“La historia oficial no nos esperaba” afirmó la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, en su intervención en el acto de presentación en sociedad del partido sin nombre. Ya están aquí desde hace casi trienio y su denominación no variará mucho de una declinación más de los Comunes. “Un País en Comú” fue el eslogan de la convocatoria en la que participaron las gentes de Barcelona en Comú (la marca municipal de Colau), En Comú Podem (la marca para las legislativas, asociada a Podemos), IC-EUiA y algunos militantes críticos de Podemos que fueron elegidos incluso miembros de la ejecutiva provisional, entre ellos Jessica Albiach, integrante del Consejo Ciudadano Estatal de Podemos, y Marc Bartomeu, secretario general de la formación de Pablo Iglesias en Barcelona. Una sopa de letras con buenas perspectivas electorales y con muchas más dificultades de las previstas para organizarse como un auténtico partido de referencia para la izquierda catalana.

La nueva aventura unitaria ha nacido de mala manera por culpa de la crisis abierta por Albano Dante al negar la integración formal de Podemos en la operación por unas sillas de menos y alguna desconsideración de más por parte de los promotores. Esta resistencia ha puesto de manifiesto la falta de autoridad política de Pablo Iglesias y Ada Colau para salvar un simple obstáculo personalista, aduciendo el respeto por la autonomía de las bases.

El asalto al poder en Catalunya de esta nueva formación exige la desaparición de la opción podemita para no dividir el voto y aunque siempre estuvo previsto que el proceso de incorporación de los diversos partidos fundadores fuera paulatina, el escenario creado por esta rebelión localista y sin ningún recorrido ha oscurecido el lanzamiento, impidiendo que fuera una fiesta con Pablo Iglesias de revulsivo. Sin él, la convocatoria fue como una asamblea académica de masters en ideología y párvulos en política.

“Nos dirán ambiguos” advirtió a los asistentes el portavoz de la ejecutiva provisional, Xavier Domènech, y acertó. El entramado político y mediático del independentismo estaba esperando la definición soberanista de los Comunes para saber si podía sumarlos al Sí. La república social catalana de soberanía compartida con el resto de nacionalidades españolas no ha obtenido el aplauso ni de unos ni de otros, por que los dos bandos mayoritarios no están para compartir nada. Ellos siguen donde estaban, en la incomodidad del fiel de la balanza, a la espera de un referéndum pactado improbable porque necesitaría de una reforma constitucional no previsible ni a corto ni medio plazo.

La fundación de la plataforma colauista tampoco despertó la pasión participativa de sus bases en un grado suficiente como para sonrojar a los viejos partidos. Casi lo contrario. De los 9.000 inscritos, votaron 5.540, cifra casi idéntica a la registrada en las primarias de las que salió elegida Colau como candidata a la alcaldía de Barcelona hace más de dos años. Una participación inferior a los 9.031 participantes en las primarias de Miquel Iceta como primer secretario del PSC. La plataforma de Colau tiene casi 50.000 likes en Facebook pero los registros para convocatorias diferentes sitúan su entorno activo en algo más de 9.000 personas, aproximadamente el número de militantes que declaraba Iniciativa-Esquerra Unida i Alternativa en el año 2010.

Ada Colau ha sido elegida coordinadora nacional de la formación, pero ha actuado como una reina madre en el proceso de preparación del partido, dejando todo el protagonismo al diputado, Xavier Domènech, un profesor universitario que en su día creyó que el PSOE y ERC le darían la presidencia del Congreso. Colau habla poco de política local, nacional o estatal. Lo suyo son las luchas universales contra la desigualdad y la denuncia del maltrato a los refugiados. Su gobierno de la ciudad está siendo difícil; le cuesta maniobrar desde su minoría para alcanzar acuerdos, más allá del pacto permanente con el PSC, sigue sin discurso ni idea reconocible de Barcelona, su batalla con el turismo y el negocio que le rodea y sustenta el PIB de la ciudad le aleja de los sectores económicos, mientras su equipo confía ciegamente en que su dedicación a la política de vivienda le permitirá mantener una conexión sólida con el electorado.

Eppur si muove. Muy pocos dudan de la condición de fenómeno político de Colau, a quien se le concede un brillante futuro electoral como lideresa de la nueva izquierda catalana, a pesar de los actuales obstáculos de su partido o de un discreto balance municipal. Su idoneidad para el liderazgo es un acto de fe y como tal no necesita de argumentos racionales por parte de quienes esperan la resurrección de la izquierda, entre ellos cientos de miles de votantes socialistas defraudados por la desorientación del PSC ante la nueva versión soberanista de la cuestión nacional.

Hasta ahora, sin embargo, sus resultados son más sorprendentes que excelentes. Obtuvo 11 concejales en Barcelona, muchos para una candidata casi improvisada pero el peor registro obtenido por un alcalde. La candidatura para las generales avalada por ella y por el empuje de Iglesias, En Comú Podem, con Domènech de cabeza de lista, alcanzó los 12 diputados, ganó las elecciones en un escenario muy fragmentado, impidiendo el sorpasso de ERC, pero quedó muy lejos de los grandes resultados de los socialistas encabezados por la llorada Carme Chacón.

Las encuestas le auguran al nuevo partido un esperanzador resultado en las próximas elecciones autonómicas, previsiblemente muy por debajo del PSC de los buenos tiempos del maragallismo, incluso menor que el mejor PSUC de todos los tiempos, el de 1980. Y a pesar de todo, cuando vaya a dar el salto a la política nacional, nadie hará sombra a Colau, mucho más atenta al legado de Maragall que el propio PSC. De momento, su brillante luz personal deba permanecer en la penumbra de las menudencias organizativas.