Comerciantes, niños, trabajadores de oficina, diplomáticos, cirujanos y hasta misses, todos volando como objetos lanzados por catapultas por encima de un muro que separa Estados Unidos de México. Esto es lo que muestra un cortometraje que, adelantándose a la promesa del nuevo presidente de EEUU, explica cómo finalmente se construyó la valla, se expulsó a todos los mexicanos y, para hacer más sangre, se les exigió que asumiesen ellos todos los gastos.

Después de ser lanzado por los aires y aterrizar en el desierto de la frontera, los mexicanos se encuentran con que han perdido todas sus posesiones. Su única conexión con lo que antes era su vida y su país: un interfono.

Al pulsar el botón, una voz muy amable les pregunta: “¿En qué puedo ayudarles?” para, después de escuchar atentamente sus peticiones, limitarse a recordarles que el muro existe “por su propia seguridad” y que “no podrán regresar nunca”. Es entonces cuando el interfono imprime una factura. “Gracias por su colaboración”.

“Y el gringo nos quiere cobrar el muro”, dice uno de las personas expulsadas entre risas de asombro y miedo. “Dile que no, pinche gringo racista”, grita otro... y empiezan las protestas.

Cuando parece que el muro se va a abrir para permitir la entrada de la población y restablecer la normalidad, aparece Trump montado en un robot gigante que aplasta a los mexicanos y les lanza misiles desde su pene.

Una visión humorística y dura que presenta como ve una parte de la población lo que Trump quiere hacer con los emigrantes. Ya lo dijo durante su campaña y, ahora que ostenta la batuta de mando, todo puede ser posible. Por suerte, todo el mundo tiene un punto débil.