Critica libremente y obedece fielmente afirmó Kant en “En torno al tópico: tal vez esto sea correcto para la teoría pero no sirve para la práctica”. Es una idea que encontramos también en Bentham. Significa que las normas que nos hemos dado democráticamente deben ser obedecidas por todos si queremos evitar la anarquía o la guerra. Es una máxima muy justificada, tanto en términos teóricos como prácticos. Piensa, opina, discute, vota y, finalmente, obedece lo decidido por la mayoría convertido así en norma igual para todos. Es la esencia de la democracia. Puedes incluso seguir criticando la decisión adoptada siempre que la obedezcas, que la acates. Estamos indudablemente ante una de las grandes conquistas de la civilización. Obedecer lo decidido conjuntamente no es una cuestión por tanto de disciplina ni de mandato imperativo, sino que tiene un trasfondo ético fundamental: el respeto a las reglas del juego. Obedecemos las leyes de la mayoría porque prima facie es lo más justo, o porque es la forma más justa (o menos injusta) de evitar la violencia. Es un (pre) compromiso democrático, republicano.

Hasta la obediencia a las leyes democráticas debe tener sus límites

Sin embargo, la experiencia histórica nos enseñó que hasta la obediencia a las leyes democráticas debe tener sus límites. No hace falta leer a Talmon y su “democracia totalitaria” o pensar en Tocqueville y en su “tiranía de la mayoría”. Sabemos que la mayoría también se puede equivocar. Que puede decidir acabar con los derechos de las minorías o suprimir democráticamente la misma democracia. Piensen en Alemania a partir de 1933. Por eso en Europa optamos después de 1945 por la llamada democracia constitucional que no es una expresión redundante sino constitutiva de un nuevo modelo de convivencia más exigente y al tiempo más contenido. Porque hasta la virtud debe tener sus límites, que diría Montesquieu. Hoy no existe democracia si ésta no es constitucional. Repartimos las competencias para que nadie detentara todo el poder; condicionamos el ejercicio legítimo de éste, incluso su legalidad, a que respetara los derechos fundamentales. También pensamos que la desobediencia a la mayoría está justificada (jurídicamente) a veces, en especial cuando afecta a la conciencia individual y convertimos ésta posibilidad en un derecho: el derecho a la objeción de conciencia. Consagrado en la Constitución, se trata de un derecho fundamental que por definición debe tener un alcance limitado a las estrictas cuestiones de conciencia (no a los caprichos o deseos de cada cual).

Pero fuimos más lejos. Profundizamos en una mejor democracia. Pensamos que también podría haber justificación ética o política (no jurídica) en la desobediencia a ciertos mandatos mayoritarios siempre que se dieran 7 condiciones. Lean a Henry David Thoreau o al mismísimo John Rawls en su imprescindible Teoría de la Justicia ¿Qué condiciones? Pues las siguientes: 1.- Excepcionalidad de la conducta desobediente; 2.- disidencia en conciencia; 3.- publicidad; 4.- que sea la última o única opción; 5.- que se haga con ánimo de denunciar una norma o una decisión injusta;  6.-  que el comportamiento del desobediente sea pacífico y 7.- con aceptación de la sanción, sanción que debe ser conocida previamente además de proporcional y razonable.

La decisión de los diputados críticos no afecta al resultado final

Bajo estas condiciones, debe suavizarse al máximo el reproche jurídico y permitirse la desobediencia. Los diputados críticos del PSOE cumplen o deben cumplir esas 7 condiciones. Además su decisión de “votar no” a Mariano Rajoy no afecta al resultado final que será el deseado por la mayoría del Comité Federal: el desbloqueo institucional facilitando la investidura del líder del PP. Si se piensa bien, aceptando la sanción, no hay ni siquiera desobediencia porque se cumple con una parte de la norma, la consecuencia jurídica (en teoría del Derecho esto se conoce como obediencia en segundo grado). Por supuesto, la sanción no puede ser la expulsión del grupo parlamentario. Sería desproporcionada, incoherente (hasta hace 10 días y durante 10 meses se defendió por todos el no a Rajoy) y políticamente negativa porque no valoraría que las razones de los diputados críticos son éticas y no caprichosas o egoístas. Hay un último argumento, finalista, consecuencialista: el PSOE no está para seguir ahondando en la división interna. No se cose si se castiga en exceso.