un insulto a la inteligencia de cualquiera que se precie de tenerla. La prepotencia y la manera de dar por hecho que cualquier patraña “cuela” evidencian que el verdadero problema del secretario general de Podemos es que está convencido de ser muy listo, mucho más que la media; y ahí subyace el problema grave y principal de los que dicen llamarse de izquierda.

Creer que están tocados por algún tipo de varita mágica, que son una especie de deidad que viene a salvarnos a todos (que, de paso, somos mediocres, ciegos e imbéciles y necesitamos de él y gente como él para guiarnos en este camino de oscuridad). No se preocupen sus feligreses, ustedes sonrían, abrácense mucho, inscríbanse y voten por internet. Eso sí, los trapos sucios y lo que tengan que decir, mejor se lo guardan ustedes, no vaya a resultarnos “desde fuera” evidente que Pablo y su pandilla le están vendiendo una moto a todo el mundo. Cállense, podemitas, que podemos pensar que en Podemos se les está yendo la cosa de las manos.

Y así, a la misma conclusión ha llegado Albert Rivera. ¿Cómo, que no se acuerdan de quién es Rivera? Sí, hombre, sí. Ese chico amable, de camisa blanca (el que jugaba al baloncesto, no, ese es Sánchez), que venía de trabajar en banca y emulaba a Adolfo Suárez (o eso pretendía). Aquél que siendo catalán nos vendía un Estado fuerte, unido y sin darle la mínima posibilidad a nadie que pudiera defender otra cosa que no fuera una sola España, grande y libre (libre de liberal, no se confunda usted). Pues ese, sí, que sigue vivo y sigue al frente de Ciudadanos, ha promovido lo mismo que Pablo Iglesias y que el sector más duro y rancio del PSOE: en su último congreso han establecido que los trapos sucios se lavan en casa, y que cualquier manifestación que pudiera “perjudicar” la imagen o el interés del partido, no tendrá cabida.

Ya ve usted, tanto cambio y tanta regeneración para venir a hacer lo mismo (de lo malo) que se hacía ya. Perder libertad cuando uno decida “inscribirse o afiliarse” a un partido político es lo que consideran algunos la manera lógica de solucionar lo que está pasando en un país de Ley Mordaza, recortes de derechos y libertades. Ya ve usted.

Mientras tanto, los de siempre están al frente del Gobierno, de corrupción hasta el cogote, y como ve, esos sí que no tienen voces críticas. ¿No le sorprende?