Internet, como Ryanair con las maletas, tiene sus propias normas. Incluso sus propias leyes. Algunos ejemplos son la Ley de Skitt, que viene a decir que siempre que alguien publica un comentario corrigiendo ortográficamente otro mensaje, también cometerá, al menos, un error. O la Regla 34, que señala que “si existe, hay porno sobre ello”. Esta última no la he comprobado, pero un amigo de un amigo dice que es verdad. Lo que sí está contrastada, basta un paseo por Twitter o cualquier foro, es la veracidad de la principal norma de Internet: la Ley de Godwin.

Esta Ley dice que, a medida que se alargue una discusión en Internet, la probabilidad de que alguien acabe mentando a Hitler o a los Nazis tiende a uno. Y los usuarios de Usenet, un sistema arcaico de discusión en Internet, consideran que, cuando alguien acude a las comparaciones nazis, ha perdido la discusión y el hilo ya puede cerrarse.

Siguiendo este criterio, habría que ver cuántas discusiones sobre la elección de Donald Trump habrán llegado a un punto muerto, al ser ésta comparada con la victoria de Adolf Hitler en las elecciones de 1932 y de 1933. Hay varias diferencias entre ambas situaciones, pues Trump no ha necesitado de tantos tejemanejes y engaños como Hitler para llegar a la Cancillería, pero es cierto que se trata de dos candidatos xenófobos y radicales que han conseguido cosecharse la simpatía de la mayoría de los votantes.

Está por ver si la evolución de la historia hará que dentro de unos años se cree una Ley Godwin -o Ley Paradinas, puestos a pedir- que señale que toda discusión en Internet acaba acogiendo una comparación con Donald Trump.

De momento, vamos por ese camino. Pocas horas después de que Donald Trump se alzase con la victoria, en España muchos corrieron -Albert Rivera el primero- a comparar al magnate americano con Pablo Iglesias, y a la ideología -o las “fuentes de las que beben”, Susana Díaz dixit- de Podemos con la del candidato electo.

Es cierto que Trump e Iglesias comparten la estrategia del populismo, pero ni mucho menos la ideología. Lo explica con muchas fuentes eminentes Adrián Lardiez en nuestro periódico, pero el resumen es que el populismo es sólo un discurso que enfrenta al “nosotros” contra el “ellos” para recabar apoyo electoral. Lo que se haga con ese apoyo -deportar a 11 millones de latinos o instaurar una renta universal- ya es otro cantar. Es decir, el populismo es sólo la herramienta y no es peligrosa por sí misma, como pasa con las armas de fuego o con el whatsapp.

A la espera de ver qué acaba haciendo Trump con tanto poder, lo que ahora corre más peligro es el concepto de democracia, la peor forma de gobierno exceptuando a las demás, según el manido Winston Churchill. Porque hemos vivido este año varios vaivenes en este sentido: el Brexit, el referéndum sobre la Paz en Colombia, las victorias de Mariano Rajoy…

Otra cosa es quién define de antemano lo que es bueno votar y lo que no. Y qué gracia tiene entonces la democracia. Pero eso es otra historia…