Los diputados de Podemos en el Parlament balear no han hecho gala de gran finura legislativa en el debate de la nueva Ley de Turismo que debe regular los alquileres por días o semanas en pisos. “Podemos se lía y el alquiler turístico de pisos queda en manos de los Consells”, “El desbarajuste en Podemos deja en el aire hasta las multas en los pisos turísticos”, son algunos de los titulares de cronistas parlamentarios de prensa.

Podemos quiso meter mano a fondo en el proyecto de ley del Govern e imponer la máxima restricción: prohibir definitivamente este tipo de alquiler en los edificios plurifamiliares, pero no tuvieron en cuenta la teoría de consecuencias indeseadas. La mala gestión de sus enmiendas hace que ahora esta actividad no esté ni permitida ni prohibida en un nuevo texto legislativo sin pies ni cabeza. Podemos votó enmiendas conjuntamente con el PP y Ciudadanos sin calcular el galimatías legislativo que eso crearía.

La propuesta del Govern ya venía muy influenciada por el sector soberanista del ejecutivo (Més) - responsable de la política turística - que ha sido contestada por una parte de su electorado por considerarla desarrollista en exceso. Para evitar tales reproches, algunos de sus dirigentes anunciaron que se tomarían medidas maximalistas en Palma.

Los diputados de Podemos pretendían marcar aún mayores distancias sobre el proyecto inicial aprovechando cierto ruido en las redes sociales. La temporada turística de 2017 ha reventado todas las cifras de visitantes y, por ende, provocado el colapso de ciertas infraestructuras como las viarias: se han producido durante los pasados días embotellamientos de varias horas en los accesos a Palma por un aumento inusitado de los vehículos en carretera. Ello ha generado que hayan surgido nuevos colectivos antiturísticos como “Terraferida”, que han puesto el acento en el alquiler turístico como causa principal de esta situación.

Curiosamente, a ello se han unido también los hoteleros, que ven en este tipo de actividad una amenaza a su negocio aunque, en realidad, es ínfimo en comparación a las plazas que ellos gestionan. Algunos de estos empresarios temen el nuevo fenómeno que se está consolidando en todo el mundo: un flujo de turistas cada vez mayor que no desean la uniformidad de los hoteles y prefieren alquilar un apartamento en los barrios más céntricos de la ciudad. Defensores de su monopolio en el alojamiento, los hoteleros han encontrado en la contestación de colectivos antiturísticos interesantes aliados.