Cuatro de cada diez compras inmobiliarias en Balears son realizadas por extranjeros, esencialmente nórdicos, que se han unido a los ya tradicionales compradores alemanes, ingleses y franceses. Si se aplica la estadística a los centros históricos de Palma y demás ciudades destacadas del archipiélago, los porcentajes aumentan y mucho.

Las causas del fenómeno no son difíciles de escrutar: en diez años la renta balear ha pasado, de estar un 20% por encima de la renta media europea, a 5% por debajo. Para los adquirientes, invertir en el inmobiliario balear es un chollo económico y de bienestar personal. No solo se trata de compras como base de especulación sino de residencias – segundas y hasta primeras – de personas jubiladas o profesionales con negocios internacionales; hay decenas de aeropuertos europeos conectados a Palma con varios vuelos diarios de menos de dos horas y a precios low-cost.

No hay vecino del centro de la capital mallorquina que no haya recibido en su buzón ofertas de compra por parte de inmobiliarias suecas o noruegas. Abunda la publicidad exterior que habla de miles de nórdicos, bajo un cielo gris y frío, que buscan una casa al sol. Un ejército de agentes indagan casa por casa las posibilidades de negocio.

El debate de las consecuencias está en la calle y se habla de nuevo de colonización, como ocurrió en la década de los noventa, con la avalancha alemana de compradores. Esa segunda ola del desembarco es considerada por la crema conservacionista de la Universidad balear y colectivos afines como un grave peligro de gentrificación por el cual los extranjeros expulsan y sustituyen a la población autóctona del casco antiguo de las ciudades mediante compra de sus casas. El fenómeno ocurre en paralelo al cambio del perfil comercial tradicional y de los locales de servicios de la ciudad, abocado en los últimos años casi exclusivamente al flujo turístico, con calidades, oferta y precios también “turísticos”.

Las quejas y protestas, sin embargo, topan con una realidad obvia: toda compra sale de un vendedor indígena. Hoy, la antigua cantinela de “no vendo esa casa porque es de mi abuelo y tiene un gran valor sentimental para mí” no suele ser más que una argucia para aumentar el precio. El hecho es que asistimos a una nueva ola de transformación urbana, social, cultural y económica de los barrios históricos de Balears a las órdenes de la oferta turística. Sólo resisten al tiempo los sueldos y contratos de trabajo, que permanecen tan precarios como antes.