De la misma manera que el 12 de octubre del 36 el general Millán-Astray interrumpió el discurso de Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca al grito de: "¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!", los dirigentes del PSOE y Ciudadanos insultan estos días nuestra razón al grito de ¡Muera la política! ¡Viva la corrupción!

Sólo así se puede interpretar la obscena y deliberada apatía que muestran ante lo que los juicios de la Gürtel y las tarjetas black de Bankia están confirmando: el Popular no es un partido, sino una partida de maleantes.

La justificación de Javier Fernández, tras la controlada tirada de la manta de Correa, de su apoyo a la investidura de Mariano Rajoy con la excusa de que lo que está saliendo ya se sabía, es casi idéntica a la estrategia escogida por el Partido Popular: lo que ahora se juzga pasó hace mucho tiempo. Pero es una táctica tan perversa como falsa. Los casos de corrupción del PP han continuado hasta nuestros días y Mariano Rajoy, a quien pretenden renovar como presidente del Gobierno, era ya en esos tiempos vicesecretario general del partido.

El momento ante el que se encuentra la política española es crucial. Permitir que Mariano Rajoy continúe como presidente del Gobierno, significa aceptar que la corrupción es parte esencial de la vida pública de nuestro país. Y no valen argumentos electoralistas, como el que el propio hombre de paja de Susana Díaz utilizó esta misma semana, aduciendo a que era mejor Rajoy en minoría que, con unas nuevas elecciones, en mayoría. Si con lo que los juzgados van a probar las próximas semanas sobre la corrupción generalizada del partido en el gobierno, ni PSOE ni Ciudadanos se ven capaces de afrontar unas nuevas elecciones, es que han abandonado toda esperanza en la política.

Puede ser que unas terceras elecciones den un mayor apoyo a las huestes de Mariano Rajoy, pero permitir su investidura, además de su perdón, supone perpetuar en España la golfería como forma generalizada de convivencia. La corrupción nos cuesta a los españoles hospitales, colegios, infraestructuras, en resumen: vidas, muchas vidas. Pueden parecer ladrones de guante blanco, pero son criminales desalmados. Y no hace falta un doctorado en derecho, para saber que quien pacta con un delincuente es su cómplice.