Acabo de leer un libro hermoso e intenso. En él arden la pasión por las ideas, el valor de la Historia, la necesidad de debatir. El inventario de Sasha Abramsky, acerca de la devoción de su abuelo (Chimen) por los libros y la lectura, me parece un bello testimonio, de la persistencia de la curiosidad humana, en un mundo en el que tener inquietudes intelectuales, parece algo ya muy a la deriva. Y es además un pedazo de la historia de Europa, creo que poco conocido.

Tuve noticias del mismo, por una de esas estupendas reseñas que escribe José María Guelbenzu en El País. ¿Qué hacen 20.000 libros en una casa de una pequeña urbanización, justo al lado del parque de Hampstead Heath en Londres? se pregunta Guelbenzu. Una urbanización construida en su día, sobre una antigua propiedad de una familia de banqueros victoriana, en una de cuyas calles se encuentra el cementerio donde yace Karl Marx (Highgate). Y no deja de ser irónico que a este lugar de antigua prosapia, vinieran a instalarse numerosos comunistas. Pero allí, en la zona llamada Hillway, fue donde Chimen y Miriam Abramsky (abuelos del autor) compraron en 1944, la que acabaría siendo la Casa de los Libros, y que fue el anzuelo que mordieron desde simples simpatizantes, hasta los grandes pensadores marxistas o liberales del momento.
Se ve a sí mismo como parte de los libros, o a los libros como parte de sí mismo, no estoy seguro, William Morris “Noticias de ninguna parte”
 
Como se informa en el libro, Chimen Abramsky era hijo de Yehezkel Abramsky, uno de los rabinos más importante e influyentes del siglo. Chimen nació en 1916 en Minsk, vivió su adolescencia en Moscú y emigró a Londres, donde leyó a Karl Marx y se hizo ateo y comunista. Con la invasión nazi de Rusia se alistó en el Partido Comunista de la Gran Bretaña, que abandonaría en 1958, decepcionado por la realidad soviética. A partir de ese momento, se interesó más por la literatura judaica, se convirtió en un pensador liberal y humanista, y enseñó en la universidad. Pero sobre todo, fue un gran coleccionista de libros, y la formidable biblioteca de marxismo, socialismo y judaísmo de su casa, atrajo a toda suerte de visitantes.

Su nieto Sasha Abramsky, periodista y autor del libro, divide la ubicación de los libros de casa su abuelo en estancias. Cada habitación contenía colecciones temáticas de libros, de rarezas a verdaderas joyas. Chimen fue un enamorado de los libros y la cultura y un hábil coleccionista, al punto de codearse con los grandes compradores de la época. Llegó a trabajar, durante un tiempo, como asesor de la casa de subastas Sotheby’s.

La pasión por el marxismo, el deseo de saber, el desarrollo de la revolución de 1917, de la que ahora se cumple un siglo, el conflicto laicismo-judaísmo, la discusión viva de la realidad… convertía aquella casa en un especie de caldero en ebullición de noticias, pensamientos, teorías y esperanzas de un nuevo orden. El libro es, en realidad, la expresión de un mundo que estaba siendo sacudido por dos guerras mundiales, un cambio sustancial de mentalidades y, todo ello, englobado en el problema del judaísmo (Maimónides, la herejía de Spinoza, el famoso “Caso Jacobs”…) la creación del Estado de Israel, el antisemitismo… El cuadro de época que Sasha Abramsky proporciona al lector, me parece apasionante.

Como digo, este relato de vida me ha fascinado. Los que lo lean hallarán en él tesoros librescos, y oirán hablar de personalidades extraordinarias en la vida de Chimen, como Isaiah Berlin (el gran pensador liberal) como Harold Laski (politólogo, economista, escritor y conferenciante; que fue presidente del Partido Laborista entre 1945 y 1946. Y en cuyas clases se inscribió John F. Kennedy en 1935, como ya había hecho en el pasado su hermano mayor Joseph, aunque parece que por motivos de salud, no pudo asistir a ellas) o como los historiadores marxistas, que también formaron parte de mis lecturas no hace tanto: E. P. Thompson, Cristopher Hill, Maurice Dobb y, especialmente, Eric Hobsbawm, y tantos otros notables ensayistas y profesores. Pero lo más importante creo, es que el lector conocerá de primera mano, una época crucial de nuestro tiempo – al menos del que ya no somos jovencitos – desde cuatro perspectivas: familiar, política, religiosa y literaria. El retrato de la pasión por las ideas, junto a la solidaridad intelectual y familiar, ofrece una inteligente e impagable visión, de los dos primeros tercios del siglo XX en Europa.

Pues eso: un libro que bien vale la pena.