Hasta no hace muchos años, los mineros entraban en las minas de carbón con un canario, porque son más sensibles que los humanos al letal gas grisú. Leonard Cohen era nuestro canario, apenas ha sobrevivido un día a la elección de Donald Trump como presidente del país más poderoso del planeta. Malos tiempos para la inteligencia, el grisú se expande por esta profunda y peligrosa mina en la que, a golpe de urna, estamos convirtiendo el mundo.

Los españoles deberíamos ser los menos sorprendidos por la elección como presidente de Estados Unidos de un misógino, racista y evasor de impuestos; al fin y al cabo hemos permitido que nos presida el líder del partido más corrupto de Europa. Y, por no extenderme con más ejemplos, hasta hace dos días teníamos como ministro del interior a un integrista religioso, que utilizaba las fuerzas de seguridad del estado para atacar a sus contrincantes políticos. 

Muchos han sido los análisis que se han hecho buscando una explicación al triunfo de Trump, algunos sesudos, otros tan banales como él mismo. Entre estos últimos no podía faltar el de Susana Díaz, que ha comparado, como no podía ser de otra manera, a Trump con Podemos. Cierto es que, con su expediente académico, no era de esperar una valoración demasiado profunda, pero bien podría haber pedido ayuda en la búsqueda de un diagnóstico algo menos irrisorio. 

Sin duda, son muchos los condicionantes que han hecho posible que Donald Trump llegue a ser presidente de los Estados Unidos: voto contra el sistema, nacionalismo, racismo y un largo etcétera. Pero hay uno del que apenas se ha hablado y que, sin duda, forma parte de esta compleja macedonia: la normalización del esperpento. Trump es grotesco, de la misma manera que lo son las Kardashian o Belén Esteban. Todos ellos son producto de la intencionada degradación del sistema educativo, en la que colaboran algunos medios de comunicación que han convertido en ídolos de millones de personas, a quienes una generación atrás hubieran provocado vergüenza ajena. 

El escape de grisú viene ahora de Manhattan, luego puede ser Berlín. La idiotez gana batallas en todo el planeta. La derrota de la inteligencia conlleva el fracaso de la democracia