Siguiendo con el inesperado triunfo de Trump y su mayoría conservadora, crecida en un ángulo ciego para la mayoría de analistas. Pero si algo nos ha enseñado la historia a algunos, es que, al final, no sale a cuenta alcanzar el poder (eso vale también para el PSOE) dañando la democracia.

Si los norteamericanos van a ser gobernados por el populismo, atención, significa que todos estamos expuestos a ello. El panorama de Occidente en la próxima década, desdichadamente, está expuesto a que se repita el fenómeno populista por doquier. Al menos aparentemente hoy, es como si la Modernidad hubiera colapsado universalmente.

La democracia liberal y el mercado libre, han perdido su capacidad de ilusionar. Esta pérdida ha generado un “proletariado emocional” de humillados, ofendidos e indignados con las estructuras institucionales, que clama venganza contra ellas. La emoción desnuda, triunfa en las urnas sobre la razón. ¿Qué podemos hacer? Confiar en que sobreviviremos al populismo – ha escrito José María Lassalle – y trabajar por devolver a la Modernidad política su prestigio. La democracia es una idea demasiado luminosa, como para verla definitivamente oscurecida, por la sombra populista.

Sobre la victoria de Trump se ha repetido, que ha sido una rebelión de la gente sencilla, contra las élites establecidas. Como si los negros, los latinos, y tantos otros millones de toda raza, condición y extracción social, hasta sumar los 60 millones que votaron por Clinton, fueran el “establishment”. Entre los votantes de Trump, parece que ha habido unos 25 millones de mujeres, gentes con estudios, latinos y negros. Claro que podemos despachar – ha escrito Torreblanca – a muchos de los votantes de Trump – como “alienados”, es decir y en terminología clásica marxista, aquellos que desconocen su verdadera clase social, y votan en contra de sus intereses. Muy fácil, y que a gusto nos quedamos. Por el contrario es rigurosamente cierto, que si alguien representa a la élite, ese es Trump, un millonario de la lista Forbes, que nunca ha pagado impuestos. Pero al final su número de votos, es casi el mismo que el de sus antecesores republicanos, Romney y McCain.

Leí hace ya algún tiempo “¡No pienses en un elefante!”, en el que su autor George Lakoff, señalaba que los votantes se sienten más motivados con la “identidad moral y los valores”, que con cualquier otra cosa, incluso si eso les supone votar en contra de sus propios intereses económicos. Mientras que los progresistas, al contario, piensan que gritar los datos o las cifras, convencería de algún modo a la gente. Los humanos, para bien o para mal, somos seres emocionales. Queremos historias conmovedoras. El tono de Clinton – ha dicho alguien – era el de una persona intentado convertirse en director ejecutivo de un banco. Necesitamos proyectar una visión, un nuevo relato, conmovedor. Porque ahora ya sabemos – le experiencia del PSOE y Pedro Sánchez nos los corrobora – que decir los datos y esperar lo mejor, no mitigará a la derecha, ni construirá una alianza progresista.

Trump no es un antisistema, ha escrito Ramoneda. Trump ha jugado a antisistema, para atraer a todos los que se sentían desamparados. Y meterlos en vereda. Trump abre la vía autoritaria, como respuesta a las fracturas abiertas por un capitalismo en fase depredadora. Los que queremos defender una sociedad abierta y democrática, tenemos que asumir que estamos en un cambio de tiempo, en el que cosas que parecían imposibles, ya no lo son. Y actuar en consecuencia.

Escribía Raymond Aron en “L’Opium de les itellectuels”, que la fuerza de atracción de los partidos que se tienen por totalitarios (o populistas, añadiríamos hoy) se afirma, o puede afirmarse, cada vez que una coyuntura grave deja al descubierto, una desproporción entre la capacidad de los regímenes representativos, y las necesidades de gobierno de las sociedades industriales de masas. La tentación de sacrificar las libertades políticas, al vigor de la acción, no murió con Hitler y Mussolini. Y recordemos que el gran Tocqueville había mostrado, con insuperable claridad, a que conduciría el impulso irresistible de la democracia, si las instituciones representativas fueran arrastradas, por la impaciencia de las masas, si el sentido de la libertad – aristócrata de origen, sí – llegara a marchitarse.

La capacidad de ver el mundo desde el punto de vista del otro, es el tipo de conocimiento político por excelencia. Si quisiéramos en términos tradicionales, definir la virtud prominente del hombre de Estado, podríamos afirmar que consiste en comprender el mayor número posible, y la mayor variedad de realidades – no de puntos de vista subjetivos – tal y como dichas realidades, se muestran en las diversas opiniones de los ciudadanos; y, al mismo tiempo, en ser capaz de establecer una comunicación entre los ciudadanos y sus opiniones, de tal modo que lo común de este mundo se haga evidente. Todas nuestras afirmaciones actuales, acerca de que solamente aquellos que saben obedecer – escribía Hannah Arendt – están capacitados para mandar, o que solamente aquellos que saben como gobernarse a sí mismos, pueden gobernar legítimamente sobre los demás, hunden sus raíces en la relación entre la política y la filosofía. ¿Sabrá algo Trump de esta profunda relación?

El miedo no es, hablando propiamente – repetía Arendt – un principio de acción, sino un principio antipolítico, dentro del mundo común. El miedo surge de esta impotencia general, y de este miedo provienen, tanto la voluntad del tirano por someter a todos los demás, como la predisposición de sus súbditos a soportar la dominación. Si la virtud es el amor por la igualdad en el reparto del poder, entonce el miedo es la voluntad de poder surgida de la impotencia, la voluntad de dominar, como alternativa a ser dominado. El miedo y la desconfianza mutua, hacen imposible “actuar en concierto”, según la expresión de Burke. La tiranías están condenadas al desastre, porque destruyen el “estar juntos” de los hombres. Al aislarlos entre sí, buscan destruir la pluralidad humana. Las tiranías se basan en la experiencia fundamental, en la cual estoy absolutamente solo, que es la de estar indefenso (tal y como definió Epicteto en una ocasión la soledad) incapaz de recabar la ayuda de mis congéneres.

Barack Obama dijo no hace mucho: “El poder revela”, es decir, muestra a la luz pública, la auténtica personalidad de los gobernantes.

Pues eso ¡atentos!