Este es un debate abierto desde la “polis” griega. Soy un gran defensor de la democracia representativa. De los debates pormenorizados, de las propuestas y contrapropuestas, antes de tomar una decisión. De instituciones de control sobre los líderes, para que no se conviertan en tiranos o salvadores. Pero también de que la militancia participe en la elección de los dirigentes, rompiendo la endogamia de los aparatos. Y de que se pulse la opinión de los afiliados en las grandes decisiones, como las coaliciones postelectorales para formar gobierno.

Este dilema, aunque no por primera vez, se ha abierto en profundidad en el PSOE, a raíz de la decisión de Pedro Sánchez, de dar mucho más protagonismo a las bases. Si Pedro gana se variaran los Estatutos del partido, y se cerrará de momento el tema. Pero sólo de momento.

Si, sólo de momento, porque la Historia no es así como algo petrificado en un momento dado, es más como el río de Heráclito que fluye sin cesar. Las “polis” griegas se esclerotizaron, y Filipo de Macedonia y su hijo Alejandro acabaron con ellas. Las instituciones del Imperio Romano, dieron paso a las del sistema feudal. Estas al absolutismo de los reyes y las naciones estado. La Ilustración y la Revolución Francesa, llevaron a los sistemas parlamentarios… Y la Historia sigue fluyendo.

Escribe Gonzalo López Alba en “El Confidencial”, y algunos compañeros lo han utilizado para defender las posiciones de Susana Diaz:

<2. “Al establecer un sistema de frenos y contrapesos, los padres fundadores [de Estados Unidos] pretendían evitar ese mal que […] que los antiguos filósofos denominaban tiranía. Tenían en mente la usurpación del poder por un solo individuo o grupo”. El PSOE copió este modelo al establecer un sistema de funcionamiento que combina el presidencialismo del secretario general —reforzado con el voto directo de los militantes en las primarias, propio democracia directa—, el parlamentarismo de los comités territoriales —propio de la democracia representativa— y el asambleísmo de las agrupaciones locales>.

Y a esto es a lo que me refiero, cuando digo lo de considerar la Historia como algo petrificado: Los Padres Fundadores, en la Convención de Filadelfia (1787), establecieron las instituciones de la República y su funcionamiento. En un momento dado ¿en tiempos de Pablo Iglesias? el PSOE se dio sus Estatutos. ¿Y a lo largo de los siglos, nada ha cambiado? Nada más erróneo.

En la citada Convención, los Padres Fundadores, en vez de considerar la lucha por la Presidencia, como una ocasión para movilizar las masas, respecto a unos ideales programáticos, diseñaron el sistema de selección, con unos propósitos muy diferentes, e instituyeron el Colegio Electoral. Hoy muchos consideran éste, como un anacronismo, en el mejor de los casos, o como una peligrosa bomba de relojería en el peor, una bomba que puede explotar, adjudicando la Casa Blanca, al candidato que ha perdido en el voto popular. Acaba de suceder con la elección de Trump. Para sus artífices, el Colegio Electoral era un ingenioso dispositivo, para evitar la Presidencia plebiscitaria. Pretendía alentar la selección del hombre, con un pasado más distinguido al servicio de la República. La virtud republicana, no la demagogia populista, tenía que ser el requisito principal. Estoy seguro, porque los conozco bien, que esto es lo que siguen pensando algunos líderes históricos del PSOE, respecto a la legitimidad de los Congresos a la antigua usanza, por encima de las Primarias. Pero la Historia, adaptándose a las circunstancias cambiantes, para bien o para mal, ha convertido la elección a la Presidencia de los Estados Unidos en un plebiscito, y la elección de nuestro Secretario General, en algo parecido mediante las Primarias.

Pero otras instituciones, también han ido cambiando en composición y funcionamiento, a lo largo de la Historia. Por ejemplo, como explica Bruce Ackerman en “We The People”, hoy, para la mayoría de americanos, la Cámara de Representantes, es la más localista de las instituciones nacionales, y esperan que cada uno de sus miembros, se ocupe preferentemente, de los intereses más limitados de su distrito particular. Pero los Padres Fundadores esperaban algo diferente de dicha Cámara. Para ellos la misma, tenía que parecerse a la Cámara de los Comunes inglesa que, tradicionalmente, había servido como portavoz del país frente a la Corte. Y en sus orígenes, la Cámara de Representantes, era la única parte del gobierno, directamente elegida por los ciudadanos de Estados Unidos. Y por ello se esperaba, que fuese la institución que expresase el lado más nacionalista, de la temprana vida republicana. El Senado, en cambio, según la Convención de Filadelfia, era elegido por la asamblea legislativa de cada Estado (Hubo que esperar a 1909-1920, a la XVII Enmienda, para que fuera elegido directamente por los ciudadanos). Aunque el mandato de seis años, otorgaba a los senadores una mayor independencia deliberativa, de la que disfrutaban sus colegas de la Cámara Baja (elegidos cada dos años), la forma en que eran designados, hacia de ellos una especie de embajadores, de sus estados respectivos, que controlaban las tendencias nacionalistas de la Cámara.

Todo esto ya había revertido a principios del pasado siglo. Y hoy los americanos esperan de los senadores, que adopten una perspectiva más amplia, más nacionalista, que el típico representante de la Cámara, si bien la parcialidad de cada senador, respecto a su propio Estado, todavía hace que sea una figura relativamente provinciana, comparado con un Presidente plebiscitario, que constantemente explica, que él es el único funcionarios, elegido por todos los estadounidenses.

Como vemos, todo cambia, todo se adapta a los nuevos tiempos, la Historia fluye incesantemente. Y sobre todo eso, pienso, deberíamos reflexionar con serenidad, cuando discutimos de reformar la Constitución de 1978. O cuando debatimos si el PSOE de hoy, puede seguir organizado según los esquemas del Congreso de Suresnes.

Mientras tanto, me parece que ya podemos afirmar, que estas Primarias en el PSOE se han convertido “de facto”, en un proceso constituyente. Siempre que aceptemos, claro está, que existe una teoría en el Derecho Constitucional, que contempla como proceso constituyente: la radicalización de la democracia mediante la imposición de nuevas cartas de derechos, fruto de las nuevas necesidades políticas y socioeconómicas de la inmensa mayoría.

Pues eso.